ᴇxᴛʀᴀᴄᴛᴏ ᴛᴇʀᴄᴇʀᴏ

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Jean huele a bosque y a verano, como si el verano oliese a algo. Pero el caso es que Jean huele a verano y cuando está cerca a Armin le recorre el gustoso cosquilleo del sol en su piel pálida. Jean huele a verano y sabe a sol. Sabe a sol porque le arden los labios cuando se mecen contra los suyos y le hierve la sangre y siente todo caliente.

Y Armin, con sus pequeñas manos y su pequeño cuerpo, quiere abarcar el verano y al sol y aferrarse a él hasta que la piel se le vuelva cenizas. Armin, que siempre da mucho más de lo poco que tiene, es egoísta y quiere poseerlo. Quiere descubrir si puede arder en el verano infame que es Jean, quiere ver que le pasaría al mundo si él se llevara el sol. Llevárselo, suyo, posesión, para siempre. 

Está mal, Armin lo sabe. Es consciente como lo es de todo pero no puede reprimirlo como no puede parar la necesidad de respirar. Lo quiere, lo quiere tanto que le duele y en el tic tac aquel reloj que marca sus vidas y mueve sus agujas hacia atrás —robándoles tiempo, robándoles esperanza— es peligroso querer así. Pero no es su culpa, es la de Jean. Porque antes Armin tenía a Eren y a Mikasa y sus recuerdos de muerte y guerras y nada más. Y estaba bien, era feliz. Pero ahora Armin ha descubierto a que huele y a que sabe Jean y se muere por más, por comerlo, devorarlo entero. Por sentirse vivo. Porque eso es Jean, Jean es bosque, es verano y es sol pero también es vida. Puede sentir su pulso cabalgando contra su lengua bajo la piel morena y tersa de su cuello largo, y la adrenalina se dispara en él porque han estado a punto de perderse tantas veces, de perderse el uno al otro, de perderse a si mismos, que cada latido es contado y es infusión de paz. Tenemos un día más para nosotros, cariño.

Un día más, para ellos, para Armin y para Jean y para nadie más porque a veces en las que a Armin deja de importarle el mundo y eso es cruel pero luego recuerda cómo viven y se permite serlo: cruel, sólo un poco. Cruel. Y egoísta. Cruel y egoísta. Pequeño, avispado, enclenque, cruel y egoísta Armin. Vaya cuadro el suyo. Armin es celoso de sus días, de sus horas, minutos y segundos. Porque ha aprendido que el tiempo avanza demasiado rápido para seguirle el ritmo y que la realidad —esa devastadora y sanguinaria, más cruel que él— puede más que ellos, siempre. Pero él tiene a Jean y mientras tanto puede permitirse seguir siendo cruel y egoísta y celoso y posesivo y no tener miedo. Sobretodo, puede permitirse no tener miedo.

Por unos segundos (instantes, eternidad efímera) el miedo no existe y Armin huele en Jean al sol y al verano y lo atesora dentro de él porque necesita llenarse los pulmones, el corazón y la mente de Jean para poder mirar a frente y pensar "aquí voy" de nuevo; para ser Armin, el niño listo y casi petulante, demasiado pequeño y demasiado delgado, demasiado bueno y demasiado enamorado para ese mundo inseguro pero que al fin y al cabo, ya que está ahí, no va a quedarse de brazos cruzados porque si ese es el mundo que le espera, Armin va a arañar cada segundo y a celar cada migaja. Porque ese es el mundo en el que tiene a Jean.

Y a esas alturas, Jean es de lo poco que le queda. Y Armin siempre da más de lo que tiene pero no a Jean, porque Jean es lo único que le permite ser cruel y egoísta, y esa era la única forma de sobrevivir en un mundo como el suyo.



JEARMIN WEEK 2020 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora