Ves que un pedazo de papel
podría ser un poco más importante.
Muéstrame lo que podrías hacerle a ella (con el papel),
nunca lo sabrás hasta que lo intentes.
No tienes por qué mantenerlo en secreto.―¿Vos escribís, Val?
La pregunta de su amiga logró hacerlo sonrojar nuevamente de la vergüenza.
Luego de aquella partida de truco, de jugar a las escondidas y al tutti fruti, Valentín y Rubí se habían hecho muy buenos amigos en unas simples horas.
Ésta le enseñó cómo armar origamis, y sentados frente a frente pasaron toda la tarde haciendo grullas o dragones con hojas de diario, decorando cada esquina de la cabaña.
Cuando los adultos dormían, éstos dos se escabullían en la habitación del otro y llevaban comida, hablaban de sus personajes favoritos de alguna serie que pasaran por la tele o de alguna anécdota de más pequeños. Y cuando el sueño los vencía, dormían de espaldas en una misma cama junto con algunos empujones o tirones para llevarse gran parte de las frazadas.
―Si escribo, pero no le muestro a nadie. ―negó con frenesí.
―¿Por qué? Dale, venís de una familia talentosa y estoy segura que talento tenés, es más, en unos años seguro sos famoso.
―¿Por escribir algo que seguramente nadie se sienta identificado? Avisame.
―Dale mostrame, bobo.
Pasándole la libreta de puros escritos y con fragmentos de su joven corazón, miró hacia otra parte de su habitación ya que no quería ver la reacción de su contraria cuando leyera lo que el transmitía en papiro y tinta azul.
―A la mierda, Valo. ―rió sorprendida.
―Se se, burlate todo lo que quieras. ―llevándose las piernas al pecho, se escondió allí.
―Me encanta.
Sacando su cabeza del improvisado escondite la miró con curiosidad. ―¿Posta?
―Si loco, dedicate a ésto enserio. ¡Intenta con escribir canciones!―animó la de ojos oscuros como la noche. ―Y yo te ayudo, puedo ser...¿cómo se dice? Tu musa.
Riendo mientras se pasaba una mano por el cabello, asintió convencido.
―Bueno dale, voy a escribirte una.