El Nuevo Alcalde

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 Era un día soleado y agitado en la explanada de la alcaldía, habían colocado bastantes sillas enfrente del edificio histórico y las personas comenzaban a llegar por montones. El tema de conversación de la multitud solo giraba en torno a expectativas sobre cómo serían los años venideros con el nuevo alcalde de la ciudad de Tessa, el cual, tras un proceso arduo para conseguir los votos a su favor, había conseguido la victoria. No fue bien recibida la idea de que el nuevo alcalde sería un hombre ya entrado en años, a quien la vida le había dejado muchas experiencias y anécdotas sobre su cabeza, de tantas -que él atesoraba como si fueran un tesoro tan preciado- se le había caído el cabello y sus movimientos se habían vuelto lentos.

Gente curiosa, jóvenes con aspiraciones políticas, críticos y reporteros formaban la audiencia del primer discurso que daría Agustín Pérez. Las cámaras se posicionaban estratégicamente para obtener el mejor ángulo al momento que saliera del edificio de arquitectura blanca, con un traje azul marino, lustrosos los zapatos, caminando con parsimonia hacia la tribuna. Tras el silencio, donde solo se escuchaba el rumor de un pájaro cantor a lo lejos y la suave brisa que llegaba del sur, el hombre que atraía todas las miradas comenzó hablando con fuerza, pausadamente, para que se escucharan claramente sus palabras. Primero fueron los agradecimientos, inmediatamente después, las propuestas para frenar la problemas que estaban aquejando a la ciudad en esos tiempos, que no vienen a ser extraños en las ciudades de todo el mundo. Sin embargo, la audiencia - sobretodo los críticos- repararon en la extraña y ridícula medida que sugería Agustín Pérez para aminorar la delincuencia, pues decía:

-Nuestra ciudad posee grandes atractivos para los turistas, las montañas y los monumentos históricos lo sustentan, -apuntaba con orgullo el alcalde, pues era conocida la ciudad de Tessa por ser una ciudad que se situaba en las faldas de unas montañas singulares, de color rojo pardo- desafortunadamente la maldad y la inseguridad los opacan, por ello, me comprometo a trabajar para que esto no suceda más, la medida que se efectuará de forma inmediata será poner en todas las calles, plazas y mercados botes para depositar de forma adecuada la basura...-

No faltaron las personas que fruncieron el ceño, se acomodaran la camisa o inclinaran su cabeza hacia adelante y sus manos las llevaran a las cienes en señal de frustración, pero nadie dijo nada, esperando la explicación de tal disparate, los hombres y las mujeres de la audiencia escuchaban atentamente; mientras tanto el nuevo alcalde continuaba su discurso y no dio explicaciones sobre la medida de los botes de basura, en cambio, impresionó más a los oidores -donde hubo más meneos de cabeza y desaprobación general- tras la afirmación que otra de las acciones contra los problemas de la ciudad sería la enseñanza de las artes en todas las escuelas. A todo esto los adultos jóvenes y los críticos no hallaban sentido alguno, ¿Frenar la delincuencia con botes de basura? ¿Con escuelas de arte?, sin poder apaciguar sus dudas y creyendo que Agustín Pérez sería otro de la interminable fila de funcionarios inservibles , un hombre atrevido, de espaldas anchas, con el pelo recogido hacia atrás y vistiendo una camisa blanca de holán, se levantó de su lugar para preguntarle al nuevo alcalde, sin importarle que había interrumpido el discurso, sobre las excéntricas y nunca antes oídas medidas que tenían al público intrigado, sino decepcionado. Las miradas y las cámaras se habían puesto sobre aquel hombre, enseguida una mujer de unas cuantas filas después lo secundó y así, en un breve tiempo, un grupo de personas instaba a Agustín Pérez a dar explicaciones sobre tal disparatadas propuestas.

