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Se despertó a las seis de la mañana sin necesidad del despertador. Estaba acostumbrado a despertar a esa hora y ese día no era la excepción. Se levantó con cuidado procurando no despertar a Hange que dormía en posición fetal dándole la espalda. Al levantarse estiró su cuerpo destensando los músculos a causa del sueño y estar acostado por más horas de las previstas, hacía mucho tiempo que no dormía tan bien. Con cuidado abrió las cortinas para que entrara aire fresco.

Caminó hacia el cuarto de baño y al pasar junto a la cama, reparó en que Hange había cambiado de posición. Ahora dormía bocarriba con las manos sobre su abdomen, el cabello revuelto y una expresión de serenidad en su rostro, los labios ligeramente entreabiertos y un pequeño mechón travieso sobre su frente.

Como atraído por un pesado magnetismo, caminó hasta llegar cerca de Hange, con sumo cuidado retiró ese cabello rebelde para descubrir, no, para confirmar lo que sus ojos le habían dicho pero que él se negaba a aceptar.

Esa mujer llegó a despertar su corazón que dormía en el mundo de la soledad.

Debía aceptarlo ya, debía olvidar la vergüenza y aceptar sus sentimientos. ¿Qué le había dado esa mujer? Sentía que ya no podía estar sin ella. Mirarse en esos irises marrones le daba miedo, por eso es que siempre evadía su mirada. Ya no quería amargarse pensando en si la perdía, mucho antes de siquiera intentarlo.

Ansiaba dormir y despertar junto a ella cada mañana tal como estaba sucediendo en ese momento. Se atrevió a observar más allá de su rostro, recorriendo con la vista la piel de sus hombros, su cuello y parte de su escote, odiando ese camisón que usó al dormir que cubría buena parte de su anatomía, era el guardián de su piel ante el deseo del espectador y a la vez dejaba tanto a la imaginación.

No quería sufrir otra vez, pero ahora estaba seguro que Hange no lo haría pasar por ese amargo sufrimiento de nuevo, ella había llegado para quedarse y estar con él hasta donde pudieran. No quería ni debía perderla. Era una mujer con un gran corazón y hermosos sentimientos, ella también sabía lo que era perder un amor, ella había sufrido como él lo había hecho.

De pronto sintió que quería rozar sus labios contra los de ella, pero no debía hacerlo, no quería que ella desconfiara de él y dejara de verlo solo por seguir sus instintos. Quería quedarse ahí junto a ella cada mañana para observarla así, tan tranquila.

El la necesitaba. Él la iba a amar.

Cerró los ojos fuertemente, alejándose de esa maravillosa vista, no podía perder tiempo porque tenía un compromiso que cumplir, pero ahora estaba más seguro que nunca que debía hablar con Hange y considerar la idea de ella de vivir en un lugar como ese, alejados de las obligaciones y dedicados a vivir en tranquilidad, juntos.

Después de bañarse, vestirse y cargar con sus herramientas de trabajo, salió de la habitación procurando no hacer ruido, no quería despertar a Hange, respiró profundamente y decidido caminó hacia la playa, debía ganar ese concurso a como diera lugar, sería el último en el que participaría.

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Zeke estaba esperando a Levi en compañía de los demás competidores, todos sonreían amablemente mientras bebían jugo de naranja y comían algunos bocadillos antes de iniciar la jornada.

—Pero miren quién llegó, Qué tal tu noche Levi, ¿el suelo no estaba muy duro? —comentó, burlón.

—Cierra la boca, no molestes.

Todos rieron a causa de los comentarios de esos dos. Era conocido el hecho que Levi y Zeke eran hombres que la mayor parte del tiempo se dedicaban comentarios soeces, la realidad distaba de eso, los dos habían congeniado gracias al pasatiempo de ambos, la escultura en arena, inclusive fue Zeke quien lo animó a unirse a esa afición.

Despertando al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora