LOS AMIGOS

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Martín y Andrés eran compañeros de colegio, mejores amigos desde hacía cinco años, socios en la vendimia de carteras hechas con bolsas de papas fritas y cómplices a la hora de molestar a las chicas. Se conocieron por vez primera en un parque que se situaba en una avenida que llevaba hacia la salida de la ciudad, era muy extenso, un bosque pegado a la gran urbe donde iban las personas a realizar algunos deportes. Los chicos aprendieron ambos a andar en bicicleta en ese lugar, porque en la práctica de un día caluroso, chocaron con el otro al virar hacia la misma dirección intentando esquivar un árbol, de manera que salieron ambos con raspones en las piernas, desde entonces, se hicieron mejores amigos e iban todos los días a ese lugar, después de la escuela, para dar unas vueltas a pedales o a hablar sobre sus inquietudes por alguna aventura que hubieran tenido. Pese que coincidían en la mayoría de sus gustos, como estudiar matemáticas y comer helado de chocolate, Martín prefería los días soleados para ir a dar paseos, en cambio, Andrés disfrutaba más la lluvia. La lealtad de uno por el otro parecía inquebrantable, sólo a su mejor amigo le contaban sus más secretos pensamientos. Una vez a Martín se le ocurrió pintar la banca de una compañera del colegio, llamada Elizabeth, que era una niña melodramática y engreída, con tal de que ella se sentara y se manchara la falda; Andrés, cuando vio que Martín no se escaparía del castigo porque se había pintado las manos, tomó de la pintura y se manchó también las manos y la cara, para acompañar a su amigo en el castigo que les brindarían tras el alboroto que hizo la niña lloriqueándole al director del colegio. Los amigos nunca peleaban, siempre estaban de acuerdo en todo, pero la ocasión de reñir llegó sin aviso alguno, súbitamente.

Los hechos ocurrieron así: Los amigos siempre se veían a las siete de la tarde en el parque para bicicletear, tres o cuatro veces a la semana. Andrés vivía en uno de los barrios secundarios de la ciudad y su casa era pequeña pero bien arreglada, Martín vivía en una de las calles principales que iban hacia la plaza central. En su habitación, Andrés tenía un reloj digital que lo despertaba para ir a la escuela, era negro y redondo, mantenía al chico pendiente de la hora siempre, pues éste tenía su tiempo bien contado para cada actividad que realizaba durante el día, por ejemplo: a las ocho y media el chico debía estar bañado y vestido ya para la escuela, a las nueve desayunaba. La escuela era de nueve y media hasta las dos de la tarde. Saliendo una vez de la clase aburrida de Historia, que daba un profesor encorvado y mohíno, Andrés volvió a su casa, se cambió de ropa, leyó sus historietas favoritas y le dio tiempo de ayudar a su mamá a preparar la cena. Ese día se vería con Martín nuevamente en el parque, tenía que contarle cómo se desesperó por no entender nada de lo que venía en el examen de biología, y cómo por poco responde que lo hongos pertenecían al reino plantae. Limpió su bicicleta, le hizo algunos ajustes a los frenos, revisó que las llantas tuvieran suficiente aire y se marchó para ir con su mejor amigo. En el trayecto, notó que había más oscuridad de la usual para ser apenas las siete de la noche.

-Seguramente es porque hay muchas nubes- se dijo a sí mismo Andrés, mientras pedaleaba. Cuando llegó al parque no encontró a Martín, lo que le pareció muy extraño. Esperó quince minutos y se marchó, angustiado.

Al día siguiente, en el colegio, Andrés no pudo ver a su amigo porque tuvo que ensayar con el club de música para el evento del 15 de Septiembre, pero confió en verlo en el parque a las siete. Fue con su bicicleta a esa hora y Martín no estaba allí, ¿Se habría enojado por algo? Se preguntó Andrés de regreso a su casa. En los días posteriores, Martín se mantuvo distante y no le dirigía la palabra a Andrés, por más que éste último intentaba hablar con su amigo, el otro no le escuchaba, encontraba alguna manera de no encontrarse con él. Ese comportamiento un poco insolente le disgustó a Andrés porque él no había hecho algo malo, no había razón para que Martín estuviera enojado, en cambio Andrés sí tenía el por qué enojarse, pues volvió al parque un día y se encontró que Martín estaba jugando a las carreras en bicicleta con otro compañero de clases, Yair, el cual tenía con Andrés algunas asperezas y rivalidades. Fue así como los dos muchachos se disgustaron.

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