Capítulo 3

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Gaël se había marchado hacía ya un buen rato pero en mi cuerpo aún duraba la huella de su abrazo. Miré el reloj. Ya había pasado más de una hora y media y yo seguía sentada en el porche. Los ojos aún los notaba secos y probablemente mi nariz siguiese roja. Moqueé por última vez antes de levantarme y meter la llave en la cerradura. Y en el último momento, me acobardé. Cuando oí el repiqueteo del pestillo abandonando su lugar y permitiéndome abrir la puerta, mis piernas temblaron, todo mi cuerpo lo hizo y me forcé a huir de la situación que se me venía encima. Esquivé la vista de mi madre y le devolví el saludo a regañadientes mientras subía por la escalera a toda prisa. Tropecé en el último escalón pero eso no me detuvo. Cerré la puerta y me escurrí por ella hasta sentarme en el suelo. Me quedé mirando al vacío durante un buen rato mientras intentaba controlar mis pulsaciones. 

Había perdido la noción del tiempo. Cuando levanté la cabeza de la oscuridad que había entre mis brazos oí que llamaban a la puerta. Seguía sentada en el suelo, abrazándome las rodillas. Me levanté acompañada por un clac de mis huesos y abrí la puerta.

-¿Estabas dormida? -preguntó mi madre al ver que me fregaba los ojos.
-Me quedé traspuesta haciendo los deberes. -contesté sin ganas. Ella puso una mano en mi frente y tras eso, acercó su mejilla al mismo sitio.
-¿Te encuentras bien? -dijo mientras se alejaba, después de tomar vagamente mi temperatura.
-No mucho, sólo estoy algo cansada.  -sonrió tristemente como respuesta.
-La cena ya está lista. Cuando llegue tu padre hablaremos de aquello. -se giró y se dispuso a bajar las escaleras.
-Mamá. -esperé a que volviera la mirada hacia mí.- Puedo... ¿Cenar en mi habitación? Tengo un trabajo muy importante que terminar. 
-Ahora te lo subo. -su voz se quebró, y quedó en apenas un susurro. Se estiró la esquina del delantal y comenzó a bajar las escaleras. 
-Gracias. -contesté algo tarde. Ella sabía por qué estaba así. Y yo sabía que le afectaba también. A toda prisa entré de nuevo en la habitación, saqué unos cuantos libros y libretas, encendí el ordenador y desparramé algunos bolígrafos por el escritorio. Me senté y fingí comprobar la agenda de la universidad cuando entró mi madre con una bandeja en mano. Retiré los libros y le di las gracias de nuevo cuando la dejó con cuidado. Un plato de arroz con tomate era tapado por un huevo frito. Estar en Francia no había influido en los platos típicos de mi madre. Durante más de un cuarto de hora me dediqué a remover el arroz, convenciéndome de que estaba demasiado caliente como para comerlo aún. 

No llevaba ni diez minutos en casa cuando mi madre entró a regañarme. Quizás no era esa su intención, pero cuando entró en mi cuarto y vio el montón de ropa sobre el final de la cama, las sábanas revueltas y la almohada prácticamente desaparecida entre libretas y pinceles (literalmente), alzó la voz y me exigió recoger lo que ella consideraba el desastre. 
-Eso es porque no has visto mi mente. -declaré al aire en un susurro, mientras cogía la caja de madera de debajo de la cama y tiraba, de mala manera, los pinceles y las libretas dentro de ella, tapando los bocetos de la chica dálmata que tenía sueltos. Volví a dejar la caja bajo el mueble, mientras estiraba las sábanas y me justificaba mentalmente por qué guardaba esos dibujos. Aún me gustaba Leah, de eso no había duda. Pero hacía años que no la veía. Que no hablaba con ella. Pero mi trazo aún la recordaba. Y odiarla no tenía sentido, porque fui yo quién decidió no despedirse. No sabía que iba a marcharse, y me daba miedo verla, así que no me presenté. Maldita sea. Con un brusco gesto aparté la sábana y la hice caer al suelo, puñeteé el colchón y me revolví el pelo. Si hubiese sabido que no volvería a verla todo hubiera resultado muy diferente.

Pero lamentarse ahora ya no servía de nada.  Y con esa frase de autoconsuelo, traté de volver a hacer la cama. No era mi punto fuerte, siempre quedaban arrugadas por un sitio o por otro, aunque no se notaba cuando volvía a dejar las hojas y los pinceles sueltos hasta acostarme. Y así todos los días. Una rutina repetitiva y constante. 

-Michael, Maia está fuera. -anunció mi madre desde el comedor. Lancé un gruñido en respuesta mientras terminaba de colocar la almohada. Salí de la habitación, me despedí y abrí la puerta esperando a encontrar a una chica pelirroja plantada delante, pero no fue así. Adelanté un paso, me giré a ambos lados, y cuando abrí la boca para llamar a la chica, apareció delante de mí agarrándome los brazos.

-¡Bú! -mi sonrisa fue instantánea, pero no me estremecí ni un milímetro.
-La intención es lo que cuenta. -abracé a esa chica por los hombros  y le di un beso en la frente.

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¡HOLA! *se retuerce en su sarcófago, liberándose de las vendas* LA MOMIA ESTÁ VIVA.

No, no es un sueño. Sí, es un capítulo. Un capítulo nuevo. Hoy 14 de marzo de 2015, el día pi. DE EUTANASIA.

Yaaaaay.

Pido disculpas, muchas disculpas. Lo siento. Juro que intentaré hacer lo que pueda y más de aquí en adelante, me duele dejar esto abandonado.
Un beso y hasta el siguiente. <3

Eutanasia (Michael Clifford)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora