El rito innombrable (Luciano Coppola)

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Era ya la hora del crepúsculo cuando Hideaki Kurosawa llegó a las puertas de la antigua mansión familiar

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Era ya la hora del crepúsculo cuando Hideaki Kurosawa llegó a las puertas de la antigua mansión familiar. Ubicada en Shirakawa, distrito Ōno, en la prefectura Gifu. Exactamente a las afueras del pueblo sobre una alta colina boscosa. Aquella enorme estancia arcaica había pertenecido a su familia desde el reinado de Nakamikado Tennō, y ahora era suya.

La repentina herencia le había sorprendido. Hasta el día en que falleció su abuelo, ignoraba la existencia de aquel sitio críptico y olvidado. El telegrama que recibió añadía que la ceremonia de cremación de los restos se celebraría en cuatro días y, que como última voluntad de su abuelo, él debía de acudir al ceremonial. La epístola contenía además un sobre sellado con la clara salvedad que debía abrirse únicamente al momento de acatar el último deseo.

Hideaki nunca había convivido con su abuelo, el cual vivía aislado debido a una enfermedad degenerativa. Los vagos recuerdos de él se limitaban a una breve visita cuando era niño. En aquel entonces él cumplía los nueve años y vivía en Kioto.

La imagen vivaz de su abuelo persistía, nítida e imborrable. Era un hombre mayor de cabello níveo, alto y notoriamente delgado, y poseía unos ojos peculiares de color ámbar que le otorgaban un aire ignominioso. El solo hecho de rememorar aquella mirada fría, tétrica y perfidia, le provocaba un escalofrío sin igual. También recordó el rostro despavorido de su madre al verle como quien presencia a un fantasma. Luego de esa visita, el joven Hideaki Kurosawa fue enviado a Tokio para emprender sus estudios. Poco tiempo después, sus tutores le informaron que sus padres había fallecido en un terrible accidente. Sin un familiar que velará por él, fue colocado en una casa hogar. El tiempo se había encargado de sepultar aquellos recuerdos e inquietudes que le asaltaron por años. Hasta ese día.

En aquel desolado lugar no había signo alguno de vida, ni huellas de animales; ni siquiera la sombra fugaz de un pájaro en vuelo, tan solo desolación elevándose sobre desolación, un silencio sepulcral, cristalino y fúnebre. Los árboles, silentes espectadores longevos, se erigían rígidos y negros como alquitrán mientras el suelo dormía plácido bajo la capa de la inclemente nieve. El invierno asolaba con crudeza esa inhóspita latitud donde antaño el linaje Kurosawa era jefe de la fantasmal aldea.

La pletórica vegetación de incontables siglos, había engullido hasta la última estructura del antiguo pueblo, excepto aquella casa lúgubre en la colina.

Los cuatro cerezos que adornaban el yermo jardín principal yacían marchitos y secos, dejando a la vista un páramo lúgubre e infausto. La enorme estancia yacía intacta como si el flagelo del tiempo jamás hubiera corroído su estructura feudal. Hideaki sintió escalofríos de solo observar las puertas principales de oscuro ébano. El halo tenue del ocaso, acrecentaba el aspecto antinatural y peculiar de aquella antigua mansión. Sus cimientos poseían un aura quimérica difícil de explicar, al igual que la singular construcción de amplios y altos techos en forma piramidal. Una sensación de lasitud le invadió al cruzar el umbral de la entrada. Las escaleras protestaron ante la presencia de aquel visitante. La glacial madera azabache crujió al abrirse, desvelando una amplia sala sumida en penumbras.

La hora del Terror 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora