Prólogo

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En la ajetreada ciudad de Éclace ha caído ya la noche. Es la hora en la que los trabajadores regresan a sus hogares y se toman un más que merecido descanso. Como cada viernes, los jóvenes salen a disfrutar de los bares y de la vida nocturna que la ciudad les ofrece. El tráfico disminuye paulatinamente al tiempo que las luces aumentan, como estrellas terrestres que intentan alcanzar la deslumbrante belleza de las que se sostienen en el cielo. En este preciso momento, uno incluso podría llegar a escuchar sus propios pensamientos. Pero eso a Katia Hills no parece importarle demasiado.

Sentada en su laboratorio, inspecciona unas pruebas nuevas que han llegado de un escenario criminal en una de las calles de la ciudad. Su trabajo le permite no solo tener unas excelentes prácticas para su casi finalizada carrera, sino también enterarse de asuntos que podrían concernir a su gente. Con una meticulosidad y una destreza envidiables, la joven maneja los instrumentos como si formaran parte de ella. Anota los resultados tanto en su ordenador de última generación como en una carpeta de notas que siempre lleva encima. Una costumbre que se quedó marcada en ella para siempre.

Comprueba unas cosas en el microscopio y asiente, satisfecha, cuando sus sospechas cuadran. Pero al tomar el bolígrafo para trasladar las notas al papel, un ruido ensordecedor acompañado de una gran agitación la obligan a desistir. Con el corazón en un puño, piensa que ha podido ser un terremoto, pero la presencia de químicos en el aire le advierte de que ha tenido que ser algún tipo de accidente. La alarma no tarda en sonar por todo el edificio, indicando que deben salir de él de manera inmediata. Tomando lo absolutamente imprescindible, sale del laboratorio y corre escaleras abajo mientras se le unen otros compañeros que parecen asustados. Sin decir nada, continúa hasta la salida, donde uno de los directores ayuda a todo el mundo a salir, intentando llevar la cuenta del número de empleados que dejan las instalaciones. Y justo en ese momento lo nota.

Un suave aroma se desliza hasta sus fosas nasales, procedente de alguno de los pisos superiores. Es fuerte, envolvente e inconfundible, incluso para un humano corriente. Una sustancia que solo se utiliza para una cosa. En esos laboratorios no se hacen experimentos militares, no están permitidos bajo ninguna circunstancia. Y nadie se saltaría una norma tan básica y tajante. De modo que solo queda una opción: una bomba. La explosión ha sido intencionada y hay razones ocultas para ello. Una corazonada atraviesa su mente como un rayo.

Incapaz de permanecer impasible, da media vuelta y sube por las escaleras, empujando y abriéndose paso entre las pocas personas que ya quedan en el edificio. Escucha la voz de su supervisor, llamándola, pidiéndole que vuelva, pero ella no hace caso y continúa subiendo hasta llegar al piso donde trabaja. Entra en el laboratorio y rápidamente se dirige hacia una vitrina que en ocasiones normales habría estado debidamente cerrada con llave, pero que ahora se encuentra destrozada. Los cristales inundan el suelo y varios frascos se han unido a ellos, esparciendo sus contenidos, inservibles. A pesar de saber que no los encontrará, ella los busca desesperadamente. Siempre los coloca en el mismo sitio, al fondo, lejos de miradas curiosas. Pero ya no queda ni rastro de ellos.

Los han robado.


Si os ha gustado el prólogo de esta historia, quedáos aquí para averiguar más. ¡Gracias por leer!

Luna de Tinieblas |DEPREDADORES #2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora