Capítulo 4

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7 de febrero de 1993

La pequeña Andra corría agotada por el campo de tierra. Llovía torrencialmente y tanto la ropa como el pelo se le pegaban al cuerpo. Estaba realmente cansada, pero no la hacían parar. Intentaba no resbalarse con el barro pues una caída supondría otra discusión. Su pequeño cuerpo tembló de solo pensarlo. Llevaba corriendo un buen rato, saltando los obstáculos que tenía por el camino, trepando aquellas paredes de un salto y arrastrándose por el suelo en otras adversidades.

Andra se tropezó con una piedra cayendo de bruces al suelo. Su boca chocó bruscamente contra un poste que tenía enfrente y sintió una descarga de dolor por todo su cuerpo. Se llevó las manos a la zona afecta y notó como la sangre fluía a gran velocidad. Escuchó unas maldiciones detrás suyo y se giró asustada. Sus temerosos ojos chocaron con los ojos contrarios. Esa mirada oscura la paralizaba entera. Intentó levantarse lo más rápido que pudo, pero ya era tarde.

-          Espero que hayas aprendido la lección. – la voz gutural la hizo sollozar más aún y se abrazó temblando. Le dolía todo el cuerpo. Tenía heridas abiertas por todo el cuerpo, además de hematomas e hinchazones, como la de sus ojos que apenas podía mantenerlos abiertos. Escupió sangre tosiendo con fuerza y se acurrucó como pudo en una esquina de la habitación. Se le hacía imposible subir a aquella cama dura.

Por su mente no dejaba de rondar la misma pregunta "¿por qué me hacen esto?". Solo la golpeaban y entrenaban hasta que su cuerpo cedía por el agotamiento. Le enseñaban todo tipo de defensa, hasta la utilización de armas pesadas. Y ella no podía con eso. Andra tan solo tenía doce años cuando le tocó pagar toda la furia de aquella gente que desconocía totalmente. No sabía quiénes eran, ni qué querían de ella. Tampoco sabía dónde se encontraba.

Dormía en una muy pequeña habitación que solo tenía una cama que era dura como una piedra. Había una ventana que se abría con llave y permanecía cerrada la mayor parte del tiempo. Tenía barrotes impidiendo su salida, además de que estaba tan alta que no llegaba a ver nada desde su estatura. Conocía poco del lugar donde se encontraba. El campo de entrenamiento es donde pasaba la mayor parte de las horas del día. Descansaba 6 horas por la noche, en caso de que pudiera dormir, y el resto la hacían acatar órdenes en las que no podía rechistar.


-          Hoy no entrenarás. Te quedarás sola aquí, ni se te ocurra hacer nada. Tienes vigilancia fuera, a la mínima que escuchen o vean alguna cosa extraña, no dudarán. Así que ves con cuidado, ¿bien? – Andra miraba el techo con una sonrisa sarcástica. Dirigió la vista al hombre encapuchado delante de ella. Le hizo un gesto de despedida burlándose y se giró dándole la espalda. Escuchó un gruñido detrás suyo y como un tirón de pelo la hacía levantarse de la cama. Andra le dio un cabezazo logrando salir de las manos del hombre. Este se tambaleó y cuando estaba a punto de golpearla, su radio sonó. Se fue cerrando de un portazo y cerró la puerta con llave.

-          Joder. – se volvió a tumbar en la cama y se llevó las manos a la cabeza.

Habían pasado tres años. Y todavía la tenían ahí. Con el tiempo fue resolviendo sus dudas, aunque algunas estaban presentes aún. Estaba ahí, encerrada, sufriendo todos los días y entrenando duro porque iban a usarla. Usarla en una banda mafiosa. Pretendían que una chica joven como era Andra tuviera relación directa con el mundo de las drogas, las armas y los asesinatos. Querían sacar lo mejor de ella para que hiciera el trabajo sucio, para que el resto se limpiara las manos mientras ella respondía ante las órdenes de sus superiores y terminara bañada en problemas. Pero eso no iban a conseguirlo. Cada día, Andra se lo repetía. "No van a hacer de mí un monstruo". Aunque sin quererlo, ya lo era. No había día en el que no se arrepintiera de lo que hizo. De lo que la obligaron hacer. Los gritos la atormentaban por la noche, creando de su descanso una pesadilla. Eran unos niños, como ella. Eran una familia, y ella la rompió.

Nunca entendió la razón de los acontecimientos, tampoco le dijeron nada respecto a ello. No le contaban absolutamente nada, pero ella no era tonta. Con el tiempo había desarrollado un buen oído y lograba escuchar las conversaciones que se mantenían fuera de esas cuatro paredes oscuras que llamaba su cuarto. Se enteraba de pocas cosas, pero las suficientes.

No eran gente buena. Eran muchísimos, y tenían un líder. Y una misión. Venganza, sufrimiento ajeno y placer individual. Parecían una secta, pero iba más allá. Todos iban encapuchados, con fusiles. Todos de negro, todos con malas intenciones.

Pero lo que no sabían es que Andra había aprendido de ellos. Y la mala terminó volviéndose ella contra aquellos que la habían hecho pasar todo aquel sufrimiento durante años.

Abusos, golpes, gritos, insultos. Disfrutaban verla sufrir y cómo retorcía su cuerpo ante lo que le hacían. La hacían vivir un infierno, pero Andra se había acostumbrado. Se había construido ella sola, y había crecido considerablemente. Ya no era una pequeña niña, ahora era toda una pesadilla para sus enemigos.


En la otra punta del país, un hombre de semblante serio bebía sin cesar admirando una pequeña fotografía con el cristal del marco roto. Las lágrimas caían y su cuerpo temblaba levemente. Acarició la instantánea con los dedos temblorosos y lanzó su botella de whiskey al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Tiró al suelo todo lo que se encontraba a su paso mientras soltaba gritos dañándose la garganta en el proceso. Cayó de rodillas aumentando su llanto y agarró de nuevo el marco con la fotografía.

-          Os vengaré. Juro que lo haré. – se abrazó al cuadro y siguió llorando por el resto de la noche.


En otro lado del mundo, aún más lejos, dos amigos suspiraban mientras dejaban atrás su vida de temores y sufrimiento. Era el nuevo comienzo. Se miraron con una pequeña sonrisa y se adentraron al aeropuerto. Todo iría mejor, se prometieron. Pero las promesas se rompen, y ellos lo terminarían descubriendo en sus propias sangres.


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¡Aquí otro capítulo más! Muchas gracias por el pequeño apoyo que le brindáis a la historia, me anima mucho a seguir.

Conocemos un poco más a nuestra protagonista. Espero que os haya gustado.

I K I G A I - Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora