Cap. 2

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“Querido Diario:

Hoy se repitió la misma rutina de siempre, si a eso le añadimos que no me lo pude sacar de la cabeza en todo el día. Desearía que mi suerte cambiara, créeme, pero al parecer sólo a los lindos les va bien en la vida. A mí todo me sale mal y esas palabras confirman lo inútil y feo que soy. 

Odio mi trabajo, odio mi aspecto… Odio todo de mí. A veces me pregunto: ¿existirán hadas madrinas, al igual que en los cuentos infantiles? En caso de que existan, necesito una con urgencia.”... 

No pudo continuar escribiendo en su amado diario, que lo acompañó por tantas travesías y guardaba todos sus secretos, ya que su amigo Harrison, que se quedaba con él algunos fines de semana, interrumpió su momento sublime. 

—¡Hey, Tom! ¡Tierra llamando a Thomas! — casi le gritaba en el oído el ojiazul, a lo que el castaño se cayó de la cama. El diario y el lápiz rodaron a otra esquina como si el suelo fuera una pista de patinaje. 

—¡Haz! Por poco haces que me dé un infarto. —se llevó una mano al pecho para asegurarse de que aún le latía el corazón. Se incorporó a duras penas y con ayuda de su amigo, que soltaba carcajadas. —Sí, claro, búrlate. —fingió molestarse, pero no pudo evitar reír. 

—Quería preguntarte si quieres pizza o comida china para pedir a domicilio. Hoy no tengo ganas de cocinar. —bufó Harrison dejándose caer sobre la cama dramáticamente, quedando en posición de estrella marina. 

—Pizza. Con pepperoni, queso extra, sin piña ni aceitunas y con los bordes rellenos de queso. —su estómago rugió y se le hizo agua la boca tan sólo pensar en su pizza perfecta. 

—Luego te quejas de que te salen granos y se te acentúan las lonjitas. —lo recriminó su amigo. —Tienes que hacer dieta, hermano. 

—¿Crees que no lo he intentado? Lo he intentado todo, Haz. Pero parece que lo único bueno en mi vida eres tú porque todo lo demás es una mierda. —suspiró. —Cómo desearía ser igual que tú. 

Harrison dejó el pedido a medias e hizo el teléfono a un lado para abrazarlo. No le gustaba verlo así. Él sabía que Tom siempre tuvo complejos con su físico. 

—No te pongas así. ¿Sabes qué es lo bueno de que estés gordito? Pareces un oso de peluche. —bromeó para hacerlo reír, lo cual funcionó. —Además, te puedo usar como almohada. Eres cómodo. 

—Ya, por favor, basta. —se sonrojó sin apartarse de él. —Eres un tonto. En el buen sentido. —se corrigió de inmediato. 

Harrison no parecía ofendido por el comentario.

—Y amas a este tonto. —le siguió el juego. —A ver, mi amor, ¿cuándo nos casamos? —le lanzó otra broma con el propósito de ponerlo más nervioso. 

Esta vez sí se apartó y, entre risas debido a los nervios, le sacó la lengua en un gesto claramente infantil el cual el ojiazul le devolvió. Luego, cada uno volvió a lo suyo. 

Tom abrió el diario en la última página y cogió el lápiz para proseguir con un dibujo que había hecho antes y al cual le faltaban unos retoques. No sólo escribía bien. Según sus padres, tenía futuro con el diseño gráfico. Le prometía mucho, pero la idea de que sus dibujos fueran expuestos y posteriormente el tener que mostrarse frente a las cámaras no le agradaba en absoluto. Para él era mejor así. 

No tenía el carisma ni la imagen apropiados para dar la cara por la editorial o cualquier empresa. No le importaba de todas formas. 

Una de las semanas anteriores, al pasar por el escaparate de una de las muchas tiendas, sus pupilas  se dilataron. Algo llamó su atención de tal manera que se quedó contemplando, embelesado. Era un traje azul marino de un diseño y elegancia exquisitos. Unos zapatos a juego desviaron su mirada del hermoso traje. Con eso, cualquier chico podía sentirse como un príncipe pero para lucir dicha exquisitez se exigía una buena figura y un cuerpo atlético. Sus esperanzas se desvanecieron de a poco. Lo único que pudo hacer fue tomar una foto con su celular para continuar el trayecto hacia su trabajo. 

—Y de nuevo te distraes. Hola. Cerebro, ¿estás ahí? —Harrison le golpeó suavemente la cabeza al notarlo en el limbo. 

—Mi cabeza no es un coco. Eso duele. —se quejó con un puchero. —Ese traje era hermoso, Haz. —suspiró como enamorado y sonrió bobamente. —Lástima que nunca lo tendré. 

—No entiendo por qué eres tan pesimista siempre. —lo regañó Harrison. —Claro que lo tendrás. Si te lo propones, claro. —agregó. 

El sonido del timbre interrumpió los pensamientos de Tom, que acudió a abrir antes de que su amigo lo hiciera. Sólo esperaba que el repartidor de pizzas fuera lindo. Así podría deleitar su vista y dar más rienda suelta a su imaginación. 

Al abrir la puerta, el chico le sonrió amablemente a lo que él no pudo evitar corresponder la sonrisa. 

—Son 30 dólares, amigo. —dijo el repartidor y Tom cayó en cuenta de que tenía que pagar. 

—Ahora mismo los busco. —se rió nerviosamente buscando el dinero desesperado hasta que encontró 50 dólares con 35 centavos. —Puede quedarse el vuelto y que tenga un buen día. 

Agarró la caja de pizza extra grande y lo vio marcharse. Mordió su labio inferior, nuevamente incómodo. Hasta el chico que repartía las pizzas era un bombón esculpido por los mismos dioses. ¿La vida lo odiaba o qué mierdas? 

Mientras, por otro lado, Jake Gyllenhaal bebía vino a la vez que descansaba en su sillón favorito y veía The Bodyguard, una de sus muchas películas preferidas. Esto sí era vida. 

Intentó ver la televisión en paz, pero tenía una imagen incrustada en su cabeza y ésta se negaba a salir. Recordó haber sentido que lo miraban fijamente en el trabajo esa mañana y notó también cómo un suspiro se escuchó en el lugar, rompiendo el silencio. 

Por increíble que parezca, cada vez que Holland llegaba a la editorial, se sentía nervioso cual adolescente en el primer día de secundaria. Algo poseía el joven que lo atraía. La pregunta era: ¿qué era ese “algo”?

Tom no tenía el aspecto más atractivo, eso estaba más que claro. Tampoco era muy carismático y eso también lo tenía claro. ¿Entonces qué tenía ese muchacho que lo ponía así? 

Era lo que quería saber y lo averiguaría tarde o temprano. 

Diario de un chico feo (Gyllenholland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora