Capítulo 1

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Había una vez, en un lejano imperio, en un enorme palacio, una princesa que suspiraba aburrida. Era hija única del emperador, y por lo tanto, su mayor tesoro. Su nombre era Lizbeth Mary Edevane. La pequeña había crecido dentro de los muros de palacio, por lo que no conocía qué había más allá de lo que podía ver desde las ventanas. Sabía que había una ciudad tras la muralla de palacio, pues más de una vez había ido para acompañar a su padre en algunos eventos. Sin embargo, siempre estaba rodeada de guardias que la protegían fielmente y no la dejaban explorar por su cuenta.

De pequeña no le importaba demasiado, pero a medida que iba creciendo se daba cuenta de lo privada que estaba su libertad.

- Princesa Lizbeth ¿Puedo pasar? Traigo una carta de su majestad, el emperador -Se escuchó tras la puerta de su habitación.

- Adelante -Dijo mirando de reojo la puerta.

El mensajero real llegó con una carta en una bandeja, la cual le entregó a Lizbeth.

- Gracias. Puedes retirarte -Lizbeth cogió la carta de su padre y la abrió.

Comenzó a leerla detenidamente, quedándose en silencio mientras dejaba que su sirvienta siguiese cepillando su larga melena dorada. No tardó mucho en leerla, pues daba un mensaje bastante corto y preciso.

- Se cancela la merienda, otra vez.

Anunció en voz alta, soltando un largo suspiro. Debería comenzar a acostumbrarse a los desplantes de su padre. Comprendía que, al ser el emperador, su padre estaría muy ocupado y casi no podría verlo. Pero hacía casi un mes que no lo veía. Eran padre e hija, pero ambos vivían en distintos palacios y ambos tenían sus responsabilidades. Aún así, Lizbeth siempre se esforzaba por intentar verlo aunque fuese durante un par de minutos. Pero su padre siempre la dejaba plantada.

- Lo siento mucho, princesa. Pero no sé desanime ¡Hoy hace un hermoso dia! ¿Por qué no da un paseo por el jardín? -Trató de animarla su sirvienta.

Lizbeth la miró, pensando en su propuesta. Olivia, que así se llamaba la sirvienta, era su doncella de confianza, de pelo castaño y ojos marrones, delgada y bastante alegre. Había sido su niñera desde que Lizbeth tenía uso de razón, por lo que la consideraba como su segunda madre o una hermana mayor, pese a que en realidad no llegaba a haber más de dieciocho años de diferencia de edad entre ambas. Siempre intentaba animarla y que sonriera, y era por eso por lo que la consideraba casi como una hermana.

- Si, creo que tienes razón. Hace un día muy bonito como para quedarme lamentándose por el plantón de mi padre -Sonrió mirándola.

- Sabía decisión. Ya he terminado, aunque falta un último detalle -Rose cogió un hermoso adorno para el pelo de color celeste y se lo puso a la princesa- Ahora si. Este adorno le queda muy bien, hace juego con sus ojos.

- Gracias, Olivia.

Lizbeth la miró con una suave sonrisa y luego se puso de pie, acomodando su vestido y caminando hacia la puerta para salir. Su vida carecía por completo de emoción alguna. En sus diecisiete años, siempre había vivido demasiado protegida y cargada de responsabilidades. Su vida siempre había estado dictada por su agenda como princesa, y eso comenzaba aburrurrirle.

Salió al jardín trasero de su palacio, caminando con tranquilidad por este. Había reservado toda la tarde para la merienda de su padre, y como al final no iba a poder hacerse, ahora tenía mucho tiempo libre para observar las flores.

En ello estaba cuando un joven llamó su atención. Era un chico un poco mayor que ella, pero no demasiado, podría tener perfectamente veinticuatro años, de pelo castaño claro y ojos verdes como el agua de una charca. Era la primera vez que lo veía por el jardin. El joven cargaba con un par de cubetas de agua y parecía tener mucha prisa. Sin embargo, toda esa prisa se esfumó cuando tropezó y se cayó de bruces contra el suelo, derramando toda el agua.

- Oh, señor... ¿Se encuentra bien? -Preguntó Lizbeth acercándose al joven con preocupación, comprobando que tenía algunas heridas debido a la caida- Olivia, ve a llamar a alguien.

- Si, princesa -Respondió la sirvienta, girándose y marchándose para buscar a alguien.

Una vez se quedaron solos, Lizbeth se acercó más y se agachó para atender al joven, el cual aún trataba de asimilar la caída.

- ¿Princesa? No hace falta que se preocupe por mi, solo soy un simple aprendiz de jardinero... No se acerque o manchará su hermoso vestido...

- Eso no importa. Le ayudaré a levantase, debe sentarse en un lugar mejor para atender sus heridas - Le ofreció su mano para ayudarle.

El joven se quedó unos segundos observando la mano extendida de la princesa, dudando entre sí aceptarla o no. Finalmente la aceptó y se levantó con su ayuda, murmurando un tímido "Gracias" mientras caminaba con algo de torpeza hacia el banco más cercano.

- Es usted más amable de lo que pensaba, princesa -Murmuró el joven mientras se sentaba en el banco, mostrando una ligera sonrisa- Ah, se me olvidaba... Mi nombre es Marc, un placer.

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