Capítulo 13 - Congoja -

42 6 1
                                    


La noche había transcurrido de manera lenta y tortuosa para la armadura, quien al no poder dormir, había esperado paciente a que la mañana comenzara de nuevo. Ahora se encontraba sentado junto a May y Pinako, mientras estas desayunaban silenciosamente. Nadie dijo nada desde la noche anterior. La casa se sumergió en un continuo silencio que, de no haber sido por el reloj y el sonido que lo acompañaba, hubiera sido total. La anciana bebía lentamente su té, mientras que la muchacha desmenuzaba unas galletas, sin la aparente intención de comérselas.

- No han vuelto -. Dijo la anciana, confirmando lo que ya todos sabían. Alphonse estaba inmerso en un sentimiento de inquietud y nerviosismo. Ni Edward ni Harris habían vuelto en toda la noche. No sabían dónde estaban ni donde podrían haber ido. Tampoco pudo evitar pensar en la pésima idea que fue regresar y esperar a que volvieran. Tendría que haber seguido buscándolos, ahora sería difícil dar con su localización.

También se abrazó a la idea, o más bien deseo, de que regresarían en cualquier momento. Claro, ¿a dónde iban a ir después de todo? No tenían otro lugar en el que quedarse.

- ¿Vamos a buscarles? -. Preguntó la muchacha, dejando a un lado el estropicio causado con las galletas. Sabía que no iban a encontrarlos. Después de toda una noche, ambos muchachos debían estar lejos del pueblo si de verdad se habían ido. Aún así, agarrando un último rayo de esperanza, decidió reanudar la búsqueda, sobretodo por Alphonse. May podía notar como la incertidumbre y la culpabilidad lo estaban devorando vivo.

Alphonse asintió y salió junto a la muchacha de la casa. Deambularon de aquí para allá, buscando desde la plaza hasta el mercadillo, desde el río hasta la estación, sin éxito. Los dos jóvenes se habían marchado sin dejar el más mínimo rastro. Tampoco sirvió de nada preguntar por ellos a los pueblerinos. Al haberse ido de noche, hizo que nadie los hubiera visto. Era como buscar una aguja en un pajar.

- ¿Y si preguntamos en la estación? -. Sugirió May, a lo que Alphonse asintió cabizbajo. Ciertamente, si habían abandonado Resembool, tendrían que haber pasado por allí. Dudaba mucho que Harris y Edward decidieran irse andando de allí, pues aquel pueblo estaba bastante apartado de las demás ciudades.

Cuando entraron al edificio, fueron directos al mostrador.

- ¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarles? -. Saludó la mujer tras la ventanilla al verlos aproximarse.

- Buenas -. Saludó la armadura.

- Verá, estamos buscando a dos hombres -. Explicó May. - Puede ser que ayer en la noche entraran o se subieran a algún tren. Uno era pelinegro y el otro rubio, también... -.

- Oh, verán, lo siento mucho -. Interrumpió la mujer. - Apenas llevo aquí tres horas -.

- Ah... claro, está bien, no importa... gracias -. May y Alphonse se apartaron del mostrador y suspiraron al unísono. La armadura volvió a maldecirse así misma, tenía que haber preguntado él anoche, cuando fue a la estación...

- ¿Y ahora qué? -. Preguntó la muchacha. - ¿A dónde podrían haber ido? -.

- No lo sé -. Contestó Alphonse con pesadez. - En todo el tiempo que llevábamos aquí, no han mencionado ningún sitio que... ¿qué pasa? -.

May había clavado su mirada tras la armadura y había comenzado a temblar ligeramente de manera nerviosa. Una gota de sudor resbaló por su cara hasta caer desde su barbilla hasta el suelo. Alphonse vio como May levantaba disimuladamente la mano y apuntaba algo tras él.

- Buenos días, Alphonse -.

La armadura se congeló allí donde estaba parada. Estaba a punto de girarse y descubrir qué era lo que tenía a May tan nerviosa, pero no le hizo falta. Puedo adivinarlo tras escuchar aquella voz que lo había saludado. La muchacha había dando un ligero paso hacia atrás y Alphonse giró su cabeza lentamente.

Don't ForgetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora