Capítulo 3: Perdidos

1.3K 178 159
                                    

9 Años

Giulia estaba sentada conmigo en la clase de literatura, enfrente estaban Agustina y Daniela, y en el primer puesto al lado de la mesa de la maestra se encontraba Julio. 

Había pasado un año desde que él llegó y las cosas se complicaron bastante en mi vida. Resultó que Julio era un estudiante ejemplar y se llevaba de las mil maravillas con Gabriella haciendo los deberes y realizando proyectos. Con Leticia las cosas eran casi iguales, lo del empujón cuando se conocieron quedó en el olvido y Julio se comportaba como el hermano mayor de mi hermana.

Pero conmigo ni siquiera se atrevía a mirarme directamente a los ojos, la última vez que lo hizo fue cuando se disculpó con Leti, desde ese día en adelante me evitaba, me dirigía la palabra sólo cuando era necesario y trataba en lo posible de no estar en la misma habitación que yo. 

¿Acaso olía mal? ¿Era fea? ¿O no le agradaba? 

Era como vivir con un fantasma, sabía que estaba ahí pero no lo podía ver. Era un niño despreciable. Nada comparado con su madre, la mejor niñera que haya tenido, salvo por el pequeño detalle de que aún no me dejaba comer galletas después de las ocho. 

Sin embargo, desde la misteriosa aparición de esas galletas frente a mi puerta, cada vez que hacía una pataleta, a la medianoche unas galletas sobre una servilleta tocaban mi puerta. Comencé a creer seriamente que el hada de las galletas con chispas de chocolate existía.

La maestra leía un aburrido poema. Puse cara de concentrada, pero en realidad estaba pensando en cómo convencer a mi mamá para que me dejara ir a la casa de Agustina esta tarde con Sparks. Seguramente me diría "lleva a Julio". Antes me molestaba que me obligara a ir a todos lados con Leti, pero misteriosamente se le metió en la cabeza que el niño del cabello castaño podía ser mi amigo. Error, él jamás lo sería. 

No me gustaba la idea de que él fuera a la misma escuela que yo, por alguna razón que estaba fuera de mis conocimientos mis padres le pagaba la educación a Julio y a Emma. Para Navidad les daban regalos, los dejaban comer en la misma mesa que a nosotros y eran libres de reglas y listas de alergias y cosas que se debían hacer. 

—Isabela, podrías decirle a la clase de qué se trataba el poema —salté en mi asiento y me aparté un mechón negro de cabello que caía sobre mi cara. Cuarenta pares de ojos se giraron a mirarme, recordé que la abuela siempre me decía que si no sabía algo sonriera y me echara el cabello hacia atrás con delicadeza. 

Lo hice como me había enseñado, pero no pareció surgir efecto. La sonrisa era más parecida a una mueca sarcástica y cuando me iba a echar el cabello hacia atrás, se me enredaron los dedos entre éstos. 

Escuché algunas risas, la más fuerte era la de Julia Argüelles, que estaba sentada junto a Julio. Ella le susurró algo al oído y se rio más fuerte, pero a Julio no pareció hacerle gracia. 

—Te estamos esperando, Isabela —me dijo la maestra, caminando hasta mi puesto con la mirada que ponían las personas cuando hablaban con un enfermo mental. Eso me molestó. 

Miré hacia el lado y Giulia se encogió de hombros, ella tampoco había prestado atención. Agustina y Daniela tampoco sabían, negaban con la cabeza para que no les preguntara nada. 

Sentí ganas de llorar, la maestra me estaba avergonzando. 

—¡Isa descerebrada! —gritó Julia desde el primer puesto. Toda la clase estalló en carcajadas, excepto mis amigas y Julio, que seguía tan serio como en un funeral. 

En una mirada fugaz que le lancé, vi como él gesticulaba algo con los labios. Me estaba mirando directamente y decía algo. Aproveché que todos reían y que la maestra trataba de hacerlos callar para entender el mensaje. "Amor", eso le entendí. 

Toda la Vida - IsulioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora