XV • ⟨Lo prometo⟩

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Terminó de acomodar el álbum de fotos, el único objeto personal que llevaría. El sol estaba a punto de salir, debía faltar poco menos de una hora y tanto para que el imponente astro iluminase su hogar.

Hogar... Que palabra tan lejana. En parte, era su culpa por haberle dado una connotación tan significativa a algo tan simple. Karmaland fue su hogar, donde se crió. Estudió sobre la magia, leyendas, la vida en general. Aprendió a desconfiar y al mismo tiempo a entregar su vida a manos del azar.

Dejó la carta dentro del sobre celeste bebé, cerrada con un sello de cera morada. No le sería difícil adivinar quién fue. Por suerte, ya no tenía más nada que hacer en el pueblo, puesto que el resto las entregó pasadas las dos de la madrugada del mismo día.
Junto al papel, decidió dejarle un pequeño regalo. Apoyó encima un collar, el cual consistía en un hilo negro más o menos largo que llevaba una cruz de ágata a modo de dije. La piedra era lo suficiente oscura como para pasar por negra, pero al momento de comprarla comprobó que siendo vista a través de la luz, el tono violáceo galáctico y brillante se distinguía con facilidad. Tal vez Rubius la tiraría por odio, pero quedaba su consciencia tranquila de que se esforzó en el detalle.

Se acercó por, seguramente, última vez a la habitación del rubio. Se sentó al borde de la cama, peinando los mechones rebeldes que caían sobre el rostro del híbrido hacia atrás. Tenía el sueño demasiado pesado como para despertar, una ventaja para él, y la condena del menor. Rubius se removió, buscando el tacto nuevamente, ganándoselo junto a una risa suave. Se le estaba rompiendo el corazón sin saberlo. Dejó un vaso de agua sobre la mesa de luz, lo venía acarreando hace varios minutos dudoso de si hacer o no esa atención siendo que ya no tendría sentido. Pero prefirió mantener todo tan intacto como pudo, y lo hizo. Salió de la habitación rumbo a la planta baja, donde todo estaba listo.

Tomó ambas mochilas, colgándose una y acomodando lo mejor posible la otra para que no le molestase al momento de correr y escalar. Cuanto antes pudiera alejarse de la zona conocida, antes estaría demasiado lejos como para arrepentirse.
Salió sin más vueltas, cuidando de no hacer ruido al cerrar. No tardó mucho en llegar casi a la entrada del pueblo. Ese lugar donde si bien no había ningún cartel ni nada similar, todos tenían claro que terminaba su civilización. Le faltaban unas casas apenas.

Fue allí, con muy poca claridad y los primeros rayos de sol rozando las montañas, que cierta figura esbelta un poco más baja que él llamó su atención. Tragó en seco, el vello de todo su cuerpo se erizó. La presión fue peor cuando dicha persona volteó su cabeza hacia el sitio donde se encontraba parado.

Verde y morado se encontraron nuevamente, como tantas veces, como tantos años.

Vegetta esperaba algo. Un regaño, recriminación por dejarle solo una estúpida carta, tal vez incluso algún golpe producto de la frustración; pero no. Por primera vez Vegetta distinguía resignación en esos ojos que tanto lo acompañaron en su corta vida.
Decidió seguir adelante, pasando por delante suyo, frenando al estar a menos de un metro.

“Si estás esperando una súplica, no vas a obtenerla.” Fue lo primero que dijo el albino, sacando la cajetilla de cigarros de su chamarra verde. Le ofreció, y Vegetta lo miró con asco, negando. Se encogió de hombros, sacando uno para colocarlo en sus labios y guardar la caja. “Si esperas que alimente tu ego diciendo que te necesito y no podría vivir sin tu presencia en el pueblo, estás muy equivocado. No voy a rogarte, Samuel.” Prendió el elemento, dejando que el humo cargado de nicotina y cuanta mierda tóxica existente entrase a sus pulmones.

“No espero tu compasión, Guillermo.” Joder que era personal la charla. En otro contexto, jamás hubieran utilizado sus nombres de forma tan seria. “No consideré a nadie más que a mí mismo para tomar esta desición.”

Nacidos para encontrarse ; Karmaland4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora