Capítulo 6

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La respiración congestionada de Liliana retumbaba en el pequeño habitáculo. Sus manos, a ambos lados del cuerpo, aferraban pañuelos desechables usados. Estaba profundamente dormida a pesar de lo mal que parecía estarlo pasando, con el simple acto de respirar.

  Me dio pena despertarla pero así lo hice:

  —Liliana —. La llamé pero quería decirle Olivia, le iba mejor ese nombre. Su cuerpo menudo, delgado, que apenas rebasaba el metro y medio, cabello negro, lacio y escaso, denotaba una fragilidad que no compatibilizaba con su profesión—. Liliana, te traje la comida —repetí un poco más alto, y tras un ronquido y temblequeo de todo su ser, abrió los ojos color oliva.

  —Hola, otra vez.

  —Sabes qué, vamos a ser compañeras —le tiré sin esperar que se acomodara en la cama.

  —¿Qué? —preguntó un poco confusa.

  —Seremos compañeras de habitación —aclaré pero eso pareció traer más confusión.

  —¿No te quedas con tu madre?

  —No, por ahora. Es mejor que, de momento, respetemos una distancia saludable; por así decirlo.

  Acomodé la bandeja sobre sus piernas y le pase otra almohada detrás de su espalda. Ya no dijo nada pero podía oír sus divagaciones, de lo que podía estar pasando, en su cabeza. Y, me sentí con la responsabilidad de aclarar más lo que estaba pasando. Aunque no quisiera hacerlo, no conocía a Liliana y no sabía que tan chismosa podía llegar a ser. No me mal entiendan, donde haya más de dos personas trabajando, hay chisme; eso está confirmado por la ciencia. No pueden decir que no.

  —Una familia integrada por dos personas necesitan sus momentos de alejamiento. Voy a estar aquí algunos días y a trabajar a su cargo, para mantener una buena relación cuando se trabaja con la familia es necesario momentos de soledad. Lo que no implica que no pase tiempo fuera del trabajo con ella; a eso vine. ¿Tú me entiendes, verdad?

  —No en realidad —contestó jugando con la cuchara en el estofado.

  —¿A qué te refieres? —. No pretendía tocar algún tema sensible. Hubiera sido mejor hacerme la tonta ignorando su respuesta pero ese maldito habito de indagar en todo me llevó a estudiar periodismo y ahora que lo pienso a darme cuenta que soy una chusma de profesión. Pero como no puedo conmigo misma pregunté, porque mi boca va por delante de mi cerebro.

  —Es complicado.

Primera señal para retirarse de la conversación pero yo:

  —¿A qué te refieres? —. No puedo con mi condición.

  —Es complicado —repitió y creí que iba a terminar en eso. Ella iba a comer, yo a traer mis cosas a la habitación y todos felices pero la vida no es como esperamos que sea. Tomó un pedazo de papel higiénico del rollo que estaba en la mesita de luz y prosiguió—. Vengo de una familia grande y aunque me hubiera gustado un minuto de alejamiento no me hubieran concedido.

  «¿Dijo concedido? ¿Quién concede?», me preguntaba pero esta vez no permití que las palabras escaparan de mi boca.

  —Soy, bueno, era amish. Salí de la comunidad hace poco más de un año. Estuve compartiendo casa con otros amish que se habían ido de sus comunidades por un tiempo. Eran siete, cinco hombres y dos mujeres. Pero no me acostumbraba a su nuevo estilo de vida. Yo quería irme de la comunidad para poder tomar mis propias decisiones pero mi forma de ser y creencias de que hay un Dios que nos mira, siguen ahí. Creo que las personas buenas serán recompensadas pero ellos ya no creían en el infierno.

  —No creían en un castigo.

  —No, no lo hacían —. El recuerdo la indignaba tanto que le vino un ataque de tos y tuve que contener la risa dándome vuelta para mirar el paisaje.

  —Linda, ¿no?

  —¿Qué cosa?

  —La ventana, solo tenemos luz un rato en las mañanas. La habitación de tu madre tiene buena vista, ¿no?

  —Sí, eso creo. Da a nuestro jardín.

  —Nuestro jardín —repitió con resto de ironía.

  —¿Qué pasa? Es nuestro jardín, el jardín de los empleados de la mansión.

  —Sí, lo sé. Pero es que aquí nada se siente nuestro. Solo cuando me pongo mi ropa, en mi día libre, tengo ese sentimiento; y solo dura veinticuatro horas. A veces es como volver al pueblo. Pero sé que no es así, no me mal entienda. No soy una desagradecida, creo que aún no entiendo cómo es el mundo aquí afuera.

  No, claro que no la entendía e iba a ser de esa forma por algún tiempo más. Debo de adelantar que muchas cosas que pasaran de ahora en más se las justificaré por su edad, diecinueve años, y por haber sido amish. Si eso está bien o mal, ustedes lo juzgarán. La verdad es que ya no pienso en eso. No me gusta mirar el pasado con resentimiento porque es estático ¿de qué sirve hacerlo?

  Pero ahí aparecían las primeras señales de lo que estaba por venir. ¿Tenía que haberme dado la vuelta e ir a la habitación de mi madre? O mejor aún, tomar mi mochila y largarme de ese lugar. Bueno, quizás sigo pensando en eso.

  —Claro que te entiendo —le dije para animarla, ya me parecía en ese momento que no era solo la gripe la que la traía abatida—. Mañana te voy a suplantar y podrás descansar.

  —¿Estás segura? Puedo hacer el esfuerzo. En el pueblo nada me detenía.

  —Aquí no es el pueblo, y no me cuesta nada hacerlo. Como ya te dije, mi madre estará contenta de tenerme ahí —. Mentí con descaro—. Vendré a almorzar contigo, no te preocupes todo saldrá bien. Pronto te sentirás mejor y volverás con nosotros.

  La animé a que siguiera comiendo, la conversación se volvía repetitiva y había algo que no me cerraba de ella. Pero decidí ignorarlo, así que fui por mi mochila. Mientras desempacaba mis cuatro cosas pensaba en el cambió que había tenido mi madre al verme. Ya sabía que no estaba del todo de acuerdo con que viniera a visitarla pero nunca me esperé algo así. Parecía otra. La mujer que me visitaba en la ciudad era cariñosa, atenta, me abrazaba hasta por demás. Me llamaba dos o más veces al día, y aquí... Tal vez me había pasado con mi hábito de hacerla enojar. Estaba en esas cuestiones cuando escuché dos golpes en la ventana. Sin asomarme ya sabía de quién se trataba.  

Un amor imposibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora