Ponny

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No puedo olvidar lo que pasó unos años atrás. Fue algo traumático para mí. Sucedió un miércoles. Me desperté a las 5 a.m. Algo inusual en mí. Suelo despertarme hasta las 10 a.m. Como ya no podía volver a dormir, decidí salir de mi habitación y bajar a la cocina por algo de leche. Fue entonces cuando vi aquella escena. Aun sigue apareciendo esas imágenes en mi cabeza como si hubiesen sido ayer, pero fue hace mucho tiempo.


Martes 12 de enero del 2005.

Hoy es un día igual a los demás días. Todos mis días son iguales; me despierto a las 6 a.m. Desayuno y me voy a trabajar. Me dedico a vender libros y revistas en un pequeño local en el centro de la ciudad. No van demasiados clientes, pero los pocos que compran ahí son suficientes para mantener el negocio en pie. Trabajo doble turno, por lo que me la paso todo el día ahí. Más tarde regreso a casa (le digo casa aunque en realidad es un departamento. Debido a lo que pasé en mi infancia, donde vivía en aquel entonces no era un hogar, sino un infierno. Por eso, llamo esto un verdadero hogar), tomo un largo y relajante baño, me preparo una taza de chocolate caliente y me lo tomo mientras leo algún libro o veo una película.

Hay veces en las que me siento tan sola, que no se si pueda sentir más soledad como aquella. Hay veces en las que el silencio es tan absoluto que siento que soy el único ser humano en el planeta, como si todos se hubieran ido a la Luna y me dejaran ahí, abandonada.

En fin, así son todos mis días, puras repeticiones de lo mismo.


Viernes 18 de febrero del 2005

El reloj suena a la misma hora. Me levanto y empiezo a arreglarme para ir al trabajo. No sé por qué, pero hoy siento el deseo de comprar una mascota. Tal vez con un animal en la casa mi soledad desaparezca. Eso es lo que pienso.

Llamo por teléfono al gerente del local para avisarle que no iré a trabajar. Hace mucho tiempo que no falto al trabajo. Pero hoy necesito ir a una tienda de mascotas.

Cuando llego al centro comercial, todo me parece extraño. Me empiezo a sentir rara, incomoda. Atribuyo esa sensación al tiempo que no he salido a un lugar público. No es que ya no vaya a lugares públicos, cuando voy al trabajo o a hacer las compras de la casa obvio que voy y hay gente que me rodea, pero es una necesidad, no un gusto. A lo que me refiero es que no he ido a un lugar público por gusto a pasar el rato.

Trato de relajarme y me dirijo a la tienda que busco. Ya estando adentro me relajo un poco, pero aun siento esa sensación rara en mi cuerpo. No hay gente, a excepción del empleado que se encuentra detrás de la caja registradora.

Hay tantos animales que no se cual elegir. No había pensado en la especie que compraría. En una jaula hay unos hámsteres dormidos unos sobre otros, me da una gran necesidad de tocarlos. Volteo a ver al empleado y esta distraído en su celular. Tomo rápidamente uno de los hámsteres y lo acuno entre mis manos, el animalillo trata de escapar pero yo lo aprieto fuertemente para evitar que escape. Aprieto mis manos cada vez más fuertes, se escucha un sonido pequeño y agudo. Mis ansias de apretujar algo me están controlando de nuevo. Una especie de tranquilidad recorre mi cuerpo y es cuando decido regresar al animal a la jaula. Dejo su cuerpecillo inmóvil junto con los demás hámsteres. Ahí, junto con los demás, pareciera que sigue dormido, pero yo sé que jamás va a despertar.

Sigo viendo la variedad de animales que tienen cuando veo a dos chicas murmurando entre ellas y soltando unas risitas. Una chica tiene el cabello corto y de un rojo intenso, su tez es blanca y tiene unos grandes ojos con pestañas tupidas. Y a su lado se encuentra su amiga; tiene cabello negro y con grandes rublos, le llega a media espalda. Su tez es morena clara y lleva consigo un gran bolso negro. 

Remolino de coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora