Capítulo 5: El hombre caja.

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Sobre el niño que desconocía sus sueños.

"Te amamos, querida. Por favor, no te rindas".

"Te lo ruego, no te vayas tanto tiempo. Dependemos de ti. Lo eres todo".

"TE AMAMOS".

"Mango mayor, ojalá te encuentres bien. Has desaparecido toda una semana".

"Sé lo que es tocar fondo, es una mierda. Pero vas a salir de ahí".

"No te des por vencido".

"Te necesitamos".

Mis brazos se extendieron por el escritorio, poseídos de rabia, arrojando la computadora al suelo hasta escuchar las piezas destrozarse contra el negro piso que rugía debajo de mis pies para advertir mi caída. Grité con desesperación, sintiendo que comenzaba a tambalear de forma peligrosa, hundiéndome en la profundidad de mi garganta a fin de comerme a mí misma: Grité y grité sin control por ese miedo inexplicable hacia mi propio mundo oniríco.

Se acumulaba, se extendía, se derramaba. Gota por gota, asfixiándome mientras los gritos se intensificaban en cada objeto que arrojaba de los estantes hacia los cristales irrompibles del edifico. Prenderle fuego a todo y desaparecer era una idea exquisita.

—¡¿Está bien, señorita?! —Tocaron la puerta repetidas veces, no di respuesta.

—¡¿Que morirán?! ¡¿Que dependen de ti?! —Me atacaban los gritos de H a mis espaldas, carcajeándose con exclamaciones anormales que se clavaban en mis oídos como aguijones rebeldes—. ¡HIPÓCRITAS!

—¡¿Puedes callarte?! —Trastabillé de reversa para chocar contra ella. Me sostuve de las paredes estrechas a los costados para impedir que estas se vinieran sobre mí—. ¡Tú eres la hipócrita, TÚ LO ERES! ¡¿De quién es la culpa de que estemos en esta situación?!

—¡No me hables así! —Clamó furiosa, aproximando sus manos para tomarme del cuello y presionarme contra el escritorio hasta asegurarse de ver el terror en mi mirada—. ¡No me hables así, carajo! ¡¿Quieres culparme a mí por tu propia incapacidad para llevar un ritmo constante en todo lo que haces?! ¡Sin mí no serías nadie, no estarías aquí! ¡No podrías ni siquiera despertarte o tener alguna puta responsabilidad!

La presión en mi tráquea se volvía más peligrosa. Sentí que comenzaba a deshacerme, las piernas me temblaban y los ojos querían saltarme para arrojarse por el balcón y surcar los cielos de la ciudad. Su cabello oscuro caía sobre mi rostro para crear la sensación de árboles sintéticos atacándome, su sonrisa amarga y sus ojos profundos se sentían como la última vista que tendría de esa dimensión.

Todo daba vueltas. Era como hundirse, comerse y escupirse otra vez dentro de una caja infinita. Los colores que tornaban su piel cual luces brillantes me dejaron anonada, permitiendo que parara de luchar contra su fuerza y dejara caer mis manos a los costados mientras nos reíamos juntas: elevamos nuestras risas a Dios.

El temor me obligaba a seguirle el juego, igual que mi fobia a los poderosos rayos y mi adoración por evitar que estos me partieran en dos.

—Lo siento... —Las lágrimas azules que ambas dejábamos caer se enlazaron. Ignoramos el desastre de escritos extendidos por el suelo como si fuera un mar de palabras olvidadas.

Heroína.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora