Parte 8 | Sueño materializado

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Era la primera vez que Joe le observaba con unos ojos tan hirientes. Sintió que le enviaba mucho más alto que aquellas sillas de plástico en donde se hallaban sentados. Aun cuando el helado entre sus manos comenzó a deslizarse por éstas, James no pudo despegar sus oídos de la verdad que expulsaban los labios de su acompañante.

—Tenías seis años, James... Él les dijo que tú le habías hecho mucho, mucho daño...

— ¿Qué más da la edad? Me habrían abandonado de todas formas.

Joe bajó la vista hasta la madera entre ellos, deteniéndose en las gotas de helado que habían terminado estampándose en ella. Continuaba con la realidad de las pupilas que James odiaba, totalmente ido.

—Pero también sabes que nunca hiciste eso, ¿no? Yo lo sé, James, yo sí sé que jamás lo hiciste, he estado contigo en todo momento, desde que éramos unos críos, tanto tú como yo, el espectador del otro, ¿por qué es tan difícil...? ¿Por qué tú... no me creerías?

Con el tan conocido sentir de la humillación habitando su cuerpo, James miró su helado. Había destrozado el recipiente de pasta de un fuerte apretón.

¿Por qué no podía hacerlo?

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Gustabo despertó muy asustado. Jadeó una, dos, tres, cuatro veces, hasta sentir que sus pulmones se desgarraban. Es sólo un sueño, se consoló, ya ha pasado, ya ha pasado...

Se atrevió a levantarse y observar a su alrededor, presa del desconcierto. Se hallaba en la sala de estar del Superintendente, con los rayos atravesando los enormes ventanales y dormitando en su cuerpo adolorido. Se había hecho una bola por sobre la esponjosa alfombra del lugar, intentando brindarse el calor que sus extremidades serían incapaces de generar por sí solas durante la noche.

Con el cuello a la miseria, Gustabo deseó morirse y así eludir, de una buena y condenada vez, el millar de recuerdos que atestaban contra su presente. Llevó ambas palmas de sus manos hasta sus sienes y las apretó, dándose cuenta de que ya no se encontraba esposado. Se preguntó en qué momento de la madrugada había dejado de retenerle contra su voluntad y si aquello sólo significaba que el Superintendente quería evitar a toda costa un encuentro con él para cuando volviera de su jornada laboral.

Tal vez no se ha ido todavía, deliró. Abrirse paso hasta la cocina hizo que su cabeza retumbara como una canción en un salón de fiestas vacío e imaginó que aquella molestia no se iría por lo que restara de día. La piel al comienzo de su pecho se pegoteaba con cada respiración que daba a causa del alcohol derramado sobre ésta y suspiró, largo y tendido, pues supo que no recibiría la cortesía de darse un baño en aquella morada ajena. Es que me voy, se indignó, me voy en cuanto pueda.

Revisó las habitaciones del lugar, cerciorándose de que su dueño no se hallaba en ellas, y procedió a hacer todo lo que le impediría de haber sido así. El reloj colgado en una de las paredes marcaba las 10:34 a.m., por lo que terminó rebuscando en la alacena y la heladera, armándose un sándwich falto de ultraprocesados que acompañó con un vaso de leche. Es lo mejor que he comido en años, agradeció, con los ojos cerrados y apoyado en la extensa mesada, por fin...

Luego hizo sus necesidades y entró a la ducha, despojándose del cansancio de sus músculos y de todo rastro del tacto que Conway había dispersado por su piel de forma casi involuntaria. Realmente deseaba no encontrarse con algo que no pudiera recapitular por completo, y pensándolo con el agua hirviendo sobre su rostro, se dio cuenta de la vergüenza que le daría volver a pararse frente a él.

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⏰ Última actualización: Aug 24, 2020 ⏰

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