Capítulo 10: Los regalos

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17 Años - Maratón pt. 1

El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme. Estaba tan frío que ni la luz me convenció para salir de mi cama, estaba cómoda entre las tibias sábanas y la esponjosa almohada que mamá me había comprado la semana pasada.

Era una paz, una tranquilidad amortiguadora. Hasta que Leticia entró corriendo y se puso a saltar sobre mi cama.

—¡Es hoy, es hoy! —gritaba. Se tiró encima de mí y me destapó. Busqué las mantas con mi mano, pero las había apartado hasta dejarlas al borde de la cama. Genial, ahora debía levantarme.

—¿De qué estás hablando, enana? —le pregunté irritada.

Los ojos de Leti brillaban de excitación, algo la tenía muy emocionada. Algo que yo no podía recordar.

—¡Es hooooy! —repitió.

Le tiré el cabello y la boté al suelo. Se quejó un buen rato hasta que al fin se quedó callada.

—Ahora que estás calmada y no estás aplastándome, me dirás de qué bendito día estás hablando.

—¡Es el cumpleaños de Julio! —exclamó.

Claro, era el cumpleaños de ojos mieles. Lo había olvidado por completo. O al menos eso intenté.

—¿Y por eso me despiertas? —le gruñí.

Leti ya tenía catorce años y aún seguía siendo bastante infantil. Lucía cuidaba de ella como si fuera su hija, como Emma se había marchado hace ya algunos años a Londres para estudiar, consolaba su tristeza en velar por la felicidad de Leticia. De cierta manera eso me gustaba, ni Lucía ni Leticia sufrían, se tenían la una a la otra cuando más se necesitaban.

—Sí, es que ya es un adulto. ¡Ahora es un hombre! —gritó otra vez.

Iba a dejarme sorda antes de que yo cumpliera los 18.

—¿Y qué se supone que era antes? —ambas miramos hacia la puerta, donde Julio se apoyaba en el umbral con los brazos cruzados sobre su pecho.

Iba en pijama al igual que Leti, tenía el cabello despeinado y se notaba de lejos que recién había despertado, sin embargo así parecía modelo de revista. Detestaba eso de él.

—Eras un hada —le dediqué una sonrisa burlona y él me devolvió una mirada asesina.

Tuve una larga discusión con él después de que me regalara a Nana, le expliqué que todos esos años creía que el hada de las galletas me las dejaba frente a mi puerta cada vez que me sentía mal. Le dije que era un acto muy dulce de su parte, pero que no lo hiciera más hasta que se me pasara el enojo por lo de Sparks, que si quería mi perdón unas simples galletas no bastarían. No rechistó y me hizo caso, como todas las cosas que le pedí después de ese día.

—Lo importante es que ahora soy un hombre...

—Y mi chofer —agregué rápidamente y le guiñe el ojo. Leticia estalló en carcajadas.

Cuando Julio fue a dar su examen para conducir, se puso tan nervioso que terminó por atropellar a las ancianas de maniquí que colocaban en la pista, pinchó un neumático y vivió su primer choque en el que destrozó toda la parte delantera del auto. Seguía siendo el mismo desastre como conductor que a los quince años.

El auto que papá le regaló para sus 16 seguiría estacionado en el porche una temporada más.

—Al menos tengo auto —me dijo. Entró a mi habitación y se sentó sobre la cama—. Y un pijama decente.

Toda la Vida - IsulioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora