Capítulo 8: Las fotos y el plan que salió mal.

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Como hace dos días atrás, una sensación horrible se cierne sobre el pobre John Egbert nada más abrir los ojos. Suelta una queja para si mismo y se tapa la cabeza con la almohada, prometiéndose por segunda vez esa semana que no va a volver a beber. Mientras todo le da vueltas y siente la boca seca y con un gusto horrible piensa que por lo menos tiene la suerte de que es viernes y no tiene clases.
El joven se toma un minuto para respirar hondo y recuperarse todo lo que pueda antes de levantarse de la cama, que por cierto, está vacía. Y menos mal, porque cree que si llega a ver a Dave sin estar preparado, probablemente le vomitaría encima por la resaca y la vergüenza.
Lentamente, va rememorando la noche: el regalo que le hizo al rubio, el beso que le dio como agradecimiento, toda la gente que vieron fuera de la discoteca, cuando conoció a Dirk y lo guay que le pareció... A partir de ese punto, todo se vuelve un poco más confuso, como si no pudiera recordar los detalles, pero desde luego sí lo que ocurrió en un plano general. Con vergüenza, piensa en la intensa vuelta en coche, todo el camino desde el portal hasta su casa y, sobre todo, lo que pasó justo en la cama donde de repente John cree que no aguanta más estar.
Al final decide levantarse y sentarse al borde del colchón, mirando al suelo. Se frota un poco el pelo revuelto y luego se pone la mano en la mejilla, dándose cuenta de lo caliente que tiene la piel ahí. Mierda, menudo momento para ponerse rojo, porque justo acaba de escuchar la voz amortiguada de Dave viniendo de fuera de su habitación... tal vez esté hablando por teléfono.
Sin embargo, sabe que no puede quedarse ahí para siempre y que tiene que afrontar la embarazosa situación del día después. Así que coge su bata roída de ir por casa y de mientras, intenta acabar de recordar cómo acabó la cosa... lo cual no recuerda. Eso le hace emparanoiarse un poco; ¿y si hizo algo más a partir de ese momento en el que se volvió todo negro? Aguanta la respiración un momento e intenta prestar atención a su propio cuerpo, pero no nota ningún dolor ni nada parecido, todo parece estar en su lugar, así que probablemente no pasó nada después de que Dave bajara y...
Sólo de recordar esa escena en concreto vuelve a ruborizarse y preguntarse cómo se supone que tiene que mirar a su amigo a la cara ahora... Pero no tiene tiempo para sentir vergüenza, sabe que no puede quedarse en su cuarto para siempre, así que se ata con firmeza la bata, se pone las gafas, y aunque está despeinado y seguro que tiene una cara horrible, sale y se dirige hacia el salón.

—Anda, si la Bella Durmiente ha resucitado sin beso. —La voz le hace quedarse parado justo cuando sale al salón y girarse hacia la barra americana. Es Dave, que está ahí sentado con...
—Buenos días, John. —le saluda Dirk, que está en el taburete contiguo al de su hermano. Aunque intenta esbozar una media sonrisa, sus ceño está ligeramente fruncido y sus labios tensos.
—Dios. Digo... hola. —balbucea el dueño del piso, que no puede creer que Dirk Strider esté también en su casa y viéndole de esa guisa.
—Ahora iba a entrar éste a darte el beso de resurrección, estábamos esperando a que fuesen las doce en punto. —añade Dave, ganándose una mirada de pura vergüenza por parte de John.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunta el Strider mayor al recién levantado, ignorando a su hermano.— Anoche bebiste mucho.
—Pues... pffffff. —El moreno resopla y hace un gesto de dispararse en la sien, pegándose dos dedos en la cabeza. Luego sonríe y se encoge de hombros mientras se acerca a la barra americana.— ¿Y qué hacéis los dos aquí tan temprano?
—Primero, ¿estás sordo, ciego o ambos? Repito, son casi las doce del mediodía. —La intervención de Dave es un poco brusca, tanto por su tono como por sus palabras.— Y segundo, por qué te extrañas de que yo esté aquí. Anoche volví contigo, es que lo has olvidado o qué.
—¿Las doce del...? —John mira un momento el reloj colgado en la pared, pero las últimas palabras de su amigo le hacen volver a mirarle. ¿Estará picado porque cree que no se acuerda de anoche...?— Yo... no lo he olvidado. Sólo quería saber...
—¿Qué hace mi hermano aquí? —le corta el rubio, que aunque parece seguir a la defensiva, relaja su postura.— Pues tocar los cojones por gilipolleces, cómo no.

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