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𝐂𝐀𝐒𝐓𝐈𝐆𝐎
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—¿Cuál es su sentencia, señores presidentes?

—Ni que fueran unos criminales...

—MI HIJO ESTÁ EN COMA Y DE GRAVEDAD, ¡LO MÍNIMO QUE MERECEN ESTOS CRIANÇAS IDIOTAS ES ESTAR EN ZATEUR!

La madre de Francisco Oliveira, el matrimonio Sánchez y su propio padre comenzaron a pelear por la que parecía ser la décima vez ese día.

Pero no podía enojarse con la madre de Francisco, estaba en su derecho de gritar todo lo que quisiera.

Carolina se quedó en silencio, aún estaba aturdida. Las voces de los demás se escuchaban lejanas, y sentía los latidos de su corazón en los oídos.

Las palabras de la señora Oliveira retumbaban en su mente haciendo un ruido molesto en su interior, como los albañiles cuando empizan un edificio nuevo. No, más molesto que eso.

Culpable. Culpable. Culpable. La voz en su cabeza no paraba de repetir esa palabra. ¿Por qué si quiera lo consideró una opción? ¿Por qué solo ella y Diego recibían las consecuencias cuando todo su supuesto grupo de "amigos" también participaron?

Los tres presidentes mágicos de Argentina, México y Brasil parecían algo hartos de la pelea entre los padres; el mexicano estaba algo malhumorado, el argentino parecía exasperado y el brasilero se veía como el único fuertemente preocupado y contrariado por lo ocurrido.

Los padres de los alumnos se calmaron cuando la directora Santana pidió silencio al separar a los padres con un movimiento de varita. La señora Oliveira por un lado y su padre con con los Sánchez por el otro.

—La señorita Hoffman y el señor Sánchez pueden retirarse hasta que decidamos su castigo —dijo con voz severa. Carolina ni si quiera la miró, asintió rápidamente y ambos salieron, apoyándose contra la pared y deslizándose hasta el suelo.

Ninguno quería hablar, a pesar de ser amigos y estar devastados por dentro, los dos estaban tan cansados que podrían tumbarse en una cama y no despertarse jamás; ni si quiera tenían ganas de consolarse mutuamente.

Y es que la situación era realmemte grave: uno de sus mejores amigos casi murió por su culpa.

—Y... ¿A qué escuela irás?

La voz de Diego la sobresaltó, se talló los ojos cristalizados y lo miró con confusión, mientras que el chico tenía un sembante abatido y resignado.

—¿A qué te referís?

—Pues... es obvio que nos van a expulsar —el chico frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Yo tal vez vaya a Ilvermorny, ahí aceptan a todos los Norteamericanos... Pero la neta esto es injusto, los canijos de Enrique y Pamela se hicieron los guajes con la directora y dejaron a la víbora chillando.

Carolina amaba el acento de Diego; siempre, por alguna razón, se alegraba cuando usaba esas expresiones típicas de su país, pero en ese momento no pudo sentir ni una pizca de emoción ante el modismo mexicano ni tampoco tuvo ganas de preguntarle qué era eso de "dejar a la víbora chillando".

Apretó la mandibula e hizo todo lo posible para retener sus lágrimas, pero no pudo lograrlo. Sintió una presión en su pecho, como si alguien le hubiera lanzado una pesa encima y no se atreviera a ayudarla a quitarla.

—Lo que menos me preocupa ahora es la expulsión, solo quiero que Francisco se despierte —negó con la cabeza—, perdón por todo esto.

Diego la miró con desconcierto y rodeó sus hombros con un brazo, acercándola a él.

𝐋𝐀𝐓𝐈𝐍 𝐆𝐈𝐑𝐋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora