Creían que llevaban una vida tranquila.
Cayeron en la ilusión de la paz sin peligro, y se veían preparados para enfrentar los problemas que acecharan sus territorios.
Una manada dispuesta a luchar.
¿Pero cómo esperas golpear? Si a la bestia no la...
Sobrepasando aquellas altas montañas, pasando por todos los extensos prados y bosques más profundos.
En la lejanía de cualquier ciudad o pueblo, y a la distancia de cualquier animal.
Sumergido en lo más profundo de la naturaleza, un gran e imponente templo antiguo.
Rodeado de grandes muros gruesos de piedra a su alrededor. Asegurado y vigilado por los guardias más expertos.
Y cuidado por los monjes más sabios de Japón.
Adentrándose por las grandes puertas, bajando sus escaleras hasta lo más profundo, lugar escondido que pocos de ellos tenían el privilegio de visitar.
Allí, descansaba sobre un mesón de piedra, la reliquia con más valor e importancia de todo el mundo.
Quienes todos aquellos que la cuidaban, sin dudar darían la vida por protegerla y mantenerla a salvo.
Siendo su repose cuidado con suaves telas colocadas debajo.
Piel pálida, rostro delicado, rizos grandes y largos tan rojos como la misma sangre, cuerpo de apariencia frágil. Y alma de guerrera.
Creada por las lágrimas de tristeza y enojo que desbordó la Luna, aquella que trajo a la tierra una oportunidad nueva de sobrevivir a la oscuridad.
Quién le dio un único objetivo, para ayudar a sus hijos, quienes gastaron de sus gargantas desgarradores gritos de dolor y sufrimiento a lo largo de los siglos.
Luchar.
Y enfrentar a esos orbes rojos, sedientos de sangre y dolor que ansiaban ver la destrucción y la muerte frente ellos, escondidos mientras acechan entre los árboles.
"De aquella oscuridad malévola de la que todos desconocían y temían, renació un alma guerrera capaz de combatir a nuestros demonios, fuerte como cualquier Dios, hermosa como el infierno."