⇏ Capítulo 2 ⇍

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Nacemos para vivir y posteriormente morir.

Si lo pensamos bien, la muerte es la única cosa que tenemos segura; a menos que seas un vampiro o tengas una fuente de vida eterna. Pero ya sabemos que esas cosas solo las vemos en la televisión, o las leemos en los libros.

Hablemos de la vida real.

Nunca me había parado a pensar en lo triste que es la muerte, y no por lo que representa, más bien por gran incógnita de no saber lo que hay después de ella

¿Acaso sabemos que morimos? ¿Qué pasa con los pensamientos? ¿Qué pasa con el alma cuando el cuerpo se apaga? ¿Se pierde entre el espacio-tiempo? ¿Existe eso llamado cielo e infierno? Es aterradora tanta incertidumbre, si me lo preguntan.

Y luego está la vida, la acción de vivir.

Los latidos de un corazón, un pecho subiendo y bajando al respirar, el aire llenando dos pulmones; cosas que garantizan una posibilidad, un quizás. Aunque sea una mínima oportunidad para ser feliz, para encontrar el amor, cumplir un sueño, perdonar, remediar errores, reír, llorar... Para vivir la vida que se nos promete al nacer.

Y la muerte es una mano huesuda que se roba todos los quizás, antes de siquiera haber vivido la mitad de esa vida.

Es lo que yo he empezado a llamar ¨La injusta ley de la vida¨.

Desactivo la alarma de mi celular mucho antes de que se active. Me incorporo, sentándome y sacando las piernas de la cama quitando las sabanas de mi cuerpo. Me recojo el cabello en una cola alta y desordenada, me lo corte hace unos tres meses, así que los mechones ya alcanzan rozarme los hombros como cuando era adolescente. Desecho el recuerdo que llega al tocarme los mechones, no puedo darme el lujo de colapsar ahora.

Entro a mi correo electrónico para revisar la bandeja de recibidos, pero los ladridos de Berlín me interrumpen. Trato de seguir sin prestarle atención, y él al sentirse ignorado, empieza a rasgar la puerta con sus patas. Ha de tener hambre o ya le urge ir al baño.

Me levanto con la intención de dejarlo entrar. La acción queda a medias, cuando al dar unos cuantos pasos, piso una de mis deportivas y pierdo el equilibrio. Por suerte logro evitar el estrellón de mi cara con el suelo, al interponer las manos.

—A ti como que te hicieron en el suelo, Mikaela. —pienso en voz alta.

Al ponerme de pie, le doy paso al pequeño pomerano de pelaje negro que entra al cuarto corriendo y ladrando. Empieza a saltar de un extremo a otro, sin parar con los ladridos.

—¡Berlín, Berlín! —Apoyo una rodilla en el suelo y lo sigo llamando, palmando el espacio entre mis piernas. Lo cargo en cuanto se acerca, dejo un beso en su cabeza, justo en el espacio que queda entre sus orejas y él ladra un par de veces. —Eso es, bebé.

Salgo del cuarto yéndome directo a la cocina.

Las dos copas vacías sobre la barra me hacen sonreír. Al final sí le cocine a Rafael como ofrenda de paz y agradecimiento. Puede que ese chico sea el chef de un restaurante, pero consume más comida rápida que cualquier adolescente. Lavó los platos mientras yo finalizaba mis tareas y terminamos abriendo una botella de vino. Se fue a casa a eso de la una y yo caí rendida luego.

Saco la bolsa de premios de Berlín del estante de la cocina y le sirvo una buena ración en su plato con forma de hueso. Lo llamo un par de veces, pero el cachorro está tan ensimismado en ladrarle a una de las sillas del comedor, que no me hace caso.

—¡Ven! ¡Berlín, ven como mamá! —Voy hasta donde está al no lograr nada con los llamados. Lo cargo y vuelvo a dejarlo en el suelo, justo en frente de su comida —. Hoy andas lleno de energía.

Un reemplazo para Arty (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora