Parte 3 | Caparazón cosido

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Poco podía decir sobre él. Llenarse la boca de alguna historia capaz de remontarse a la época en que le habían conocido era equivalente a sacrificarse por alguien más: cada vez que manifestaban alguna referencia hacia su persona de forma esporádica, ambos coincidían en que aquello se sentía como un entierro de verdades. Tanto para él como para Horacio, hablar de Aiden significaba una comunicación física, no estrictamente verbal; un instinto violentado por la costumbre, una maleabilidad consecuente por la carencia de cariño a lo largo de sus vidas.

No hacía falta que Horacio se lo reiterara, pero como habían convivido desde pequeños, Gustabo había aprendido y expropiado muchas actitudes del otro. Su amigo llegó a comentarle en una ocasión, luego de desligarse por completo de lo que aquellos años suponían, que lo que no llegaba a soportar de la personalidad de Aiden podía entenderlo y aceptarlo viniendo de Gustabo. Aquello le marcó tanto que decidió ser el escudo que le detendría en sus momentos de alteración y, a su vez, la espada que le defendería de las personas malintencionadas que atentaran contra él. Gustabo había jurado dar su existencia por la de Horacio y viceversa. Nada cambiaría esa condición.

Sin embargo, James no era Gustabo, y mientras Horacio no fuera herido por él, Gustabo seguiría protegiéndole.

Se le arrugarían los labios de incertidumbre en alguna que otra situación, pero nada más. Mantenerse alejados de lo que Aiden y ese pueblo representaban había surgido de un acuerdo silencioso e interiorizado, a pesar de no haber zanjado con palabras el retorno a esa época oscura. La verdad dentro de la verdad era que jamás había podido erradicar en su totalidad lo que Aiden generaba en él. Cuando más aventurero se pensaba, podía imaginar que Horacio mucho menos. Lo que sentía era una mezcla de supeditación, de saber que Aiden había arreado la mayor parte de sus vidas, y repudio, al ser consciente de las atrocidades cometidas en nombre de la unión inherente de las mismas.

Por eso se hallaba allí, en la boca del lobo, ya no tan seguro de su plan maestro, pues simplemente pisar ese lugar había detenido su prisa por retirarse; creía tener la suficiente dignidad y los recuerdos dolorosos y confusos bien presentes, pero Aiden había logrado que volviera a sentirlo como una esponja capaz de retirarle todo estrés, preocupación e inseguridad. Gustabo había confiado en que continuaría siendo Gustabo incluso allí, pero James era el caparazón predeterminado que se cosía a su piel cuando el pelinegro le observaba mansamente desde su posición.

—Sigo siendo personal del hospital y agente de lo que sea —Aiden soltó desde el bordillo de la cocina, trayendo consigo un par de tazas humeantes. Las dejó sobre la mesa ratona del pulcro salón, sentándose en el butacón enfrentado al sofá donde se hallaba James. Incluso creyendo conocerle a tal medida, la humilde extensión de la morada ajena no paraba de sorprenderle. No podía desviarse de pensar que vivir en el mismo sitio de toda su vida implicaba mucho más que una simple tapadera como excusa para empequeñecerse a la vista de la gente—... Y la inmobiliaria continúa inamovible.

James soltó una risa desganada. Tuvo miedo de que la marea de emociones que le comprimía el tórax fuera a mostrarle vulnerable en el exterior antes de tiempo:—Me sorprende que escupas tus negocios sucios sin reparo —se estiró por sobre la madera y agarró el recipiente caliente, llevándolo hasta su boca y dándole un largo trago.

—Porque entiendo que eres tú quien está frente a mí —de reojo, James pudo sentir la carga de sus orbes en sus movimientos, aquella que había olvidado. No le importó para nada quemarse las papilas gustativas con otro trago de café, mientras le funcionara como distracción al temblor de sus manos—. Además, ¿ha servido que te fueras? El pueblo no ha sentido tu ausencia y nadie te dará la bienvenida, querido Jamie —un escalofrío le recorrió la espalda. Deseó ver a Horacio en la oscuridad del pestañeo frenético que sufría y recomponerse antes de perder los estribos. Como si leyera sus pensamientos, continuó:— Me apena verte tan solo, ¿dónde está nuestro osito? Es más, dime su número, le llam-...

— ¡No! —le interrumpió, cargado de pánico— No, no —respiró hondo—... No estoy aquí para quedarme, y Ho-... Joe no tiene nada que ver con esto. Yo soy quien necesita dinero, yo...

— ¿Dinero? —James le observó por un mísero segundo. Su rostro era una roca que no tenía ninguna emoción tallada. No, no, no, no le mires, intentó recapacitar, aunque demasiado tarde. A medida que su respuesta abandonaba sus labios, Aiden avanzó hacia él— Nadie te retiene. Eres libre, como siempre, ¿a que sí? Pero no está mal que recuerdes lo mucho que te apreciamos aquí —sus pasos no emitían sonido, su respiración era muda y su presencia se sentía consustancial, ahora sentado a su lado derecho— No es justo, ¿acaso has encontrado algo mejor que todo esto?

Podía sentir su calor corporal como propio. Estaba a un paso de caer, luego sería historia. Pensó en aquello mejor en la ciudad que había terminado por abandonar hacía horas; la sonrisa auténtica de Horacio, la seductora calidez de un superior que poder recordar, las relaciones frescas que no necesitaban el asesinato de un tercero para subsistir...

—Mírame, Jamie.

Cuando le echó un vistazo, aún con el sabor de la añoranza prematura diluyéndose en sus recuerdos, James sostuvo el pedido de Gustabo con el último ápice de fortaleza restante en su cuerpo. Fue así que concluyó que aquellos orbes llenos de oscuridad eran solo eso y nada más. Sintió la palma de la mano izquierda de Aiden deslizarse por su nuca, peinando las hebras de su cabello con los dedos. La mantuvo allí, estática, mientras su contraria acariciaba con suavidad su mejilla izquierda y parte de su mentón. Terminó por acercar sus rostros, aceptando lo petrificado y sensible que se hallaba, para besar con sus labios la comisura de su boca.

—Quédate a mi lado por un tiempo —volvió a besarle en el mismo lugar suave y lentamente—. Te daré todo lo que quieras, incluso más —descansó su frente en su pecho—. Pero sólo quédate, Jamie, ¿vale? Quédate...

a Man Without Destiny › INTENABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora