Hace mucho tiempo vivía una hermosa niña que se llamaba Karen. Le apasionaba bailar, por lo que solía pasar varias horas al día danzando por toda la casa. De hecho, a veces se imaginaba a sí misma como una gran bailarina que recibía los aplausos de su público. Sin embargo, su familia era tan pobre que ni siquiera podían comprarle lo que ella más deseaba: unas zapatillas rojas de baile.
Al morir su madre, una señora adinerada acogió a la niña y la cuidó como si fuera hija suya, encargándose de satisfacer todos sus caprichos. Un día, la llamó y le dijo:
– Esta tarde iremos a una gran fiesta, cómprate unos zapatos adecuados para la celebración.
Sin embargo, Karen no le hizo caso a la anciana, aprovechando que la señora no veía muy bien, encargó a la zapatera un par de zapatillas rojas de baile. ¡Las zapatillas eran preciosas! Dignas de una bailarina, por lo que el día de la celebración nadie podía apartar los ojos de los zapatos rojos de Karen.
Uno de los invitados se acercó a la anciana y le comentó que no estaba bien visto que una niña usara ese color para el calzado. La mujer, enfadada con Karen por haber desobedecido, la reprendió allí mismo:
– No deberías haberlo hecho. Me has desobedecido y te has comportado como una niña vanidosa, así no llegarás lejos.
Sin embargo, la niña hizo caso omiso al regaño y aprovechaba cualquier ocasión para lucir sus preciosos zapatos. Para mala suerte de Karen, la desgracia volvió a llamar a su puerta y su benefactora, la anciana señora, murió al poco tiempo. Para darle el último adiós, se organizó un funeral al que acudieron personas de todas partes de la región.
Karen estaba desconsolada, pero mientras se vestía para acudir al funeral vio los zapatos rojos brillando en la oscuridad. Sabía que no debía hacerlo, pero, sin pensarlo dos veces, cogió las zapatillas y metió dentro sus piececitos.
– ¡Estaré mucho más elegante! – dijo para sus adentros y partió hacia el funeral.
Al entrar en la iglesia, un viejo feo y barbudo se dirigió a ella:
– ¡Qué zapatillas de baile más bonitas! ¿Quieres que te las limpie? – le preguntó.
Karen pensó que así los zapatos brillarían más y, sin hacerle caso a lo que la señora siempre le decía sobre vestirse recatadamente, le dio las zapatillas al señor. El hombre miró fijamente las zapatillas y dándole un golpe a las suelas, les ordenó en un susurro:
– ¡Ajustaos bien cuando bailéis!
Al terminar el funeral y salir de la iglesia, Karen comenzó a sentir algo extraño en sus pies. Miro hacia abajo y, sin poder contenerlas, las zapatillas rojas ganaron vida propia y empezaron a moverse siguiendo un extraño ritmo, como si estuvieran poseídas.
Las personas del pueblo, extrañadas, vieron como Karen se alejaba bailando por las plazas, los prados y los pastos. Por más que lo intentaba, no había forma de quitarse los zapatos, ¡parecían estar pegados a sus pies! Así, pasaron los días y Karen seguía bailando y bailando.
¡Estaba muy cansada! Nunca antes se había sentido tan sola y triste. Lloraba y lloraba mientras bailaba, pensando en lo tonta y vanidosa que había sido, así como en su actitud ingrata hacia la buena señora y la gente del pueblo que tanto la había ayudado.
– ¡No puedo más! – gimió desesperada. – Tengo que quitarme estos zapatos aunque para ello sea necesario que me corten los pies.
Decidida, se dirigió bailando hacia un pueblo cercano donde vivía un verdugo muy famoso por su pericia con el hacha. Cuando llegó, sin dejar de bailar y con lágrimas en los ojos gritó desde la puerta:
– ¡Sal! ¡Sal! No puedo entrar porque estoy bailando.
– ¿Es que no sabes quién soy? ¡Yo corto cabezas! – le dijo el verdugo.
– ¡No, no quiero que me cortes la cabeza! Si lo haces no podré arrepentirme por mi vanidad. Pero por favor, córtame los pies con las zapatillas rojas para que pueda dejar de bailar – le pidió Karen desesperada.
Sin embargo, grande fue la sorpresa de Karen cuando la puerta se abrió y en vez de ver a un terrible verdugo, vio al mendigo limpiabotas que había encantado sus zapatillas rojas.
– ¡Qué zapatillas de baile tan bonitas! – exclamó. – ¡Seguro que se ajustan muy bien al bailar! – dijo guiñándole un ojo a la pobre Karen.
– Déjame verlas de cerca.
El mendigo acercó sus dedos esqueléticos a los zapatos y las zapatillas rojas se detuvieron. Karen dejó de bailar inmediatamente. Con gran vergüenza le dio las gracias y se marchó a casa. Había aprendido la lección, así que nada más llegar guardó las zapatillas en una urna de cristal y no pasó un solo día en el que no agradeciera por no tener que seguir bailando dentro de aquellas zapatillas rojas.
"Las zapatillas rojas” es un cuento de hadas que pertenece a la colección del escritor y poeta danés Hans Christian Andersen, publicada en 1845.
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Está bien no estar bien.
CasualeEs la recopilación de las historias del drama, espero que les guste. Mini cuentos que te dejan pensando. Drama: Está bien no estar bien.