5. El Profesor

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 El jardín de las Murillo, representaba la calidez familiar e infantil que cualquier director cineasta seleccionaría para sus proyectos. Aún así, los días de Raquel se tornaban cada vez más grises.
Alberto ya no aparecía con tanta frecuencia por asuntos judiciales del divorcio y acusaciones de violencia de género, y eso era una noticia más que buena.
Victoria tampoco aparecía hacía meses, quizá la frialdad de la joven sostenía que no hacía falta su presencia allí, ya que el deber de su alma era defenderla de las garras de ese violento, a quien la vida le había impuesto como padre. Pero lo que no sabía era que su madre la necesitaba más que nunca.

Los conflictos en la familia crecían en su ausencia, el Alzheimer de Mariví y la puesta en contra de Paula que parecía detestar a su madre, por culpa de las estrategias inmaduras de Alberto.
Raquel se sentía sola y su cable a tierra estaba ausente.

Por un momento y antes de que sonara su teléfono móvil, repensó toda su vida desde la bendita y sorpresiva llegada de Victoria. Las ausencias funcionaban como océanos interminables que nunca acababan por unirlas. Tal vez, era la falta de genética compartida o sin rodeos, el trabajo como prioridad.

Si Victoria hubiese sabido que su madre se ilusionaba cada vez que el teléfono pitaba, esperando por sus llamadas y un simple aviso como "Mamá, hoy voy a cenar con vosotras, cómprame chicles de melón, de esos que tienen pica-pica dentro" y que Raquel aborrecía cada llamada del trabajo que la reemplazaba, jamás hubiese ingresado a la banda.
Pero el tiempo seguía su curso y no perdonaba a nadie, como Victoria jamás daría brazo a torcer en disculpas hacia las navidades y cumpleaños en soledad, por asuntos más importantes: El trabajo.

La maravillosa ingeniería del profesional excavador permitió la entrada a las cámaras acorazadas.
La excelencia dentro de la banda era superior y hubiese sido lo mejor que las reglas del Profesor siguiesen su curso.
La primera regla y la más importante, fue el derrame de sangre por culpa de Tokio que acribilló a los patrulleros de la policía en la falsa emboscada, la cual se adelantó por unos minutos.
Los gritos, la tensión y el primer error, a ni siquiera una hora del ingreso a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, arruinaron las expectativas de todos. Pues absolutamente todo podía joderse en una milésima de segundos.
A pesar de toda la furia de Troya, permanecía en los primeros minutos en pisar la cámara acorazada.

— Follar, aquí. Pum, pum, pum— las risotadas de su novio la condujeron hacia la primera en ser desbloqueada. Si fuese otro el tiempo que la atravesaba, hubiese considerado aquella la mejor oferta del mundo. Pero la verdad era que al ver esos fajos de dinero que Denver besaba una y otra vez con fascinación, no podía dejar de pensar en Nairobi y en esos billetes a los que tenía tan estudiados, que los reproduciría en un abrir y cerrar de ojos, en esa industria maravillosa.
Todos los placeres materialistas del mundo, se encontraban en las manos de esa gitana que haría ricos a todos en tan solo días.

— A ver: ¡Quiero las máquinas funcionando las veinticuatro horas. Como si esto fuera una red de pocholos! ¿Sabéis no? Chiqui pum, chiqui pum, chiqui pum.
Cada vez que paramos perdemos medio millón, así que no vamos a parar.
Vamos a hacer las correcciones técnicas cada tres horas, tanto de tinta como de offset.
Así que ya sabéis: "¡Alegría, fiesta e ilusión!"— gritaba Nairobi a través del megáfono en medio de la surreal sala de producción.
Troya repensaba una y otra vez, aplicando el paralelismo en Denver y en su invitación que no le emocionaba en lo absoluto. Mientras tanto, el indirecto e inocente optimismo de una Nairobi que corría gritando por las escaleras, la emocionaba e irrefutablemente atraía.

— ¡Qué maravilla, Troya!— gritó sacándola del lapsus mental.
— Nuestro dinero, tía. ¡Nuestro dinero!

— Que estás haciendo toda la pasta. ¡Nuestro propia pasta!— chilló abrazándola y saltando a su par.

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⏰ Última actualización: Nov 08, 2022 ⏰

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