Tired

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"Nos alejamos para sobrevivir."





•Narradora•




Viernes por la mañana, la lluvia resonaba por las calles de la ciudad de Los Santos.
Mackenzie entraba apresurada a comisaria tratando de cubrirse lo más que pudo con su chaqueta, cosa que no funcionó muy bien. Se maldecía por olvidar el paraguas siempre en casa.

La chica hizo lo de todos los días, y una vez lista y ya armada subió escaleras arriba para dirigirse a su despacho.
Con llaves en mano y apunto de abrir la puerta se percató de dos voces provenientes del final del pasillo, justo en el despacho de los Comisarios y el Superintendente.

Su entrecejo se arrugó y volteó a ambos lados para asegurarse de que nadie la vería hacer lo siguiente. Ir a cotillear un poquito, un poco no más.

Caminó a paso lento tratando de no hacer ruido con el ancho tacón de sus botas.

—Joder.—susurró.

Una vez cerca, las voces se aclararon, y paró en seco. Eran Horacio y Volkov.

—A ver Horacio, escúcheme. Necesito que me diga de una puta vez que cojones está pasando.—escuchó decir al comisario.

—¿Y por qué querría usted saber eso? ¿De cuándo acá le preocupa?—

Mackenzie abrió ligeramente los ojos.

—¿Disculpe? Horacio, las cosas no están como para que usted y Gustabo empiecen a hacer el gilipollas otra vez. No entiendo como coño un día un tío le da de tiros en las piernas y al otro usted está vendiendo sus mierdas.—

Volkov se escuchaba irritado.
"Bueno, cuando no." Pensó la pelinegra.

—Eso es algo que a usted no le incumbe. Eso es problema ¿Y SABE QUE HAGO CON LOS PROBLEMAS?—gritó lo último.—¡Los problemas me los como!—

—Horacio...—

El nombrado lo interrumpió. Justo ahí Mackenzie decidió no escuchar más y salió casi corriendo hacía las escaleras, huyendo del peligro.

—Ya vale, Volkov. Ya tuve suficiente de mierdas, estoy harto. Es un hecho que siempre se me dará a notar por lo malo, por mis errores, y nunca nadie notará todo lo que he hecho por los demás, lo que he hecho bien. Jamás se me va a ver como lo que soy, no soy un simple gilipollas, mucho menos un retrasado mental como usted me dijo hace unos días.—suspiró.—No soy un ser manipulable ante el antojo de cualquiera, tengo el valor propio tan grande como cualquier persona, e incluso más grande que muchas personas. Soy una buena persona, y no merezco todo lo que me ha pasado desde que comencé a tener uso de razón.—se pasó una mano por la cara.—Tengo mucho que dar, sin embargo, ya no pienso dar nada a quien no lo merece, ya no. No puedo permitir que todos los que me ven me pisoteen como si fuera un puto insecto, se acabo. Me voy a la verga. Y el Horacio modo diablo no es una broma a partir de ahora.—finalizó.

Horacio salió del despacho dando un portazo, dejando a un Volkov sorprendido y con el corazón extrañamente acelerado.

Jamás imaginó a Horacio decir algo así, y de alguna manera eso lo había dejado sin palabras, incluso se sentía impresionado por la gran sinceridad de sus palabras. Él era consciente de que el hombre de la cresta jamás había sido tratado con respeto, que era burlado cada día,  por su aspecto, por su forma de vestir, por su actitud libre.

Y la verdad es que Horacio estaba cansado, ya no quería sentir que era menos ante todos, quería hacerle saber al mundo que existía, que valía la pena, que era mejor que muchos que van por la vida creyéndose reyes y dioses. Jamás se hubiera imaginado que ser él mismo le traería tantas tragedias y dolor a la vida.

sun is shining; jack conwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora