Capítulo 1. Fuerza bruta

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—¿Así, verdad? —preguntó el niño con timidez al momento de poner la última capa de ralladura de naranja a su pan.

—¡Muy bien! —respondió su madre con una amplia sonrisa, observando el esmero del menor al añadir los toques finales—. Ahora vamos a probarlo.

Son Hyunwoo estaba nervioso. A sus escasos diez años, este era su primer pan de naranja; al menos el primer intento que llegaba hasta la fase final sin él estropeando la masa en algún punto. La mujer partió con cuidado un par de rebanadas y las sirvió en los diminutos platos del viejo juego de té de la abuela: el único objeto de valor que había en la casa. La situación se ponía seria y Hyunwoo se sentía sudar en frío. Más valía que ese pan estuviera delicioso y le permitiera ver más de ese brillo que podía observar en los ojos grises de su madre.

—¡Está excelente, corazón! —afirmó después de probar el primer bocado, para posteriormente tomar a su hijo en un abrazo hasta subirlo en el taburete más cercano—. Felicitaciones.

—¿Te gustó? —preguntó Hyunwoo en medio de su incredulidad.

—Me encantó —enfatizó ella—. Estoy tan feliz por ti, Hyunwoo. Es el mejor pan de naranja que he probado. Más tarde que papá llegue, le daremos también un pedazo.

—Querrá comerse todo el pan —imaginó, entre risas, a su padre tomando una rebanada tras otra—. Y tendré que hacer más.

—Oh, estoy segura de que es el primero de muchos panes de naranja —tomó asiento junto al pequeño que comía de su propia creación—. A todos les encantará —acarició el cabello oscuro de su hijo—... y algún día, cuando tengas a una mujer junto a ti, ella disfrutará de esta receta también.

Hyunwoo evitó la mirada curiosa de su madre, sonriendo con timidez. Se imaginó ahora a sí mismo, unos años en el futuro, sirviendo pan de naranja recién salido del horno a una hermosa mujer, rodeado de una familia amorosa. Había soñado con tener un final de cuento, como el de sus padres.

Son Yunah era todo lo que una mujer debía ser. Una mujer de carácter, cariñosa y una excelente mentora. La mejor consejera, el alma de la casa. Oh Hajoon, su esposo, no se cansaba de decirle cuánto la adoraba. Aunque mostraran una fachada reservada, tras la cortina era sumamente obvio cuán empalagosos eran y lo enamorados que estaban uno del otro. Hyunwoo, por supuesto, no se perdía un solo detalle. Cada mañana, al despedirse, su padre besaba a su madre bajo la oreja, para susurrar un «nos vemos, mi reina». Después, ambos reían por escuchar los exagerados sonidos de arcadas que Hyunwoo hacía para molestarlos. Ellos eran sus mejores amigos, sus fieles consejeros. Ser un hijo único resultaba difícil cuando no se contaba con hermanitos que jugaran contigo por la tarde después de la escuela, o cuando no encontrabas a quién culpar después de romper algo en casa. Hyunwoo se sentía profundamente unido a sus padres a raíz de ello.

El primer golpe lo recibió a los doce, cuando en una tarde lluviosa la vecina llamó a su madre y le dijo que encendiera la televisión. Las imágenes del tren descarrilado en el centro de la ciudad permanecen vívidamente en su memoria, así como la expresión de su madre a la octava llamada que su padre no respondía. La imagen de los vestigios de la estación donde su padre esperaba el bus de vuelta a casa cada tarde, los desgarradores lamentos de su madre cuando se aferró a él encajando las uñas inconscientemente sobre su piel.

—¿Dónde está papá?

—Hyunwoo... corazón —respondió su madre en medio del llanto—. Papá está bien. Está en un buen lugar. Pero me temo que ya no podrá regresar con nosotros.

Y desde entonces, él había asumido de corazón el deber de convertirse en la mano derecha de su madre, en honor a su padre. Había hecho todo hasta el cansancio por ser un buen hijo: cumplir con las labores en casa, sacar buenas notas y atender a su madre en todo lo que ella requiriera. Supo que no había tiempo para lamentarse, que debía ser un hombre y seguir adelante por su madre.

OBEY [Showki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora