Recuerdos

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Si me preguntan, creo que lo amo desde el día en que llegué a la mansión. Tan solo tenía seis años, y si bien no entendía lo que me pasaba, hoy con veinticuatro, les juro que era amor. No sean malos conmigo, no suelo ser tan cursi pero con él debo hacer una excepción.

  Ya han pasado diecinueve años desde aquel día pero lo siento como si fuera ayer. Mamá estaba nerviosa, constantemente se pasaba las manos por la falda almidonada a la vieja usanza. Solo tenía veinticinco años en aquella época pero sus padres la tuvieron de mayor y sus hábitos así lo denotaban. Era una persona en apariencia muy seria y reservada, nunca expresaba sus sentimientos. Aún hoy no lo hace. Creo que, si bien ella era tímida, mi padre fue quien acentuó esa característica.

  La conoció cuando tenía quince años, y él cuarenta. Sé lo que están pensando, y tal vez tengan razón. Qué se puede hacer. Lo hecho, hecho está. No empezaron a tener una relación íntima hasta los diecisiete, creo que a papá le daba un poco de pena acostarse con alguien de uniforme escolar. De todas formas, alguien le tuvo que haber dicho que seguía siendo menor, y aunque no lo fuera la diferencia de edad era demasiada hasta para esa época. Y también estaba el otro tema, el de su familia oficial. Estaba casado y tenía tres hijos varones. Habló en tiempo pasado no porque se haya separado sino por falleció hace cuatro años. Siento pena de decirlo, pero no me afectó demasiado la noticia. Cuando era pequeña me veía cada una o dos semanas, en la adolescencia eso cambio. No era un padre amoroso, nuestra relación, por lo menos de parte de él, se impulsaba por la culpa. Llega un punto, cuando dejas de ser una niña dulce e ingenua, sobre todo cuando llegas a la edad que tenía tu madre al conocer a ese señor que te das cuenta que nunca te hizo falta. Mi madre era la única familia que necesitaba y que necesito. Tanto es así que hablamos varias veces al día. No me gusta admitirlo pero la extraño.

  Papá pagó todo lo que me hizo falta hasta que murió, respecto a lo esencial. De lo otro se encargó mamá, como la universidad. Me la pagó con los ahorros de toda su vida. Gastaba lo justo e indispensable en ropa y comida pero nunca tuvimos una casa propia, siempre vivimos en la casa de sus patrones. En el edificio detrás de la mansión. ¿Pueden creerlo? Todavía existe esa clase de familias, de las que tienen un edificio para los empleados. Cuando llegamos nos dieron uno de los departamentos más pequeños que tenía lo esencial: cocina, baño, camas. Pero lo que más me gustaba era pasar el tiempo en la terraza. Desde ahí se veía la zona de fiestas, como yo la llamaba. Ese lugar al costado de la piscina olímpica. No podía dejar de mirar, esa clase de lujo no se veía todos los días. Las fiestas eran de una magnificencia que te segaban.

  Eso le daba miedo a Isabel (así se llama mamá), verme tan encandilada. Creo que tenía miedo que un día por estar mirando tanto hacia arriba me calleja de cara en las piedras. No la mal entiendan, no es que ella fuera clasista o alguna cosa por el estilo. Pero si era realista. Las cosas se deben ganar por el esfuerzo propio, si no tienen cimientos sólidos no aguantan ninguna tormenta. No sé. Supongo que lo decía por conocimiento de causa.

  Mañana vuelvo a casa, desde que me fui a la universidad no he vuelto a poner un pie en esa propiedad. Estoy nerviosa y ansiosa por verlo. Mamá me comentó que estará un tiempo por aquí, hasta que terminen de remodelar su nuevo departamento en la ciudad.

  ¿Qué dirá al verme?

Un amor imposibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora