Capítulo VII: Ancla

2.2K 196 152
                                    

Justo en ese preciso instante, el palpitar de su corazón era tan veloz que, si sus pensamientos no giraran en torno a algo más, estaría realmente preocupado por sufrir un ataque; podía sentir el ritmo frenético de sus latidos como si tamborilearan a milímetros de sus oídos. Pero ni el calor que desde hacía rato se había instalado en sus mejillas resultaba tan molesto como la sensación que de a poco se acrecentaba en su pecho y se extendía por cada fibra de su ser: el saberse descubierto nunca supuso un problema para él; sin embargo, las cosas eran diferentes en ese momento.

Se hallaba expuesto, sin lugar a dudas; a su merced, por completo. Y no de un modo que atentase en contra de su integridad física; no, iba mucho más allá de algo tan banal como eso. He ahí la razón por la cual, de pronto, la desorientación le sobrevino, haciendo que todo a su alrededor se tornará difuso; apenas era consciente de lo embotados que se encontraban sus sentidos, la habitación alrededor parecía volverse estrecha conforme los segundos seguían su curso, y un leve pestañeó por su parte fue necesario para que pudiese enfocar la visión —o intentarlo, al menos.

Los ojos claros de Liam le recibieron de inmediato; serenos, pero expectantes al mismo tiempo. Theo no era capaz de descifrar lo que escondía detrás de esa, a su criterio, inquietante mirada; pese a su esfuerzo, solo podía tildarla como inescrutable. Ese hecho era suficiente para hacer que hasta el último recoveco de paz y tranquilidad que le quedaba, se esfumara como espuma sobre el mar, dejándolo cual náufrago a la deriva. Pero le resultaba imposible apartar la vista, porque una especie de fuerza magnética le mantenía preso en el brillo de sus iris color cielo.

Entonces una semilla de duda se sembró en la convulsa tierra de sus pensamientos, germinando en la más curiosa de las preguntas: ¿desde cuando era él, precisamente él, Liam Dunbar, quien con tanta naturalidad se encargaba de hacerle callar? Un par de segundos después, comprendió que no tenía caso tratar de contestar aquella interrogante. Pues bien sabía que el lobo allí presente, el mismo que recién acaba de despertar, no solo le había robado las palabras de la boca, sino que se empecinaba en desestabilizar su pulso y arrebatarle cada fragmento de cordura que se encontrase en su mente.

Y tan solo le estaba mirando.

¿Acaso gozaba de conocimiento alguno sobre ello? ¿Sabía cuánto poder estaba teniendo sobre él en ese momento? Una ínfima parte de la quimera, en lo que respecta al tema, prefería mantenerse en la ignorancia.

El silencio reinante era tal, que no podía siquiera conseguir escuchar el sonido de las máquinas que se hallaban en la habitación, como si de un instante a otro hubiesen pasado a un segundo o tercer plano inclusive. La tensión que imperaba se volvía insostenible; sin embargo, lo era aún más al detenerse a pensar en la forma ideal para hacerla quebrar.

En su garganta se instaló un grueso nudo, el cual intentó disipar pasando saliva; lo hizo con dificultad.

Aún si dentro de sus intenciones estuviese pronunciar palabra alguna, lo cierto era que la quimera no podría hacerlo: su capacidad de hablar parecía haber sido robada de un solo movimiento y con descaro, frente a sus narices. Aquel hecho le instaba a sentirse estúpido e impotente, ante el giro que dieron los acontecimientos. Theo Raeken se hallaba en medio de una terrible encrucijada: por un lado, deseaba huir; por el otro, sabía que no era posible hacerlo.

Descubrió un exigente deje de decisión en el tono azulado de sus ojos, cuando se percató de cuán perdido se encontraba entre ellos; eran como el mar: turbios, poderosos, violentos, y sentía que se ahogaba en su mirada conforme los segundos pasaban.

Theo se había convertido en un marinero carente de norte; sin rumbo, exploraba las inestables aguas de su pútrido corazón. Aunque no lo admitiese jamás en voz alta, la verdad era que le resultaba aterrador; incluso más que el vívido recuerdo de su hermana mayor, aquel que constantemente le perturbó.

Destinos entrelazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora