108 El miedo puede dominarte

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El sol, luego de haber estado ahí aproximadamente cuatro horas acompañándonos, no tardaría en ocultarse.

Carl y yo nadamos por varios minutos, a pesar de que el agua del lago se encontraba fría.

—¿Por qué crees que estén tardando?

Cuestioné, pegada a Carl. Ambos nos cubríamos la espalda y el pecho con nuestras chamarras, para no pasar frío mientras nos secabamos al sol que momentos atrás estuvo muy resplandeciente. Lo cierto es que comenzaba a hacer cada vez más frío, pues la noche se preparaba para envolvernos en la oscuridad.

—¿A qué te refieres?

—Madi... Todo su equipo. No han dado noticias sobre la cura.

Me miró.

—Deben seguir trabajando en eso — comentó, sin preocupaciones —. Ya sabes, los procesos para fabricar tanta como les sea posible.

Asentí con la cabeza y la vista pegada a mis piernas cruzadas.

Nadie agregó algo más. Era una simple duda que rondaba por mi mente porque había pasado ya tiempo y para mí era extraño que no nos hubieran hecho una visita a Alexandria con buenas noticias sobre la cura que ya habían logrado conseguir.

Carl dejó salir un suspiro de su boca segundos mas tarde. Se levantó ejerciendo fuerza en las piernas y con un poco de ayuda de sus brazos, los cuales apoyó para impulsarse.

Sabía que pensaba en regresar a la cabaña, pues comenzó a vestirse. Primero con el pantalón, y siguió con la camiseta justo delante de mí. Se rió al darse cuenta de que no había despegado mis ojos de él mientras colocaba cada una de sus prendas.

—¿Qué es tan gracioso? — bromeé.

—Tú mirada sí que me hace sentir sexy — habló con una sonrisa.

Puede que me sintiera apenada por aquello, pero solo me limité a bajar la cabeza con una sonrisa.

Al igual que él, me puse de pie y me vestí. En cuanto lo hice comencé a entrar en calor de a poco.

—Siento que ese sostén que llevas puesto ya lo había visto antes.

Le miré asombrada luego de colocarme bien la chamarra, y ladeé la cabeza.

—Pues no sabía que revisas mis cajones, Carl.

—No lo hago — afirmó —. Anda, como si nunca te hubiese visto en sostén.

—Entonces has de sentirte muy afortunado — expresé, tomando mi mochila para colgarla en mis hombros —. Sé exactamente qué momento de nuestra adolescencia está pasando por tu mente.

Asintió.

—Seguro que lo sabes... En fin, debemos regresar antes de que el sol se oculte.

Caminó directo a los arbustos por los cuales nos habíamos dado el acceso a aquel lugar. Yo, en cambio, no lo seguí al instante. Me mantuve otro par de segundos ahí, mirando el lago y sus alrededores por una vez más. Y de pronto, a lo lejos, me topé con un letrero que aún se encontraba en pie. Solo bastó con forzar un poco la vista para divisar lo que decía en él: Lago Oeste.

Lo leí una y otro vez, restándole importancia, hasta que algo dentro de mí me hizo recapacitar.

—Carl — le llamé —. ¿Habías visto ese letrero?

No me giré para verlo, pero estaba segura de que se había detenido para mirar al igual que yo.

—Es el nombre del lago, ¿por qué?

No me abandones: El final se acercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora