Capítulo 17 (Luchando por amor)

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Tras haber parado durante casi un día en la casa de su hermano, Hugo salió esa noche a caminar por la calle. Sin lugar a dudas, la imagen del rostro entristecido de Gin lo estaba atormentando. Comenzó a caminar sin rumbo definido, hasta que finalmente pudo llegar al puente donde alguna vez le declarara su amor a Gin, atando un candado al mismo y arrojando la llave al río. Sin ánimos de seguir viviendo, se trepó a la baranda del puente y se dispuso a saltar.

- ¡Hey! ¡Hey! ¿Qué está haciendo, joder? – gritó un ocasional transeúnte - ¿Acaso se volvió loco?

Hugo reaccionó y bajó rápido de la baranda.

- ¡Por Dios! ¿Qué hice? ¿Qué he hecho, por favor? – dijo Hugo llevándose las manos al rostro y sentándose al costado del camino. El joven que lo rescató se sentó a su lado.

- Si necesita contención, estoy disponible. Puede confiar en mí.

- Es que lo que hice no tiene perdón. No es perdonable. Ya no hay vuelta atrás – respondió Hugo.

- ¿Pues dígame cual es su problema que tan imperdonable es?

- Aquí no. Conozco otro lugar donde podremos hablar bien. – Dijo Hugo, invitando al joven a un bar de copas que conocía. Era un bar que atendía una vieja amiga de Hugo, llamada Rosana.

- No veo mala idea – dijo el joven - ¿Le apetece uno? – dijo ofreciendo un cigarrillo.

- Sí por favor – dijo Hugo y se puso a fumar. Entonces ambos se levantaron y fueron hacia donde Hugo había invitado. Una vez allí, Hugo contó toda su historia a su ocasional acompañante.

- Y así fue como perdí a mi mujer. Por más que lo intente, no la voy a recuperar. Es una mujer de carácter muy fuerte y no cambia fácilmente de parecer. La amo, pero tuve ese encuentro con esta otra mujer para ver si podía alejarla de mi mente.

- Pues es muy extraño hombre. Viniendo de usted que aparenta ser un potentado, venir a hacer estas locuras, con todas las cosas buenas que tiene para ofrecerle a su mujer. Y a esta edad.

- Pues mira chaval, no sé cómo será tu vida. Pero te puedo asegurar que por las fachas que llevas puedo adivinar tus costumbres. Yo también era así, andaba entre la rebeldía, me la pasaba de golpes en golpes contra quienes se cruzaban en mi camino y hasta perdí a un gran amigo por culpa de andar metido en ese tipo de compañías. No sé qué harás tú de tu vida, pero te comento lo que fue la mía antes de ser quien soy ahora. Esto que te digo, te lo cuento por tu bien. Todavía estas a tiempo de cambiar. Y lo que me sucedió, fue un remanente de esa vida. – comentó Hugo.

- Que coincidencia. Aunque no lo crea, esa es mi vida actual. Y también estoy pasando por un momento difícil. Se me está muriendo mi padre y me ha pedido que me haga cargo de la familia.

- Pues debes hacerlo chaval. No pensarás terminar como yo ahora, ahogando las penas en el bar de Rosana. – aconsejó Hugo - ¿Gustas otra ronda de Jerez?

- Por supuesto. Me agrada dialogar con usted. – agradeció el joven. En eso apareció Canela, la hija de Rosana, quien heredó de su madre la amistad con Hugo.

- Canela, bombón, sírvenos una ronda más de Jerez para mi amigo y yo.

Canela sirvió el Jerez con mucha práctica y Hugo y el joven se dispusieron a seguir charlando.

- Así que ya sabes chaval. Si tienes un amor en la vida, no dejes nunca de pelear por conseguirlo. No dejes que te pongan piedras ni ataduras a tus manos y pies, y lucha constantemente contra lo que te digan. – volvió a aconsejar Hugo mientras bebía su Jerez.

- Así será. Nunca dejo de pelear por los objetivos que me propongo. – respondió el joven.

- A propósito – dijo Hugo – no nos hemos presentado aún. Soy Hugo Olivera, gerente de Seat.

Por tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora