Heaven

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Narra Mackenzie






Había despertado hace al menos una hora, eran aproximadamente las 7 de la mañana. No me hubiera levantado jamás, ni de coña a esta hora un puto día de descanso, pero las náuseas que inundaron mi ser y me hicieron despertar de golpe fueron más grandes que cualquier cosa.

A este paso era obvio que ya había vaciado la cena entera de la noche anterior. Las arcadas seguían presentes, y era peor al saber que ya no había casi nada en mi estomago para seguir expulsando.

Puse mi mano en la pared y me impulsé lo más que pude para lograr ponerme de pie e ir al lavabo a lavarme los dientes y la cara. Mi cuerpo entero estaba temblando de debilidad, pero hice lo que pude para asearme evitando lo más que pude caer tendida sobre el suelo. Sequé mis manos y mi cara con una pequeña toalla y seguido salí a la habitación en dirección a la cama, donde aún se encontraba Conway dormido con mucha plenitud. Me dejé caer de boca sobre el colchón, el sonido de mi cuerpo y el quejido que salió desde mi garganta se convirtieron en uno sólo.

Mi cabeza quedó mirando justo al hombre que tenía conmigo, lo observé dormir por unos segundos, me gustaba la maravillosa serenidad que demostraban sus facciones y la respiración tan calmada que tenía, ese era el único momento donde estaba relajado al cien por ciento.

Mis ojos comenzaron a cerrarse y todo mi organismo se sintió flotar, ya nada, ninguna parte de mi cuerpo me pesaba, demasiado lío sólo para decir que ya estaba quedándome dormida.

Las horas habían pasado, o eso quise creer cuando sentí como Conway agitaba con suavidad mi brazo. Hice una mueca de desagrado al abrir los ojos, el malestar en mi estomago y en mi cuerpo en general seguía ahí, incluso sentía como había algo de sudor en mi frente y cuello. Giré al otro lado y miré a mi compañero, quien ya tenía su mirada puesta en mí. 

—Hola.—hablé con la voz adormilada. Jack me sonrió y acarició mi cabello con cautela.

—¿Cómo estás, muñeca?—preguntó en un susurro.

—Me siento terrible. Sólo quiero morirme ahora.—apreté los ojos y me encogí en la cama haciéndome bolita con una almohada entre mis brazos.

—Voy a prepararte el desayuno ¿vale? No puedes quedarte así.—tocó mi frente.—Tienes fiebre ya, voy a traerte tu medicina.



Todo lo que estaba ocurriendo no eran más que los síntomas de la leucemia. Hace unos días comencé a medicarme por primera vez en mi vida, las molestias eran tan feas y hasta cierto punto insoportables que no había otra opción. La enfermedad no estaba avanzando, ni se estaba haciendo más fuerte, simplemente estaba jodiendome la existencia.

Era insoportable, y no precisamente por ser doloroso, era algo con lo que podía cargar con facilidad si me lo proponía, pero no me permitía hacer nada de lo que me gustaba, especialmente trabajar.

Me levanté y fui directo al baño, el calor que me invadía trajo consigo la necesidad de darme una ducha. Me desvestí por completo pero antes de entrar no pude evitar fijarme en mi reflejo en el espejo que tenía frente a mí. Habían aparecido algunos moretones, pequeños puntos y marcas rojas en mi abdomen y espalda, incluso en mis piernas. Suspiré y pasé una mano por mi cara para luego finalmente entrar a la regadera.


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Bajé como pude las escaleras y caminé a la cocina, de donde provenía un olor exquisito el cual hizo a mi pobre estomago rugir. Entré y me quedé abrazando el marco de la puerta para poder ver bien a Conway quien ya servía un poco de todo a uno de los platos. 

sun is shining; jack conwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora