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La habitación contaba con un espacio humilde y generoso. Allí habían plenos asientos, atriles, instrumentos, vastos espejos en las murallas, libreros y computadoras. Yacían varias cosas en la moqueta bajo sus zapatos: rompecabezas y juegos de mesa. Jungkook supuso que era aquel lugar en donde se divertían y se enlazaban todos en sus ingenios. Después de todo, el lugar era llamado como la sala de talentos, ¿correcto?

—Dime qué te gusta y te propondré un sitio.

Yoongi le había hablado. Le estaba mirando con una parsimonia increíble y Jungkook no pudo estar más agradecido de ello, pues aún le inquietaba el hecho de estar viviendo su primer día en aquel centro de rehabilitación. Le estaban tratando con muchaperseverancia.

—Música, el arte en general y el teatro.

—Entonces te vienes conmigo —le dedicó una sonrisa y se apoderó de su mano nuevamente, guiándolo a un piano.

—¿Cómo?

—¿Sabes tocar piano? —Jeon negó sintiendo unos fuegos artificiales en su interior— Entonces te enseñaré un poco. Será entretenido.

No supo cuánto tiempo se fue volando mientras todos se fundían en su mundo: Yoona y Dahyun escribían poemas predilectos e infravalorados en los sofás; Sandara y Xiumin se adueñaron de las computadoras, sumidos en videojuegos engorrosos; Jaejoong acariciaba las cuerdas de una vieja guitarra; Taehyung pintaba sentado frente a un atril.

No quería admitirlo ni siquiera en los recovecos más complejos de sus emociones, pero el pecoso le daba malas vibras. Yoongi intentaba hacerle entender un simple patrón de notas y Jungkook no se concentraba. Apostaba todo lo posible a que Kim Taehyung le fulminaba a sus espaldas, a pocos metros de él. No se atrevía a mirarle ya a los ojos, por lo que se alentó a moldearse junto a Min Yoongi en ese piano. La destreza que demostraba él en las teclas era espléndida y Jungkook no podía sentirse más incompetente, nulo en lo que instrumentos se refería.

—¿Conoces este estribillo? —le sonrió ladino cuando le tecleó unas notas conocidas.

Waterloo. Jungkook la conocía muy bien y alegre le hizo saber a Yoongi que la evocaba a la perfección, cantándole emocionado. No se enteraba de todos los ojos que se posaban en él y su encanto de las cuerdas vocales que abandonaban su garganta y ser. No se percató de cómo todos se acercaban a la dupla al mando del piano y acompañaban con palmas la melodía. Jungkook solamente pudo darse cuenta de la euforia en los gestos de Min Yoongi, más en su sonrisa de dulce caramelo: se excitaba de entusiasmo recalcando cada movimiento que le regalaba al instrumento y sacudía sus largas mechas de cabello espeso y marrón. La estaban pasando de maravilla y por ese instante, ese único instante, Jungkook pensó que ese era el lugar indicado para terminar varado. Sin embargo, y solo quizás, se mentalizaría mejor bajo ese techo.

Pero no quería hacerse de ilusiones. Era su primer día; su primera experiencia.

La canción había concluido y a Jungkook le inmovilizaron los efusivos aplausos de sus cordiales.

—Jungkook, ¡cantas hermoso! —le aduló Dahyun.

—Gracias... —Jungkook rascó su nuca y les sonrió amplio a todos, mostrando sus dientes— Me hubiera gustado llegar a Broadway —bromeó y echaron risas, compadeciendo la mala suerte del castaño.

Sabía que de a poco iría agarrando de aquella confianza que todos llevaban. Tenía claro que los demás llevaban un buen tiempo en rehabilitación, pues se notaba en los gestos: la manera en recorrer cada esquina del centro, cómo contaban de rutinas propias y rituales grupales. Debía admitir que con el paso firme de los días, este centro se les tornó en un verdadero hogar, a pesar de no contar con la familia al lado. Jungkook supuso que, en cuanto se sintiese en consonancia con los otros, encajaría en el arpegio de la vida y estaría presto para llamar ese lugar "casa". 

Habían tocado las seis en punto en el reloj y, con ello, la cena. El paramédico Kim Kibum, aquel que había hurgado en indagado en las pertenencias de Jungkook hace unas horas, los dirigió al mismo comedor y los platos ya yacían en cada puesto. Cada uno se había sentado en los mismos lugares que antes adueñaban y Kibum abandonó el punto de encuentro.

—Fideos... —bisbiseó Dahyun, sonriendo sin emoción alguna— Nos dieron fideos.

—Bueno, ya era hora ¿no? Hace días que no teníamos este platillo en nuestra mesa —esclareció el pelinegro Xiumin con la boca llena.

—Pero... Es que no los puedo comer —murmuró más para sí misma, pero otros oídos también pudieron escucharle.

—¿Todavía siguen asustándote? —le preguntó suavemente Jaejoong a su lado, preocupado por cómo esta arrugaba su semblante.

Jungkook sabía a la perfección como Kim Dahyun sufría. Muchos no saben el infierno que tiene que sufrir una persona con algún desorden alimenticio para dar un simple bocado a aquello que más evita. Se les clasifica a aquellos sustentos como una comida "prohibida" o "no permitida". Eran de temer. 

La mente y las voces que sofocan de ti toman control total del sentido común, haciendo creer fervientemente que todo ello que amas te fractura y, por más que la ignorancia constante quiera imponer supersticiones en la sociedad, lo cierto es que no existe un ser humano al que no guste de la comida. Una víctima de los gritos déspotas de un desorden alimenticio nunca lo admitiría fácilmente con sus propias y creíbles palabras, pero ama con un dolor trascendental cada mordisco que place en su paladar. Tanto que arde.

Es increíble como se ama tanto hasta terminar rehuyendo de lo más apreciado, pensando que es probable salir lastimado.

—Por lo menos no es puré de papas —suspiró profundamente Dara—, si no me hubiera ahogado con mis propias lágrimas. No podría tragarlo por nada del mundo —una reprimenda le siguió por el altavoz, pendiente a lo que se le permitía escuchar a la distancia.

No hubo palabra luego de ese regaño, solo el incómodo sonido de los cubiertos contra los platos. Jungkook se fijaba más en los demás que en su platillo, ni siquiera se daba cuenta del renombre que salía por los altavoces. Jungkook miraba detenidamente como las mejillas se llenaban, como la comida bajaba por la garganta, como el tenedor enrollaba los largos fideos goteando en aceite, su mayor terror. Le dedicaba esas fracciones de segundos a sus miedos para alimentarlos visualmente. Los parlantes seguían vociferando cosas ininteligibles y Jungkook no pudo evitar en estudiar su plato.

325.

Eran largos y muchos. Múltiples de ellos. Retrocedía las manecillas del reloj y rememoraba cómo su corazón de niño latía feliz al disfrutar de la pasta que cocinaba su madre junto al poniente sol. No se comparaba por nada con lo que en su platillo yacía inerte. 

—Jungkook. Come.

76.

La roja salsa bañando los largos y delgados tallarines. Se lucía viscoso y humeante a sus ojos. Estaba recién calentada junto al maldecido aceite en sartén, supuso. Recordaba cómo de pequeño lamía la comisura de sus labios, saboreando lo restante de ella. Quería llorar.

—Come o se enfriará.

280.

Oh, salchichas fritas. No podía evitar revocar el fuego sometiendo a estas cuando veía a su madre cocinar. Le devastaba no haber sabido antes cuán mal le estarían produciendo en él ahora mismo. Sentía pajarracos revoloteando en su estómago.

—Jungkook. Último aviso.

681.

Iba a enloquecer. No podía detenerse.

—¡Jeon Jungkook! —se desquició la voz tras el altavoz. 

No quería toparse con todos los pares de ojos que le miraban con aflicción y mucha pena por él. No quería seguir en ese lugar. Tenía miedo y no era culpa de alguien, sino de ese algo servido en la mesa. Quería largarse a llorar de impotencia porque sabía que nadie podría compadecerse de sus pavores. 

Y eso fue lo que hizo. 

analítico, libro 1 • taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora