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Jisung sentía que la había cagado, pero en grande. Odiaba el rosa, pero no creía que fuese para chicas. Debería irse y esconderse de por vida por decir algo así, pero que el azabache le acabara de decir indirectamente que le interesaban los hombres era lo que le impedía moverse.

- ¿Jisung?- la voz del chico lo sacó de sus pensamientos, devolviéndolo a la realidad. Asintió, sin saber muy bien por qué, y se alejó del chico, dejándole comprar tranquilo.

Un momento.

-¿Cómo sabes mi nombre?- preguntó, volviendo con el chico alto. ¿Era un acosador o algo así?¿Por eso estaba ahí?

Lee rió, señalando la placa de trabajador en su uniforme. Su horrendo uniforme completamente rosa para hacer juego con la odiosa tienda.

- Ahh...

- Lee Minho.

- No te he preguntado el nombre.

- Por si acaso.- dijo con una sonrisa, metiendo varios artículos del color "odioso" en la cesta de color "odioso". Sí, el rosa era su color "odioso".

Jisung asintió, alejándose del tal Lee y volviendo a su lugar en la caja para mirar un poco su teléfono. ¿A quién se le ocurrió que en el trabajo también debían llevar la carcasa rosa para que quedara todo igual? El dueño, Seo Changbin, estaba completamente loco, pero al menos le pagaba bien por estar atendiendo a insufribles como trabajo.

Levantó la vista del aparato, yendo a parar a su único cliente por el momento. Ahora qué se daba cuenta y lo observaba más atentamente, Minho era muy atractivo. Su rostro parecía tallado por los mismísimos ángeles, y él no debería estar pensando en eso.

Apartó la mirada, sonrojándose. ¿Por qué se sonrojaba? Muchas veces había visto atractivas a personas, pero ese chico... le atraía de alguna forma, y por eso se acercó a él en primer lugar, además de que le parecía fuera de lugar su presencia.

Perdido en sus pensamientos, no se dió cuenta de que el chico del rostro angelical se había acercado a él con un montón de productos listos para cobrarse.

-¿Cuánto es?- preguntó Minho, sacando su billetera y de ahí su tarjeta de crédito.

- 200€ - Lee asintió, pasando la tarjeta de crédito e introduciendo la clave después, dejando claro que se sabía el procedimiento.

A los dos les hubiera gustado hablar más, pero ninguno sentía la suficiente confianza en sí mismo para hacerlo.

el rosa es de chicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora