Capítulo 4

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Era de noche, Maia me había hecho andar por toda la ciudad y estaba agotado. Últimamente había estado yendo al gimnasio, pero aún no estaba acostumbrado a las vueltas que me hacía dar esa chica. Dejé mi cazadora encima de la cómoda del recibidor y el par de llaves acomodadas en ella y me encaminé al cuarto intentando ser silencioso. Mi madre ya estaba acostada, la puerta entreabierta la delataba, y mi padre, se había quedado dormido viendo la televisión; reculé, busqué el mando a distancia durante unos segundos, tanteando en la oscuridad y alumbrando con mi móvil. Cuando lo encontré, la apagué y retomé mi destino.


Mientras andaba, eché la vista atrás. Recordé cuándo la conocí: No mucho después de la marcha de Leah, una mañana salí del parque que solía visitar con el cuaderno bajo el brazo. La calma en la calle era excesiva y el sol deslumbraba a más de uno. Como aún no quería ir a casa, me senté en un banco y dejé el bloc de dibujo encima de mis muslos. A los pocos minutos, o quizás muchos, vislumbré por el rabillo del ojo una sombra que tomaba asiento a mi lado. De no estar sumido en mi miseria, le hubiera sonreído. Su corto pelo rojo creaba una combinación graciosa con su cara redondeada, que se acentuó más cuando dejó escapar un resoplido. Cuando ya la hube analizado, devolví mi mirada a la carretera y a los árboles que la rodeaban. Una exalación perdida y un golpe fue lo que me sacó de mi embelesamiento. La chica había caído sobre el banco, inconsciente. La llamé, me levanté y me arrodillé frente al banco para estar a su altura. ¿Y si se había muerto? No, aún respiraba. Presa del pánico, telefoneé dubitativo el número de la ambulancia. Antes de que llegaran, la chica ya estaba en sí de nuevo. 

-¿Estás bien? -pregunté nada más la vi moverse, adormilada aún.
-¿Eh? -miró a su alrededor, y cada vez más nerviosa ante mí- ¿No me digas que... -bajó la mirada al suelo y suspiró. 
-¿Te ha dado un golpe de calor? -me acerqué a ella, alejándome de mi puesto de vigía por si llegaba el vehículo amarillo- He llamado a una ambulancia.
-¿Que has hecho qué? -estalló en risas. Aquello me descolocó completamente. 
-¿Pero... qué pasa? ¿Qué es tan gracioso? -pregunté algo molesto y a la vez preocupado. Justo entonces, la sirena de la ambulancia se oyó a lo lejos y la chica rió aún más. Palidecí mientras buscaba una excusa. Se creerían que llamé para fastidiar. Una chica de tez morena se bajó de la furgona sanitaria y se acercó a paso ligero.
-¿Está todo bien? -abrí la boca para disculparme, pero la chica se levantó antes de que pudiera mediar palabra.
-Perdón por las molestias. -la mujer se fijó en el cuello de la chica, la pelirroja asintió cuando ella la interrogó con la mirada- Me dió una crisis y él no supo cómo reaccionar. Lo primero que hizo fue llamarles. -cada vez estaba más perdido, pero parecía que la excusa había funcionado. La mujer dándose por satisfecha, se despidió de ambos, halagó mi capacidad de alarma y se marchó.
-Gracias por lo que has hecho. La mayoría de gente no se habría preocupado tanto. -me tendió la mano- Me llamo Maia. Y a veces me desmayo. -contuvo la risa de su propio chiste. 
-Michael. Ya veo. -tomé su mano antes de sonreír sonoramente.- ¿Eres anémica o algo? -pregunté con curiosidad. Ella se zafó de mi agarre, había comenzado a  ser incómodo.
-Tengo el síndrome de Gelineau. -respingó en un amago de risa- Soy narcolépsica. Me quedo dormida de repente, como si perdiera el conocimiento. Por eso llevo este collar. -señaló una plaquita plateada que le colgaba del cuello. Parecía un collar de comunión más que una placa identificativa.- En él pone mi nombre y la enfermedad. Básicamente por si me pasa lo que me ha pasado hoy. Pero algo me dice que aunque lo hubieras sabido, no hubieras entendido lo que ponía en la placa. -rió, y aparentemente también me hizo gracia, pero me sentí algo ofendido.

Y así comenzó nuestra extraña amistad. Fuimos a dar una vuelta mientras me explicaba qué se debía hacer en caso de que un narcolépsico sufriera una crisis. No era distinto a un desmayo: mantenerla de lado para evitar que se ahogara con la lengua y a parte de controlar su respiración, poco más. Me ofrecí a acompañarla a casa fuera donde fuese que viviera, y antes de despedirnos, ya habíamos intercambiado números. Aún así, no le hablé hasta pasados unos días. 

Ella se metía conmigo, y yo con ella; y eso duraba hasta ahora. Dos años de constantes puyas amistosas. Pero algo cambió un día. Ella sabía mi historia con Leah, y también que no estaba preparado para nada emocional. No quería hacer daño a nadie más. Pero insistió. Me dijo que me quería, y que aunque yo no lo hiciera, aprendería. No sé por qué no me negué. Estaba a gusto con ella, pero no sentía nada romántico. No había mariposas, nervios o  la pasión desmedida que hay cuando estás realmente enamorado.  Por mi parte al menos. Era terca, infantil, incluso a veces algo obsesiva; pero eso eran minucias. Me di cuenta que protegerla me causaba bien. Saber que podía  beneficiarla de algún modo, beneficiar a alguien, ya era suficiente compensación. 

Era diferente a Leah. Y a veces muy iguales.

Agarré mi teléfono móvil del bolsillo trasero del pantalón y desbloqueé la pantalla. Hurgué en conversaciones archivadas, mensajes viejos. Como cada noche, el chat de Leah. Uno de los viejos, cuando empezamos a hablar, me mandó cerca de cien mensajes el día de mi cumpleaños, felicitándome, haciendo el ridículo, diciendo cosas sin sentido, que me sacaron una sonrisa por la mañana. Fue la primera vez que le dije que la quería, pero no recordaba de qué modo.

"20 de noviembre de 2011: 

12:58 Michael: Gracias por esto. Te quiero.
13:05 Leah: ¿Cómo se supone que conteste a eso?
13:05 Michael: Qué boba.
13:07 Leah: Yo también te quiero."

Y los mensajes que nunca leyó.

"23 de Julio de 2012

11:34 Leah: Michael, sé que no hablamos desde que salí del hospital pero... Tengo algo que contarte. ¿Podemos vernos?
.
.
.
25 de Julio de 2012

15:49 Leah: Supongo que esto es un adiós.
16:26 Michael: ¿Qué dices Leah?
16:43 Michael: ¿Leah?
16:51 Michael: Leah esto no es gracioso
18:31 Michael: ¡¿POR QUÉ NO ME HAS AVISADO DE QUE OS MUDÁBAIS?!
19:10 Michael: Leah por favor."

"5 de Agosto de 2012:

05:02 Michael: Leah te echo de menos.
05:03 Michael: ¿Cuándo volverás?"

"21 de noviembre de 2012:

03:52 Michael: Ojalá pudiera olvidarte."

Desde entonces se aguantó las ganas de mandarle mensajes, nunca iba a leerlos. Pero no podía evitar pensar en ella. Esa chica había clavado sus uñas en mi corazón, y cuando me arrastraron fuera de su habitación, ella se quedó con él. Y yo fui un necio al no darme cuenta de que lo necesitaba para que bombeara mi sangre. Para que me diera vida.

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Y hasta aquí, la pizca de datitos de la vida de Mich hasta ahora.
(Tenía que meter los pedazos de chat. Se me hace como más dramático y asfadsñflas. No sé qué opináis vosotras. Quizás no los pongo más, o sí, o no sé)
¡GRACIAS A TODAS POR LEER! Sois más bonitas <3 
Esta vez no he tardado tanto en actualizar eh... NO SOY TAN MALA EN EL FONDO. 

¡Un beso!

Eutanasia (Michael Clifford)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora