Parte 6 | El mundo a su alrededor

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Pocas veces había observado tan ensimismado al Superintendente. Podía darse el lujo de pensar que las oportunidades para hacerlo se daban en encuentros de escasos segundos o bien tan íntimos como para sentir el peso de su mirada, pero en esa situación en particular, por mucho que le gustara embellecer las frustraciones de su vida, Gustabo se hallaba con el estómago vacío y la deshidratación como un cerezo en el desierto; había decidido sacarle de comisaría por la puerta de cara al estacionamiento de los coches oficiales, luego de horas, y por ello, considerando las esposas en sus muñecas y las órdenes de quietud, Gustabo aprovechó el trayecto desde su posición hasta el garaje como si fuera el último momento en llegar a él: repasó su imagen con tantos detalles que pensó que de ser verdad, mantendría un vívido recuerdo de su atractivo para cuando llegara su lecho de muerte.

Se encontraba tan sumido en la evasión de la realidad que sus pies desacotaron la orden impuesta y se dirigieron hacia la diminuta escalera que conectaba con el aparcamiento. Habría pisado el primer escalón con facilidad de no haber escuchando una voz inconfundible gritar su nombre tras su espalda. Se congeló durante medio segundo, suficiente para que el potente agarre en su antebrazo derecho le hiciera girar de manera involuntaria y los nudillos ajenos estampándose en su pómulo izquierdo le lanzaran contra los escalones de concreto. Gustabo no imaginó volver a recibir un puñetazo con tanto rencor, pero cuanto más sentía el frío del suelo absorbiendo la calidez de su espalda, más se impregnaban en su mente las emociones plasmadas en los ojos agitados de Horacio antes de hacerlo.

No tuvo tiempo de retorcerse sobre los dolores dispersos por su cuerpo o de pensar dónde había volado su pulcro sombrero negro, mucho menos en el motivo por el cual su amigo se encontraba enmascarado, pues éste se colocó a horcajadas como si de someter a un delincuente se tratase, zarandeándole con vehemencia desde el agarre en el cuello de su camisa. Gustabo retuvo en su retina la imagen de Horacio entre tanto movimiento, el oscuro maquillaje en los límites de sus párpados contrastando con la transparencia de sus ojos; preocupado y devastado, temía, sufría y se condenaba por lo mismo y lo único que él sabía: y así, teniendo su rostro tan cerca del suyo, Gustabo sintió que sus pulmones se negaban a recibir oxígeno y que el mundo a su alrededor por fin le hacía llegar la respuesta.

Había vuelto a joderse la vida y, no conforme con ello, había terminado por arrastrar a Horacio consigo.

— ¡¿Pero qué has hecho, Gustabo?! —le propició otro golpe, soltando el agarre de su vestimenta. Luego otro, volviendo a agarrar su camisa y sacudiéndole aun más fuerte— ¡¿Por qué mierda volviste a ese lugar?!

Cerró los ojos, esperando un nuevo puñetazo, pero los abrió de vuelta, enterándose que una patada en el hombro izquierdo de Horacio le había tumbado a su lado. Vio toda la situación de reojo, completamente alucinado. Horacio balbuceó unos segundos bajo los efectos del taser que apuntaba Volkov, al comienzo de las escaleras, y el Superintendente le esposó con prisa. Se dio cuenta del dolor en su cadera cuando el Comisario dejó la pequeña altitud para ayudarle a ponerse de pie. A su vez, su adversario se removió por sobre la tapadera de los dos cuerpos de sus superiores y volvió a divisarle, escupiendo las palabras que, de seguro, se había guardado largo rato en su pecho. Gustabo sólo pudo enfocarse en ellas.

— ¡Me contactó, Gustabo! —rabioso, batallaba contra la firmeza del Superintendente. Le conocía tan bien como para saber que aquella furia era necesaria para el llanto que soltaría tarde o temprano. Gustabo sintió un dolor más allá del físico— ¡Ese hombre me contactó y tú lo incitaste! ¡¿Y ahora qué, eh?! ¡¿Ahora qué?!

Mientras el Superintendente hacía lo posible por mantener su boca cerrada y arrastrarle hacia la puerta por la que habían salido al exterior, Horacio no soltaba el contacto visual; además de tres agentes y un hombre sin destino, allí estaban sus lágrimas estancadas, al unísono del alivio que Gustabo sintió en su mente al volver a escuchar su voz y el cual jamás exteriorizaría.

a Man Without Destiny › INTENABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora