Demasiado tímida para decirlo,
pero espero que te quedes.Los Oliva terminando de guardar los bolsos y valijas en la camioneta, charlaron un rato junto con los Beltrani mientras los pequeños estaban sentados frente a la chimenea apagada.
Ni una brasa agonizante quedaba, ni la leña carbonizada.
Estaba vacía.
Los niños se quedaron allí, observándola con la vista fija en los ladrillos y detalles que tenía la misma. Sus ánimos estaban a la altura de sus botas ceñidas, desteñidas por el tiempo.
Como los Beltrani vivían más al noreste, la oportunidad de volver a verse se iba disminuyendo a medida que el joven Oliva perdía las esperanzas internamente.
Rubí siempre fue muy positiva con todo, pero aún así no encontraba forma de hacer sonreír al de ojitos azules y humedecidos. Haciendo una mueca suspiró, llamando su atención.
―Valen...
―Vamos a estar a mil kilómetros, doce horas de viaje, Ru.―interrumpió en un tono apagado.
―Sí pero seguro en las vacaciones de verano voy a poder ir a verte, y conozco el Obelisco a tu lado aunque vos estés acostumbrado a verlo. ―intentó alegrarlo.
―¿Y si no podes?
―No pienses que no ey, nuestros papás son mejores amigos Valo, enserio no te preocupes.
La primera lágrima rodó por la mejilla izquierda del varón, y quitándosela con rudeza sorbió su nariz.
―Valentín. ―lo llamó con dulzura.
Y mirándola evitando que su labio inferior temblara, alzó sus cejas en espera de su respuesta ocasionando que las perlas derretidas de sus cuencas amenazaban con rebalsar.
―Espero que te quedes. ―murmuró, rozando lo melifluo.
―¿A dónde? ―contestó confundido, liberando sus lágrimas que adornaban angelicalmente sus mejillas rojas por el llanto.
―En mí corazón. ―llevó su pequeña mano a su pecho, donde su pobre motor iba quedándose sin energías.
Entreabriendo sus labios por la sensación de paz que aquello le había brindado, sólo pudo sonreirle entre lágrimas saladas que contagiaron a su contraria.
―Y vos en el mío, Ru.
―¡Chicos vamos! ―la progenitora de Rubí alzó la voz, llamándolos desde el pórtico de madera.
E intercambiando miradas se levantaron del suelo, sacudiendo sus prendas inferiores se dirigieron fuera del lugar con algo de dificultad.
Puesto que ninguno quería despegarse del establecimiento, y de ellos mismos.
―¿La pasaron bien chicos?
Ambos asintieron en silencio y cabizbajos, causando muecas de compadecimiento por parte de sus padres.
Se habían vuelto muy unidos y el cariño que se tenían era jovial, puro, inocente y real.
Una de las mejores amistades que Valentín pudo haber tenido jamás, y que recordaba con una sonrisita de lado junto con la nariz arrugada, sintiendo esa molestia nostalgia en cada momento que escribía en una repentina epifanía.
―Ru, antes que te subas al auto... ―de su abrigo sacó tres hojas arrancadas y dobladas donde dejaba medio corazón y lágrimas secas en las páginas amarillentas de su intento de cancionero. ―Ahí están las canciones que te hice, bueno no están bien estructuradas aún pero quiero que vos las tengas antes que cualquiera en el mundo, no las leas. ―con muy poca dificultad se lo dió frunciendo sus labios.
―¿Las transcribiste, verdad?
Oliva asintió mordiendo el interior de su mejilla.
―Prometeme que no las vas a leer hasta que tengamos 21, son muchos años ya sé pero pasa volando el tiempo cuando te divertis o estás con la gente correcta. ―suplicó acercándose más a ella, sintiendo el calor acumulado de sus mejillas.
Y no eran por el frío.
―Pero son tuyas Valu... ―susurró alzando sus cejitas alternando su mirada entre las hojas dobladas y el varoncito frente a ella.
―Te lo pido por favor Rubí, guardalo en un lugar donde no te acuerdes pero no lo dejes en manos de alguien más. Confío en vos. ―los cristales ojos de Oliva brillaron de una forma tan tierna, que no se sabía si era por el avecinante grito lastimero que albergaba en un costado de sus costillas o, porque dejaba algo muy importante en manos de Beltrani.
Estaba dejándole la mitad de su corazón y se confiaba en que ella cuidaría muy bien de él, a la distancia.
―Bueno, yo te doy un arito mío para cuando te perfores la oreja.―quitándose el accesorio se lo dió en la mano, mirándolo con inocencia. ―No lo pierdas eh.
Asintiendo con comprensión, ambos se abrazaron con fuerza mientras hacían puntillas sobre la madera de la entrada de la cabaña.
―Hasta que nos volvamos a encontrar, Valentín Querubín. ―susurró con un débil temblor en su voz, aferrándose más al rubio-castaño.
―Hasta que nos volvamos a encontrar, Rubí.
Subiéndose a los autos, éstos no tardaron en mirarse por las ventanillas jugando con sus manos al piedra papel o tijera en lo que sus padres emprendían el viaje.
Acercando su boca al vidrio, Valentín hizo que éste se empañara para escribir allí un mensaje.
Y cuando Rubí se asomó, su padre arrancó el auto pero había alcanzado a leer lo que Oliva le quería transmitir.
Y sentándose mejor en el asiento trasero, sonrió bajando su cabeza con la vista pegada a las hojas de muchos dobleces que, el menor de los Oliva le obsequió.
"Rubí, ¡sos alma dinamita!"
No te escondas,
sal a jugar.