En algún lugar del mundo (microcuento)

68 24 21
                                    

María no era un niña normal.

Bueno, en verdad si lo era. Pero se había autoconvencido con la idea equivocada. Para ella, su diferencia se hacía notar. Todo el tiempo.

No es que tuviera un rasgo distinto a simple vista. Su "anomalía" era interna, vivía muy dentro de ella.

María tenía una enfermedad en el corazón, nunca recordaba su nombre. Pero tampoco le parecia importante. No era el nombre lo preocupante sino todo lo que esa afección le había quitado. Esperanza de vida, amigos, la posibilidad de correr y saltar por los rincones y los parques.

Esa enfermedad era una maldita ladrona.

Tenia que consumir cinco pastillas a diario que lo único que conseguían era anestesiar el dolor por unas horas y mantener estable la respiración. Porque claro, esa maldita afección también hizó estragos a sus pulmones.

Tenía diecisiete años. Sólo diecisiete años y ya tenía un motivo porqué luchar: seguir viviendo. Simplemente eso.

A la niña le gustaba escribir poemas. De esos versos que llegan al alma y le hacen cosquillas. Era realmente talentosa. Contagiaba a las personas que la rodeaban su creatividad. Pero ella no vivía lo que escribía. En su interior yacía un mundo oscuro y asfixiante, y la escritura se había transformado su vía de escape.

Un día decidió comenzar a publicar lo que tanto le gustaba. Ya había generado una importante colección de poemas y no quería perder tiempo. Sentía que ese era su momento. La típica frase "tenés toda una vida por delante" no la convencía en lo más mínimo así que se descargó una aplicación de ícono naranja y creó su primer libro de poesía. Al principio temía que a las demás personas no les fuesen emotivos sus escritos pero eso no fue así. Los lectores hacían notar su interés con múltiples comentarios y votos. María era feliz. Nunca se había sentido tan útil en su corta vida.

Una tarde soleada, la muchacha se encontraba tumbada en su cama, mirando hacía la ventana mientras el sol le daba de lleno en su pálida piel. Muchas veces se había imaginado así misma corriendo pero nunca se podía hacer una idea exacta de lo que se sentiría ni de como se vería con el sudor cayendo sobre su cuerpo. Todo era parte de su imaginación, de una realidad tan utópica como pensar que ella algún día vería a sus nietos correr y abrazarla.
Una triste utopía.
De repente, entró a la aplicación naranja y observó las notificaciones. Muchas personas habían votado y comentado el último poema que había subido. Se le dibujó una sonrisa al leer las palabras de amor que permanecían en cada página.
Luego se dirigió a la sección de "mensajes" y vió una notificación. La sorpresa la invadió por completo. Desde el mes que llevaba escribiendo en ese sitio, nunca nadie le había escrito. El mensaje era de un usuario que se hacía llamar "fenix23". ¿Eso es un nombre?- se preguntaba la joven. Al ingresar y leer lo que escondía el mensaje no pudo evitar emocionarse.
Decía lo siguiente:

"Tus versos me han demostrado que cualquiera puede ser Fénix, nacer, morir y resurgir más fuerte. Y tu, tu serías el Fénix más perfecto para mí
Atte. Tu ave admiradora en algún lugar del mundo".

Tres años más tarde...

- @Marie345 :

La vida. Esa loca transición de dolores, alegrias y coincidencias.
Esa magia que te hace cosquillas en el estómago y caricias en el corazón.
Duele, si que duele.
Pero como un Fénix, puedes renacer.
Siempre. Crecer de tus cenizas.
Yo veía al mundo gris.
Pero al final llegó él, y me enseñó a observar al mundo del mismo modo en que lo pinto.
Mágico. Inmenso.
La vida. La extraña vida. Que pasa por la esquina y te hace sentir, sentirte.
Mi corazón es frágil. Palpita débilmente.
Pero mientras tanto lo miro. Lo beso. Lo toco.
No perderé un sólo instante.
Él es mi Fenix.
El es la vida.

Terminó de teclear y abrazó al joven que yacía a su lado, en su silla de ruedas. Él la contempló mientras dibujaba su silueta. La besó como si no existiera un mañana. Y le dijo:

"Nuestros nietos dirán que somos las aves más hermosas de este mundo. ¿No te parece? ".

Maria pensó en la remota posibilidad y sonrió de alegría.

"Claro que sí"- respondió- Estoy segura.

Los cuentos del girasol ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora