Ambos entraron en la comisaría. Estaba mayormente vacía, sin contar a los oficiales que madrugaban. Educadamente, saludaron y preguntaron por el superintendente Kihuk. Fueron anunciados de su ausencia, ya que todavía no se encontraba en el edificio. En ese momento, Ethan decidió esperarlo en su oficina.
Su oficina era la mayor, pero no por demasiado. Estaba extrañamente organizada, con sus documentos bien guardados y lápices bien colocados en el lapicero. Encima de su escritorio, una terminal y un marco de fotos. En esa foto se podía ver a toda la familia: el superintendente, su esposa, y sus dos hijos, James y Sophia. En su interior, Ethan los envidiaba. El nunca había tenido una escena tan familiar porque su padre siempre estaba trabajando. En cuanto a su madre... Ella era licenciada en ciencias políticas, y fue elegida alcaldesa en más de una ocasión, así que no podía disponer de tiempo para su único hijo. Ethan creció siguiendo los pasos de su padre y viviendo entre libros de idiomas, psicología y criminología. Él nunca fue un chico normal, aunque a veces lo hubiera deseado siempre supo que era mejor así. Al fin y al cabo, los sentimientos eran fuertes hilos conductores de la conducta humana, así que cuanto más control tuviera de ellos, menos interferirían en su toma de decisiones.
O al menos así lo quería, la verdad es que tenía cierta debilidad hacia su acompañante. Para él era como una delicada flor que debía proteger del venenoso mundo exterior, la hermanita pequeña que nunca tuvo.
Al igual que hace tres años, cuando descubrió el paradero de la huidiza chica y los motivos de su persecución. Tras dar con ella una primera ve-
-¡Saludos detective!
El detective se dio la vuelta, mirando al superintendente. Un hombre de 43 años, de un metro y ochenta y seis centímetros de alto, complexión robusta y semblante serio. El aspecto hacía honor a la figura del agente. Era conocido por su firmeza y extendido sentido de la justicia. Smith sabía que el señor Kihuk era el único policía que jamás sería comprado, y por ello era su único confidente en el cuerpo.
- Jefe.
- Iré al grano, hemos encontrado un cadáver en el hotel Pennsylvania. Quiero que vayas allí y resuelvas el caso.
- Sí, señor.
- Bien, así mantendrás tu bonita oficina.Aunque a primera vista no lo pareciera, el superintendente Kihuk era un gran hombre. Jamás desalojarían a Ethan sin su consentimiento y él lo sabía, al fin y al cabo, el agente sabía que podía confiar en el detective Smith. Y ese sentimiento era recíproco.
7:01 de la mañana.
Ethan aparcó frente al hotel Pennsylvania y sacó su maletín de equipo del maletero, luego abrió la puerta para su ayudante.
En recepción informaron que eran los mandados del superintendente Kihuk y muy amablemente fueron conducidos a la escena del crimen.
Era una habitación barata, pequeña. Con una cama y un pequeño cuarto de baño. El suelo estaba tapizado de tela color salmón. El decorado era muy simple, algunos cuadros de paisajes y paredes de ladrillo pintados en blanco.
El cadáver estaba situado en el centro de la habitación, boca arriba. La víctima era un joven varón, de aproximadamente 20 años. Su pelo era castaño y estaba perfectamente acicalado. Estaba vestido con un jersey verde y unos vaqueros azules. Sujetaba una bayoneta en su mano derecha y tenía la garganta rajada.
- Creemos que ha sido un suicidio.
- No. —el detective tomó una pausa— Está claro que fue asesinado.
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El Caso McKenzie
Misteri / ThrillerManhattan, Nueva York. 1976 El detective privado Ethan Smith fue contactado por la NYPD para investigar un caso peculiar. Muy peculiar, dirían algunos. No podía hacerlo solo. ¿Estás preparado para investigar, detective?