El chofer del taxi me miraba como preguntándose si estaría perdida o simplemente iba a entrar a robar. Al verme, esta mañana en el espejo, no parecía tener tan mala pinta. Pero al mirar sobre mi hombro seguía, con el motor encendido, en el mismo lugar.
—Sí, no se preocupe. Deben de estar ocupados con el almuerzo y no escuchan el timbre —le dije esperando arrancara de una vez para poder saltar la reja. Dudo unos segundos pero lo hizo. «No se preocupe», le dije. ¿De qué se iba a preocupar? ¿De no ser testigo en la corte cuando lo llamen a declarar porque una loca entró en la propiedad de una de las familias más prestigiosas del estado?
Me imagino el interrogatorio:
—Dígame, y usted ¿no vio nada sospechoso?
—Y... como sospechoso, sospechoso, muchas cosas. Llevaba una mochila, como las que usan los hippies que se van a dar la vuelta al mundo, y el calzado bastante gastado. Qué quiere que le diga, uno trata de no juzgar a las personas por su apariencia —hace una pausa mientras frota la cruz que lleva en el cuello—. Pero esta aparentaba traerse algo raro entre manos.
Son las once de la mañana y con la seguridad que me da la experiencia de haber crecido en este lugar, sé que nadie va a atender el comunicador. Casi puedo escullar el sonido que hace la vajilla al chocar entre sí. Casi puedo oír a mi madre decir: «A la señora no le gusta que nos demoremos al servir, y cuanto antes lo hagamos antes vamos a comer nosotras, Clara»
La Señora, a La Señora tampoco le gusta que la hija del ama de llaves salte la reja para entrar pero es lo que va a hacer en este momento. Primero probaré con mi mochila. Esa no fue una buena caída, qué bueno que no llevo nada que se pueda romper. Ahora me toca a mí. Aunque los apretados jeans de persona adulta, que casi no la dejan respirar, no estén colaborando en este momento. Por suerte llevo calzado deportivo, una de cal y otra de arena, ¿No?
Esto, de seguro, cuenta como experiencia en campo. Una buena periodista debe saber trepar rejas. Espero sigan teniendo los mismos perros porque nunca fui muy rápida. Siempre le eche la culpa a mi metro cincuenta y ocho pero creo que si fuera una mujer de largas piernas tampoco sería buena atleta. Mi forma de ser no va alineada con los deportes en general, solo con saltar rejas. Y aún estoy por ver si lo logro.
Nota mental: sería bueno siempre llevar calzones con almohadillas para cuando te caes de culo. Anotado.
—Estás completamente loca —escuche decir mientras me arreglaba la ropa.
—¿Tony?
—Sí, soy yo —contestó sin poder quitarse la sonrisa burlona.
—Deja de reírte que me dolió.
—¿No podes ser una persona normal y esperar que te abran?
Lo miré como diciendo: no me provoques. Saben de la mirada que hablo, ¿no? Me gusta la pelea uno a uno pero no era el momento.
—Perdón ¿un abrazo de bienvenida?
Sonreí y me tiré encima de él a lo koala. Aunque a veces me haga enojar diciéndome que no soy una persona normal, Tony es mi amigo de toda la vida. Es a quien llamó cuando estoy asustada porque me cambie de departamento a un barrio que no se ve muy bien y no sé qué estoy haciendo con mi vida. Él es esa persona. Tengo más amigos y amigas en la ciudad pero nadie que sea capaz de quedarse al teléfono hasta que me duerma o me corten la línea por falta de pago.
—Pensé que llegarías mañana.
—Sí, esa era la idea —le dije mientras lo soltaba y levantaba mi mochila—. Pero quise darle una sorpresa a mamá. Aunque no calcule que el vuelo se iba a demorar y caería a la hora del almuerzo, en sentido literal. ¿Por qué estás vestido así?
—¿No te gusta mi traje?
Claro que me gustaba su traje, se veía muy bien para ser sincera. Creo que la última vez que lo vi usar uno fue en el baile de graduación. No era tan caro ni a la medida, era de John, su padre. En ese momento Tony todavía era un chico alto y escuálido, hoy mantiene la altura pero se ve como el trabajo en la construcción hace efecto dándole un aspecto de hombre fuerte y un buen trasero.
—Claro que sí, Tony.
Tendió la mano para que le pasara la mochila.
—Puedo con ella, soy torpe no débil.
—Si no me dejas llevarla no contaré.
—Bien —. El chisme siempre me pudo.
—Voy a empezar a trabajar en la compañía de construcción de la familia Craig. En la parte administrativa —dijo sin levantar la mirada del camino.
—¿Enserio? Es genial, Tony. Siempre te dije que podías lograrlo.
—Sí, siempre lo dijiste. Pero me costaba creer que yo era capaz de hacerlo. No soy como vos que saltas la reja, yo me quedo esperando a que me abran.
Sí, Tony tiene esa clase de personalidad. Desde que éramos niños, le faltaba ese último empujón para hacer las cosas. Tal vez por eso somos amigos, yo siempre estoy metida en problemas por ser tan impulsiva y a él le falta creerse quién es, de qué es capaz para llegar a donde siempre quiso. De esa forma nos equilibramos, si él hubiera estado conmigo cuando bajé del avión me habría dicho: vamos a comer algo antes de ir a la mansión, seguro que no nos abrirán a esta hora.
El camino se hizo corto, aunque tuvimos que dar toda la vuelta, rodeando el jardín para llegar al edificio de servicio, por todas las tontas anécdotas que le conté. Es que soy como en todo bastante exagerada, y me mando una cagada tras otra; y eso le encanta. Me mira y se ríe, como si yo fuera un payaso. Por momentos rato de ver si lo pillo en algo diciéndole: «Ah pero a vos también te habrá pasado» pero no. ¿A quién no lo han atrapado durmiendo en el trabajo? No puede ser que solo a mí. Me niego.
—Ya te voy a agarrar en alguna, señor perfecto —le dije riéndome. Cuando me di cuenta que ya estábamos en frente al edificio y su rostro se volvió piedra.
—Te dejo por acá —me dijo.
—¿No vas a entrar?
—No, hoy no —dijo—. Además no te quiero entretener, sé que no es por mí ni por tu madre por quien realmente viniste.
Y ahí los colores y los calores me estallaron la cara ¿ya les había dicho que me cuesta disimular? Tony volvió a sonreír, se dio media vuelta y se fue caminando, con las manos en los bolsillos hasta perderse detrás del rosedal. Por mi parte, inhalé profundo, tratando que me bajara la vergüenza que había pasado, cargué mi mochila al hombro y toqué timbre.
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Un amor imposible
RomanceElla vuelve a casa, después de mucho tiempo, a enfrentarse con al chico del que ha estado enamorada desde la primera vez que lo vio. Pero su vuelta implicará mucho más que eso. Fantasmas que recorren los pasillos y sus recuerdos, la harán replante...