Jarana|NAIROBI

1. Sueños rotos

Ni los rayos de sol, ni los gritos de Alberto podían llegar al lugar donde Mariví, junto a sus nietas disfrutaban de la mañana.
El ático recibía visitas por primera vez en mucho tiempo. Podría decirse que el lugar estaba abandonado y totalmente caótico antes de que llegasen.
Como si de una caja de Pandora se tratase, la abuela abrió cajones repletos de fotografías familiares para revivir las incontables anécdotas que aún guardaba su débil y vieja memoria.

— ¡Quiero ver las fotografías del casamiento de mamá y papá! — insistió la más pequeña de la familia.

— ¿De cuando se querían?— bromeó la joven de cabellos azabache dándole la espalda. Estaba demasiado ocupada observando los recuerdos de la juventud de su abuela.
Cuánta vida había en ella.
Producto de la vejez, su memoria eran nubes dispersas y efímeras. Olvidarse de ciertas cosas era un privilegio pero vivir con ese extravío parecía ser desesperante.
Los recuerdos de Mariví se limitaban a las facetas más bellas del pasado, los sueños hechos realidad.

La muchacha se preguntó con una presión inconfundible en el pecho: Qué sería de sus sueños al envejecer.
Los ojos le brillaron al no encontrar respuesta más realista y pesimista que la imaginación.
No tendría recuerdos para revivir con una sonrisa en medio del caos.
Con 24 años, no había cumplido otro sueño que conocer paraísos geográficos europeos. Su sueño era inalcanzable y con la vejez, quedaría en el olvido. En ese cajón nostálgico de recuerdos airosos.

Luchar sin juzgarse frente al espejo era tan difícil que se sentía totalmente saturada.
Se consideraba una inútil por completo. Había intentado tantas veces rendir los exámenes de ingreso en el Instituto Nacional de Formación de Policía Nacional, que sus esperanzas decaían a cada año.

Entre el maltrato de su padre hacia su madre, los vínculos tan desgastados y el "maravilloso" empeño de Raquel en subestimarla todo el tiempo, no tenía consuelo.
El invierno la abrazaba constantemente y la sensación de soledad le debilitaba por completo.
Tiritaba en medio de sus padres, que no tenían ni el tiempo, ni la disposición para fortalecer los vínculos.

Todo aquello sumado al incumplimiento de sus sueños, le vaciaba las esperanzas y el buen ánimo.
Todos sus compañeros del secundario, estaban al final del camino universitario mientras que ella discutía cada día con Raquel por las vacantes en el instituto.
El sueño de la piba era ser inspectora lo que se traducía en una pesadilla total para su madre por asuntos secretos.

— Mira, Paula. Aquí faltaban tres días para tu nacimiento— Mariví la sacó de sus pensamientos con una sonriente exclamación.

— Recuerdo como si fuera ayer el día en el que perdí la exclusividad—bromeó la mayor, observando las arrugas ausentes en el rostro de una Raquel totalmente joven y radiante.

— No soportarías ser la única. ¡Detestas la atención de mamá!— gritó la niña con el ceño fruncido.

— Al menos no oigo conversaciones ajenas— a esa oración le siguió una discusión aún más grande y la intolerancia de la más pequeña acabó en un pequeño y momentáneo mar de lágrimas.

— Tu llegada Paula, ha sido una bendición para toda la familia. No le hagas caso a tu hermana, que bastante grandulona está para pelear— suspiró Mariví sin alterarse por el pequeño intercambio de palabras entre sus nietas.
— Ha de ser muy especial. Tu madre anhelaba traer una criatura al mundo y lo deseó con tantas fuerzas que hoy estás aquí entre nosotros— arropó contra su débil cuerpo a la niña, demostrando su gran aprecio por ella.

— Tampoco que ha sido tan dramático todo, abuela— entre el silencio que se prestaba para el debate, la primogénita del hogar se hizo escuchar entre su voz airosa y suave.
— Todos sabemos que no existe cosa más especial que el primer hijo— agregó continuando con la infantil competencia.
No logró hallar ni un solo álbum que contuviese el tiempo suyo dentro del vientre de Raquel y la inocencia de su abuela soltó todas las respuestas.