Cap. 3

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Al día siguiente, Jake despertó ebrio hasta los cojones y de nada valió tomar aspirinas. La cabeza le dolía como nunca, pero aún así sabía que no debía volver a tomar tanto. De nada valía ya que recaía en el vicio cada vez que intentaba dejarlo. 

Al ser domingo, decidió que lo mejor era salir a pasear un rato y desenredar sus pensamientos. Durante toda la noche no pegó un ojo. No dejó de pensar en Tom y no tenía idea del porqué. Trató por todos los medios el sacarlo de su mente, pero la imagen de aquél joven tímido y “poco agraciado”, como decían algunos, se quedó en su memoria como si estuviera escrito con fuego. 

Jake, pese a ser condenadamente atractivo cual modelo de revista, no era superficial ni arrogante. No le importaba en absoluto si el chico era gordito, el acné en su rostro o su timidez. Al contrario, le gustaba y podían llamarlo loco, pero era la verdad.  

Por su parte, Tom devoraba una Big Mac que había pedido a domicilio mientras que su amigo Harrison lo miraba negando con la cabeza y reía cuando lo escuchaba hacer un leve “oink”, como un cochinito. 

—Ya me llené. —anunció eructando y limpió su boca con la servilleta para beber de la lata de Coca Cola. —Y no te vuelvas a reír, que te lanzo el refresco. 

—Oye, tranquilo, viejo. —se apresuró a decir Harrison alzando las manos en señal de inocencia. —Mejor salgamos. Me estoy aburriendo aquí adentro y podemos ir a una librería nueva que queda cerca. 

Tom no se negó, así que se alistaron para salir. Como siempre, Tom llevó su diario consigo. Por si acaso, decía. 

Ambos salieron y dejaron a la cachorra como guardiana de la casa. Harrison insistió en caminar con el creíble pretexto de que era lo mejor para los dos, sobre todo para su amigo. 

Mientras caminaban, pasaron por la tienda cuyo escaparate había llamado la atención del castaño y nuevamente su mirada aterrizó sobre aquel traje de príncipe de cuentos y esos zapatos que le quitaban el sueño. Permaneció largos minutos sin pestañear siquiera, lo que hizo frenar a su amigo, que se plantó a su lado contemplando lo mismo que él. 

—Con que este es el traje del que me hablaste. —Haz tomó la palabra rompiendo el silencio. —Sí que es hermoso. 

—No soy digno de él. —susurró muy por lo bajo Tom, apenado. —Es demasiado perfecto para alguien como yo. 

Suspiró apenas dicho esto y reanudó la caminata, cosa que su amigo tomó como una señal para seguirlo. Las palabras no hicieron falta en ese momento. Harrison no habló en todo el trayecto y lo agradecía internamente. Tenía mucho en qué pensar. 

Llegaron a la librería nueva y esperaba encontrar un par de libros que le faltaban en su pequeña colección personal: El ruiseñor y la Rosa y La Celestina. Los había leído muchas veces en la biblioteca escolar, pero nunca pudo tenerlos. Hasta ahora. 

Entraron y Tom, lo más rápido que pudo, se dirigió a la sección de los libros clásicos. Oscar Wilde era el primero en su lista de prioridades. Buscó dicho libro y, en cuanto lo tuvo en sus manos, buscó el de Fernando Rojas. Sólo quedaba un ejemplar de La Celestina, así que estiró su mano derecha para alcanzarlo y así finalmente cogerlo. 

Como dijimos al inicio del libro, a Tom Holland lo perseguía la mala suerte y sí, lo confirmó una vez más ese día. 

En su afán por agarrar el maldito libro, y debido a su falta de flexibilidad y movimiento, cuando casi lo tenía, tropezó con sus propios pies cayendo sobre alguien que estaba tras de él. La estantería cayó por igual, junto con todos los libros, y las pocas personas presentes fueron al lugar del estruendo para ayudar. 

¡Oh, sorpresa! En medio del desorden de libros desperdigados en todas direcciones, se encontraban un avergonzado Tom Holland y un risueño Jake Gyllenhaal. 

Un momento… ¡Jake Gyllenhaal! Eso significaba que… Mierda, mierda y más mierda. Había caído encima de su jefe. Por Dios, qué vergüenza. 

Ninguno reaccionó por unos segundos hasta que se escucharon unas risas. Harrison fue el primero y único que les ayudó a ponerse de pie. 

—Per… perdón. Soy un idiota. —se disculpó Tom, tartamudeando un poco. —S… Sólo quería un libro y… 

—Calma, que luego te dará un infarto y no queremos eso. Aquí lo tienes. —Jake se agachó para acomodar entre sus manos El ruiseñor y la Rosa, La Celestina y un cuaderno que no supo qué o para qué era. Se los entregó sin más. —Eres lindo. —susurró cerca de su oído. 

El sonrojo en las mejillas del pequeño castaño era notorio, en demasía, y quería creérselo pero,por alguna razón, no podía. 

—Yo también vine por unos cuantos compañeros. —rió Jake tomando unos libros del suelo y,como el menor no reaccionó, se presentó. —Soy Jake. Jake Gyllenhaal. 

“El amor de mi vida”, pensó Tom y simplemente sonrió levemente para luego ver cómo se encaminaba a la caja para pagar. 

Un suspiro abandonó sus labios y su mirada lo acompañó hasta que salió de la tienda, su figura alejándose y haciéndose cada vez más pequeña hasta ya no ser visible. 

—Te gusta, ¿cierto? —Harrison le puso una mano en el hombro, como diciéndole “te apoyo, hermano. Estoy contigo”. 

—Más que eso. Yo lo amo. —fue la respuesta de Tom, que aguantaba las ganas de llorar. Ojalá la vida no hubiera sido injusta con él. 

¿Y si resultaba ser casado? ¿Y si lo rechazaba? ¿Y si le rompía el corazón diciéndole que era sólo un juego y lo único que quería era su virginidad? Eso sería devastador para él, un golpe bajo. 

Pero Tom no sabía que Jake compartía sus dudas. 

Sí, así como leen. Así de perfecto como lo veían todos, Jake Gyllenhaal también poseía sus crisis existenciales y justo ahora tenía un dilema infinito en la mente, un enredo de magnitudes colosales. 

En el estómago sintió cosquillas cuando vio al joven y volvió a sentirse como un adolescente. Sus ojos derrochaban ternura y la inocencia era visible en su rostro. 

Quizás fue eso lo que le gustó de él y su instinto le decía que Tom tenía un corazón tan puro e inocente que era imposible compararlo incluso con lo mejor del mundo.

Para él, Tom era viva manifestación de que los milagros existen, de que Dios existe. 

Y si Dios existe, ¿por qué no habría de hacerlo tan bello ángel? 

Nunca encontraría la contestación a dicha interrogante. 

Diario de un chico feo (Gyllenholland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora