Capítulo 3

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Él se quedó quieto, por un momento, y entró en pánico, Tessa se preguntó si le había preguntado demasiado.

Había estado demasiado tiempo desconectado de su cuerpo, una mente en una cáscara de carne que fue durante mucho tiempo ignorada menos cuando se necesitaba para algún nuevo poder. A lo mejor había sido demasiado para él.

Pero tomó un largo trago de aire, y sus manos se dirigieron al borde de su jersey. Se lo quitó por la cabeza y emergió con su pelo adorablemente alborotado. No llevaba camiseta debajo del jersey. La miró y se mordió el labio.

Se movió hacia él, con la duda en sus ojos y dedos. Le miró antes que le pusiera las manos encima y le viera asentir, sí.

Ella suspiró fuerte. Lo había llevado tan lejos como en la marea de sus recuerdos. Recuerdos de James Carstairs, el chico al que había estado comprometida, con el que había planeado casarse. Casi habían hecho el amor en el suelo de la sala de música en el Instituto de Londres.

Había visto su cuerpo entonces, desnudo hasta la cintura, su piel pálida como el papel y firme sobre las costillas prominentes. El cuerpo de un chico moribundo, aunque siempre había sido precioso para ella.

Ahora su piel estaba sobre sus costillas y el pecho con una capa de músculo liso; su pecho era ancho, disminuyendo hasta una cintura delgada. Puso sus manos sobre él tentativamente, estaba caliente y duro bajo su tacto. Podía sentir las cicatrices desvanecidas de runas antiguas, pálidas sobre su piel dorada.

Su aliento silbó entre los dientes mientras ella subía sus manos por su pecho y la bajaba por sus brazos, la curva de sus bíceps dando forma debajo de sus dedos. Le recordaba luchando con los otros Hermanos en Cader Idris, y por supuesto luchó en la batalla de la Citadel, los Hermanos Silenciosos estuvieron listos para la batalla, aunque raramente lo hacían. De alguna manera nunca había pensado sobre qué debió significar para Jem una vez que ya no se estaba muriendo.

Los dientes de ella castañearon un poco; se mordió el labio para mantenerlos en silencio. El deseo fluía a través de ella, y un poco de miedo también. ¿Cómo podía estar esto pasando? ¿Pasando de verdad?

–Jem. –susurró. –Eres tan…

–¿Asustada? –puso su mano en su mejilla, dónde la marca negra de la Hermandad todavía se mantenía en el arco de sus mejillas. –¿Odioso?”

Ella movió su cabeza.

–¿Cuántas veces tengo que decirte que eres hermoso? –movió su mano por la curva de su hombro hacia su mejilla, él tembló. –Eres hermoso James Carstairs. ¿No viste que todos te miraban en el puente? Eres mucho más guapo que yo. –murmuró ella, deslizando sus manos a su alrededor tocando los músculos de la espalda, se tensaban bajo la presión del tacto de sus dedos. –Pero si eres lo suficientemente tonto como para quererme entonces no voy a cuestionar mi buena fortuna.

Giró la cara a un lado y ella le vio tragar.

–Durante toda mi vida. –dijo él. –Cuando alguien ha dicho la palabra ‘hermoso’, ha sido tu cara lo que he visto. Eres mi propia definición de hermoso, Tessa Gray.

Su corazón se entregó. Se puso de puntillas, siempre había sido una chica alta pero Jem era más alto, y puso su boca a un lado de su cuello, besándolo gentilmente. Sus brazos la abrazaron, presionándola contra él, su cuerpo duro y caliente, y sintió otra ráfaga de deseo. Esta vez ella le pellizcó, mordiendo su piel en dónde su hombro se curvaba con el cuello.

Todo se volvió del revés. Jem hizo un ruido en el fondo de su garganta y de repente estaban en el suelo y ella estaba sobre él, su cuerpo amortiguando la caída. Le miró atónita.

–¿Qué ha pasado?

Le miró desconcertado también.

–No podía estar más tiempo de pie.

Su pecho se llenó de calor. Había pasado mucho tiempo que casi había olvidado el sentimiento de besar a alguien tan fuerte que tus rodillas se vuelven débiles. Él se incorporó sobre los hombros.

–Tessa...

–No pasa nada. –dijo firmemente, cogiendo su cara entre sus manos. –Nada, ¿entiendes?

Él giró sus ojos hacia ella. –¿Me has hecho la zancadilla?

Se echó a reír, su corazón aún latía distante, mareada de alegría y alivio y terror, todo al mismo tiempo. Pero le había mirado antes, había visto la manera en la que le miraba el pelo cuando estaba suelto, sintió sus dedos en él, acariciándolo tentativamente, cuando la había besado en el puente. Se quitó las horquillas, lanzándolas por toda la habitación.

Su pelo quedó libre, derramándose por sus hombros, hacia su pecho. Se inclinó hacia adelante para que se pusiera sobre la cara de él, su pecho desnudo.

–¿Te importa? –susurró ella.

–Mientras se desarrolle. –dijo él, contra su boca. –No me importa. Me parece que prefiero estar recostado.

Ella se rió y movió su mano hacia bajo de su cuerpo. Se removió, arqueándose a su paso.

–Para ser una antigüedad –murmuró. –que se vendería a buen precio en Shoteby. Todas tus partes están en su sitio.

Sus pupilas se dilataron y entonces se rió, su aliento caliente llegó a rachas contra sus mejillas.

–Había olvidado lo que era que se rieran de ti. –dijo él. –Nadie se ríe de los Hermanos silenciosos.

Había cogido ventaja de su distracción para quitarle los vaqueros. Había poca ropa entre ellos ahora.

–No estás en la Hermandad ya. –dijo ella, pasando los dedos por su estómago, había  cabello fino justo debajo de su ombligo, su pecho desnudo suave. –Y estaría bastante decepcionada si siguieras siendo silencioso.

Fue a por ella ciegamente y la bajó. Sus manos enterradas en su pelo. Y se estaban besando otra vez, sus rodillas a cada lado de su cadera, sus palmas contra su pecho. Las manos se movían a través de su pelo una y otra vez, y cada vez podía sentir su cuerpo moverse hacia arriba contra ella, creciendo en intensidad y fervor cada vez que se separaban y volvían a juntarse.

Llevó sus manos a los cordones de su corsé y tiró de ellos. Se movió para mostrarle que también estaba atado bajo su pecho, pero él ya había agarrado el material.

–Mis disculpas –dijo él. –a la antigüedad.

Y entonces, en un modo poco típico de Jem, rompió el corsé abriéndolo por delante y lo tiró a un lado. Debajo estaba su camisola, la cual se quitó pasándola por la cabeza y la tiró a un lado.

Entonces tomó un profundo suspiro. Estaba desnuda delante de él ahora, como nunca lo había estado.

Después del Puente [Jem y Tessa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora