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Lloró largamente hasta que se quedó seca. Se repetía constantemente que su padre sabía lo que hacía, era en extremo inteligente y no la enviaría a sufrir a un cochinero si no fuera por nada. A menos que él no haya considerado el tétano, la rabia, el dengue y otras enfermedades que se podían conseguir en un lugar así.

Sus piernas cinceladas por horas de ejercicio y brillantes por la crema de Dolce & Gabanna cuyo olor causaban ganas de digerir todo el pote entero, se estiraron con dolor en el sofá. Debía de admitir que aunque estuviera totalmente amueblado, le faltaba un toque, por no decir toneladas, de dedicación. Las paredes tenían un espantoso color azul, los sofás no combinaban entre sí, el televisor parecía un poco sacado de los 90's, las alfombras necesitaban una limpieza tan profunda que dudaba se pudieran volver a su tono original. Su cocina era un completo chiste, la estufa era de pocos quemadores, tenía miedo de abrir la puerta del horno y encontrar lo peor. Por ello tampoco se aventuró con la refrigeradora. Dos puertas, poco más alta que ella, amarillenta y cuyo mango había sido arrancado quizá mucho tiempo atrás. Y sobre todo, odiaba su cuarto. Lo repugnaba. Una cama unipersonal, las paredes vestían un horrible tapiz rayado.

¡Tenía un balcón! Era lo único que le gustaba de su cutre habitación. El impacto de realidades casi la tumbó, pasó de ser Cenicienta a ser... ni siquiera tenía con quién compararse. Nunca se sabe a ciencia cierta cuán afortunado eres hasta que se te arrebata lo que tienes. Nada se valoraba hasta que ya no estaba contigo. Apreció el desastre de su alrededor nuevamente. Seguro ese era su interior también: lleno de basura, desorden, partes incompletas y con tantas contradicciones como colores.

En alguna parte de esa terrorífica casa el tono de llamada resonaba. Se impulsó hacia arriba y con pasos apresurados fue hasta el sofá. Hurgó entre su bolso y el nombre de la persona que más necesitaba se reflejó en la pantalla.

—¿Papi? —susurró casi sin aliento.

La risa al otro lado le hizo apretar los labios.

—Hola, mi vida. Espero que estés bien, ¿ya te instalaste? —Se escuchaba con mucha alegría.

—Claro que estoy bien, te dije que sería sencillo mudarse. —Mintió. No quería faltar a su promesa y tampoco quería mostrarse como una debilucha—. El lugar no es a lo que estoy acostumbrada, pero puedo convertirlo en mi propio espacio. Además solo es temporal, no tengo por qué afligirme.

Por Dios, ella debía de haber estudiado actuación. O era muy farsante, o muy orgullosa. No podía faltar a sus palabras, no podía volver atrás. Cuando tomó la decisión, le costó asimilar que dejaría todo su estatus y su vida cómoda para vivir bajo los requerimientos de su padre. ¿Cómo alguien que le había dado todo le pedía con tanta simpleza que lo soltara sin más?

—Sabes que el tiempo pasa rápido. —Tosió por unos segundos hasta calmarse—. Todo esto te servirá para construirte como persona y hacerte una monumental ejecutiva. Estoy orgulloso de ti, Rose. Se me hacía un poco dudoso que fueras tan valiente, pero ahora no volveré a desconfiar de ti.

Sus palabras dolían, dado que ni ella misma confiaba en la fuerza interior que debía tener. ¿Cuánto podía persistir el orgullo ante el fuego para ser doblegado?

—Te haré sentir bien al final del año, papá, podré ser digna de ser llamada tu hija. —Recordar las palabras amargas de su madre le provocaba nauseas.

—Sabes que ella habló con el calor del momento, mi vida. Tú ya lo eres todo para mí, pero deber ser todo para ti. Nadie más podrá completarte si tú ya lo estás. Ofrécele al mundo una obra maestra, no una benéfica. Puedes ser más grandiosa de lo que ya eres.

«¿Y si no puedo?»  quiso cuestionar, pero se abstuvo. En cambio suspiró y cerrando los ojos con fuerza, soltó.

—Soy producto de alguien extraordinario. Mañana estaré temprano, lo prometo.

Rose es sinónimo de pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora