Capítulo V: Enemigos

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—¿Estás bien?

El eco de sus voces resonaba una y otra vez en su cabeza, como si se tratara de una estridente melodía que, progresivamente, le inundaba por completo. El hazel de sus ojos se hallaba opacado por un fino manto de neblina, razón por la cual le era imposible enfocar su vista; de forma inconsciente, pestañeó un par de veces seguidas, en un vano intento por deshacerse de aquella borrosa capa. Pero nada había cambiado, apenas era capaz de percibir difusas siluetas.

—Resiste.

Un susurro se abrió paso en sus oídos, justo antes de que sintiera embotado su sistema auditivo. De un momento a otro, un intenso pitido amenazó con hacer reventar sus tímpanos. Entonces, a medida que sus pasos le conducían a través de un difuso sendero, una sensación opresiva se adueñó de su pecho, cortándole la respiración en el acto, por un par de segundos.

—¿Qué ves?

Las voces se mezclaban entre sí, creando aún más confusión de la que ya había. Un pestañeó fue suficiente para que todo a su alrededor se volviera negro, y el pitido regresó con mayor fuerza, logrando así que un intenso dolor se instalara en su cabeza. Cuando sus ojos volvieron a abrirse, las luces le golpearon de lleno, haciendo arder sus retinas y escocer sus lagrimales; las figuras a su alrededor se movían veloces, tan solo dejando a su paso una estela fugaz; los colores se perdían unos en otros, y el aire cálido se transformaba en gélido.

Tanto como para hacerle tiritar.

Pero, en vez de ello, descubrió que le era imposible moverse. La presión en su pecho se esparcía por su abdomen y regresaba hasta subir por sus hombros, tensos como firme roca; su pulso se disparó en el preciso instante en que su dificultosa respiración se vio interrumpida por la asfixia. Y fue en ese instante, cuando sus cuerdas vocales hirvieron con el calor de la desesperación, que diestra y zurda se alzaron en dirección a su cuello, con la única intención de deshacerse de aquello que parecía rodearle con fuerza.

Nada.

—¿Estás bien?

De nuevo, esa pregunta se dejó escuchar cual siseo. Presa de algo que iba más allá de su entendimiento, consiguió con éxito llevar a cabo el próximo movimiento; giró el rostro a la izquierda, luego a la derecha, en busca de algo, o alguien. Sin embargo, estaba lejos de dar con lo que sea que requiera su atención.

—¿Qué ves?

Pronto, a la opresión de su pecho se le unió un incesante hormigueo, el cual le hizo dirigir sus manos a la zona afectada; experimentaba la sensación de haber sido atacada por miles de abejas, que enterraban con furia sus aguijones en su blanquecina piel. Entonces, fue capaz de percibir cómo las yemas de sus dedos se empapaban con un cálido líquido; aquel hecho le hizo bajar la vista, por lo que pudo apreciar como el carmesí se abría sobre la tela de su blusa, cual florecilla a la luz del sol.

Sus ojos se abrieron más de lo usual, y su diestra se deslizó bajo el suave algodón, descubriendo centímetro a centímetro de su piel;. conforme transcurrían los segundos, ennegrecidas venas se abrían paso por su plano abdomen, trazando un camino en ascenso, hacia su frenético corazón.

El tiempo se detuvo frente a sus ojos, y fue su propia voz la que le sacó esta vez de su ensoñación.

Un grito alto y agudo, potente, con la capacidad de quebrar cristales y azotar cuerpos a través del aire.

—Lydia, ¿qué sucede?

—Están en peligro.

•••

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