Eran las 6 de la mañana. Era un alba frío, casi sepulcral. La atmósfera estaba húmeda y el termómetro no subía de los 3° Celsius, pero algo ardía en el interior del joven detective Ethan Smith. Quizás fuera el aguardiente que se tomaba el veinteañero cuándo despertaba, quizás fuera la molestia que generaba el ver la orden de desalojo que se encontraba pegada en la puerta de su oficina.
La respuesta de ese calor seguiría siendo un misterio sin resolver.
El joven tomó el papel que anunciaba la terrible noticia y la arrugó y deformó, acuñando la forma de una esfera irregular que fue depositada en el cubo de deshechos más cercano. Acto seguido, tomó la llave de la oficina que guardaba en su bolsillo izquierdo de sus pantalones vaqueros y la insertó en la ranura correspondiente. Empujó suavemente la puerta con la intención de abrirla y acceder al interior del edificio, pero la humedad había cumplido con su cometido y la madera vieja, ahora hinchada, se resistía a ceder, causando un sonoro crujido a su alrededor. El detective profirió una injuria para sí mismo y abrió la puerta aplicando fuerza. Una fuerza que la madera decidió obedecer para no quebrar.
Entró y cerró tras de sí, accionando después un pequeño interruptor para iluminar la pequeña estancia, mostrándose esta en su lastimoso esplendor, tan familiar y habitual para él: papeles ordenados por orden alfabético en una estantería montada en la pared izquierda, su pequeña mesa de un roble que ya vivió su época de máximo esplendor, acompañada de una silla de oficina vieja, haciendo juntas la función de un despacho. La mesa disponía de 2 cajones y un pequeño espacio secreto donde el detective guardaba su pluma favorita, herencia de su ya fallecido padre.
A la derecha de la mesa, apostada en una pata, una papelera a rebosar de desperdicios que nadie se molestaba en vaciar.
Y en la esquina derecha de la sala, un pequeño cuarto de aseo que disponía de un inodoro, un fregadero y un espejo.
La "oficina" del detective era una pequeña sala cuadrada que aunque no lo pareciera, estaba perfectamente distribuida. El despacho situado en el centro con la estantería a mano izquierda. La puerta del cuarto de aseo a 3 pasos al fondo a la derecha.
No era mucho, pero era suyo.
El detective miró arriba, contemplando la bombilla que colgaba del techo, la fiel encargada de iluminar toda su oficina y a la cuál él mismo sentía algo de cariño por haber sido la encargada de alumbrar incansablemente tres generaciones de investigadores.
Tras eso cruzó la puerta del fondo a la derecha y se observó detenidamente en el espejo. Su joven rostro parecía estresado y las malévolas arrugas acechaban furtivamente esperando el momento justo para atacar. Sus ojos de un azul tan intenso como el cielo estaban apagados y no reflejaban emoción ninguna. Su pelo, negro y breve como la noche, descuidado y en su mandíbula una incipiente barba que sin duda compartiría el mismo destino.
Desde la sala podía escuchar perfectamente los ligeros pasos que se acercaban más y más a la puerta principal. Pasos rápidos y regulares que a los pocos segundos cruzaron el umbral de la oficina y observaron salir al detective, vestido con una vieja gabardina beige, herencia de su padre.
- Ciao! —Dijo una alegre y melódica voz femenina
- Ciao signorita Testa — Respondió la voz áspera y monótona notablemente afectada por el aguardiente mañanero.
- ¿Qué hay Eth? ¿Qué tal todo? ¿Has visto la orden de desalojo? ¿La qué está fuera, tirada en la papelera?
- Lo primero, ¿quién crees qué la ha tirado ahí? Lo segundo, soy tu superior, sabes que no debes llamarme así Cinzia.
- Eh.... Sí, claro, lo que digas. —Una risita suave procedió a inundar la estancia. Por cierto, traigo algo para tí. Homicidio.
- Homicidio... Bien, será una buena fuente de ingresos que destinar a la oficina.
- Mantenerla, querrás decir.
- Como sea. ¿Has hablado con la policía? ¿Y el equipo forense? ¿Investigadores? ¿Observado la escena del crimen?
- No. La policía no quiere compartir nada con una aprendiz. Te esperan a tí. —Se notaba un atisbo de molestia en la tonalidad de la voz.
- Con una aprendiz de 15 años. Ese es el problema. En fin, no hay tiempo que perder. VámonosEl detective salió de aquella minúscula oficina y cerró cuándo su aprendiz siguió su paso. Prendió un cigarrillo y tomó rumbo al Cadillac estacionado en la acera. Era un modelo nuevo, de carrocería negra y tapicería de cuero. Abrió la puerta que daba al asiento del conductor y se acomodó. Cerró la puerta y colocó su mano izquierda en el volante, la derecha en la palanca de cambios, sus piernas perfectamente distribuidas en los pedales correspondientes y esperó a que la damisela se colocara el cinturón antes de partir a comisaría.
6:37 de la mañana. El frescor se tornaba frío conforme el tiempo pasaba. El detective conducía hacia la comisaría mientras pensaba en su acompañante. Esa chica de 15 años que ocupaba su tiempo como ayudante en vez de estudiar como los demás adolescentes a su edad. Sin embargo, Smith conocía el motivo, pues al fin y al cabo, su trabajo los unió.

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El Caso McKenzie
Mistério / SuspenseManhattan, Nueva York. 1976 El detective privado Ethan Smith fue contactado por la NYPD para investigar un caso peculiar. Muy peculiar, dirían algunos. No podía hacerlo solo. ¿Estás preparado para investigar, detective?