Capítulo 01 - Extrañas desapariciones -

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Esta historia se la dedico a mi queridísima amiga, la cual me dio la idea para escribirla.

Pido disculpas de ante mano por las faltas ortográficas, de verdad que lo intento cuidarlas. Pero mi dislexia no desaparece aunque lea todo varias veces. Sorry.
Espero que disfrutéis. Acepto críticas constructivas, pues me ayudan muchísmo. ¡Gracias de antemano!

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Ciudad del Este estaba especialmente despejada ese día. Apenas las nubes taponaban el cielo, que esa mañana estaba más brillante que nunca. Pese a que el sol brillaba con todo su esplendor , sin que ninguna nube entrometida lo opacara por unos momentos, la temperatura en aquella bulliciosa ciudad era agradable. Después de dos semanas con escandalosas y persistentes tormentas, la ciudad de Amestris recibió ese día al sol como si de un viejo amigo se tratara, un amigo al que hacía mucho tiempo que no veían.

- ¡Que buen tiempo hace hoy! -. Exclamó un joven de quince años tras bajar del tren. Estiró su cuerpo hacia arriba, con los brazos alzados al cielo y notó como su cuerpo se desentumedecía. Él ya estaba acostumbrado a los viajes en aquel transporte. De hecho, ni si quiera llevaba la cuenta de cuantas veces tuvo que subir en aquella horrible máquina metálica.

Una armadura bajó tras él. Aquel conjunto de piezas de metal articuladas era enorme. Perfectamente podía llegar a los dos metros de altura.

- ¡Sí que tiene un buen color la ciudad, hermano! -. La voz que salió de aquella armadura, no pegaba nada con el aspecto intimidante que esta desprendía. Su voz sonaba como si un ángel hubiera poseído aquel montón de chatarra.

La armadura se apartó de las puertas de aquel medio de transporte y se posicionó junto al pequeño muchacho. Sí, pequeño. Era bastante bajo para su edad, pero eso no se lo digas, le cabrea muchísimo. De ojos y cabellos dorados, aquel joven tenía un nombre. Edward Elric. Por supuesto la armadura parlante también, Alphonse Elric. Ambos eran hermanos.

- ¿Te dio tiempo a acabar el informe, hermano? -. Preguntó la armadura cuando los dos chicos comenzaron a caminar.

- Sí, aunque con el traqueteo del tren... espero que esté legible -. Rió nervioso el otro.

- Si no lo dejaras para el último momento... -. Alphonse lanzó un suspiro tras esas palabras.

- Cállate, está hecho, ¿no? Vamos a entregárselo a ese bastardo -. Gruñó el pequeño rubio, haciendo mucho énfasis en la última palabra. Con "bastardo" se refería a Roy Mustang, un coronel de la milicia para la que Edward trabajaba como Alquimista Estatal.

"Y qué hace un retaco de quince años trabajando para el ejercito", diréis. Bueno, estos dos tienen su historia detrás.

Edward y Alphonse Elric son dos jóvenes hermanos que nacieron en un pequeño pueblo llamado Resembool, situado al sureste de Amestris. Allí crecieron junto con su madre, Trisha Elric. ¿Su padre? Dios-sabe-dónde estará metido. Los hermanos ni si quiera saben, siquiera, si sigue vivo. Desapareció una mañana, cuando ellos tenían apenas unos cuantos años de vida, por lo que sólo crecieron con los cuidados de su dulce madre. Así la recuerdan ellos. Una mujer dulce y cariñosa, que lo daba todo por el bienestar de sus dos únicos hijos.

Pero... como no podía ser de otra manera, la madre de los Elric murió tras enfermar en una epidemia que azotó el pueblo, dejando solos a dos pequeños niños que ahora se veían huérfanos.

Pinako Rockbell, la vecina más próxima y amiga de la familia, se hizo cargo de los dos hermanos tras la muerte de Trisha. Pinako era una anciana que actuó siempre como si Edward y Alphonse fueran sus nietos, incluso antes del fallecimiento de su progenitora. No estaba sola, la anciana Rockbell tenía una nieta de la misma edad que el mayor de los hermanos, Winry Rockbell. Prácticamente, los dos hermanos y la nieta de Pinako, habían sido amigos de toda la vida. Incluso se podría decir que se querían como si fuesen de la misma familia.

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