-Guarden la calma- dijo entonces el alcalde- con gusto explicaré el por qué de estas medidas, pero como aquí hay niños juguetones, contaré un cuento que aclarará mis intenciones- había dicho con calidez el alcalde al ver los niños aburridos que habían venido porque sus padres los trajeron forzosamente, y fue que apenas los infantes escucharon que contarían un cuento pusieron mucha atención, pues les encantaban las historias; también los adultos guardaron silencio para escuchar y Agustín Pérez narró lo siguiente:

"Se alzaba la ciudad de los conejos alrededor de verdes pastizales, donde los fines de semana, las familias conejunas corrían por los campos a jugar, saltando de aquí para allá, pateando un balón de manera que se divertían hasta el atardecer en aquellas extensas llanuras. La ciudad prosperaba en un ambiente de tranquilidad, hasta que una serie de asesinatos borraron esa paz. Todo comenzó cuando construyeron dos hoteles en una calle de la ciudad, uno viendo al este y el otro al oeste, de modo que se daban la espalda ambos enormes edificios. Tanto se habían expandido esos hoteles que habían vuelto estrecho el espacio para caminar en la calle a sus espaladas, y eran tan altos que la luz no penetraba en ella, volviéndola de esta manera sombría y poco frecuentada por los conejos. De regreso del colegio, un joven conejo gris de orejas largas, despistado, que iba comiendo una zanahoria, tomó esa calle sin reparar en ello, pues iba pensando en su día lleno de tan mala suerte. Terminó su anaranjada merienda y buscando algún contenedor de basura para tirar el rabo de la zanahoria, notó al fin que se encontraba en una calle oscura él solo, donde no había nadie que lo viera y tampoco algún bote para tirar la basura, entonces el joven, pensando en esto, tiró al suelo el rabo y siguió su camino, sin remordimiento alguno al saber que nadie vio lo que había hecho.

"Pasó el tiempo y la casualidad llevó a pasar en aquella calle a más conejos de imprevisto, donde se repitió el mismo asunto de las hojas de las zanahorias, el tirarlas en el suelo al pensar que no importaba hacerlo en ese lugar; así es como la calle terminó oscura y repleta de rabos de zanahorias con los meses. Fue entonces que para los delincuentes y peores enemigos de los conejos, se les presentó un buen lugar para ocultarse, esa calle era perfecta porque tanto desperdicio la había vuelto un escondite húmedo y oscuro para las temibles serpientes. En las noches salían estos asesinos reptando del escondite y devoraban a algunos conejos que les gustaba dar paseos nocturnos en las calles de la ciudad. Fue cuestión de tiempo para que las desapariciones llenaran de pánico a la población de conejos, por ello pidieron ayuda a los perros para que averiguaran qué estaba pasando, y los perros, con su gran olfato descubrieron a las serpientes morando en aquella calle, entre los dos edificios. Entonces los canes se enfrentaron a las serpientes, y como eran más grandes, fuertes y veloces, las serpientes optaron por retirarse definitivamente de aquel lugar, así fue como se ahuyentaron a los asesinos de conejos, se fueron muy lejos y no volvieron a regresar, porque los conejos viendo el problema que había traído tal descuido de los residuos, limpiaron la calle y colocaron en cada rincón de la ciudad botes para depositar su basura, con tal de que el problema no se volviera a presentar de nuevo."

El público entendió perfectamente las metáforas del cuento con el contexto de la ciudad, comprendiendo así la medida de los botes de basura que proponía el nuevo alcalde de la ciudad de Tessa; los niños aprendieron que es malo tirar basura, porque la limpieza trae seguridad y salud. Pero, aún no se había aclarado el por qué de la implementación de más escuelas de arte, de este modo interrogaron nuevamente a Agustín Pérez, esperando también una respuesta bastante congruente y sabia:

-Es muy sencillo -dijo el alcalde-, la otra forma de tirar la basura, es no tirándola, es decir, convirtiéndola en arte, reciclándola, dándole muchos usos que la creatividad susurra a las manos de los hombres y de las mujeres-.

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