Capítulo 6: Casa de pobres.

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Y los ojos danzantes.

Mary Luna.

Podía sentirlo, vibraba en mi interior. Parecía pedirme a gritos que le dejara salir, un pitido que se adentraba con potencia e iluminaba mi camino junto a las palabras: "Hazlo, que nada te detenga."

No iban a detenerme aún si eso significaba tener a todo el mundo en mi contra.

—La nariz de esa perra ya está sanando —se rió como si el juego en el computador fuera muy divertido, la verruga en su mentón se alargaba. Rodó los ojos hacia mí en busca de mi aprobación—. La vimos apenas, entraba a un mercado. Fue patética, no quería que nadie la viera.

Ana Wish, primer día de clases y los problemas con ella habían vuelto.

—No eres quién para llamarle perra. —Siseé, no soportaba que hablaran a espaldas como cobardes y no dijeran las cosas de frente.

Laurent cruzó los ojos hasta ponerlos en blanco, sus venas en la esclera se enrojecían a causa de sus malos hábitos; desvíe la mirada para no fijarme en ello y aterrarme yo sola. Me crucé de brazos. La corriente que se adentraba por la puerta trasera me hacía temblar: Área 51 estaba ubicado en un sitio frío.

—No jodas con defenderla —rechistó, sus dedos continuaron presionando las teclas dentro del cubículo—. Es una puta y ninguna mentira se ha dicho.

—Vete a la verga, pito chico —lancé una patada a la silla. Dio un respingón pero prefirió callar al ver mi clara molestia—. Frente a mí no vas a venir con mamadas, te las tragas, ¿oíste? ¿O tu compresión es tan pequeña como las tetas de abuela?

—Luna —una pausa le acompañó—. Deja que me queje en paz o la siguiente con hachazo en la cabeza serás tú.

Vaya forma de querer callar a alguien.

Recogí su basura del suelo, no pensé en iniciar otra pelea. Giré para continuar con mi trabajo nocturno: Área 51, debía hacer casi todo lo que pudiera en el negocio de mi hermano. Soportar los olores extraños que provenían de los clientes, vigilar que ninguno se hiciera pajas, y encargarme de la música al igual que apagar los equipos encendidos.

Los cubículos me hacían sentir como en una pequeña prisión.

—Ugh, este hongo no se muere. —Reí al escuchar esa queja.

Puse mi peso sobre los talones, inclinándome hacia atrás para observar la espalda del cliente que maldecía su juego. Llevaba una camisa blanca llena de arrugas que buscaban ser ocultas por su saco negro atado a la cintura, a un costado se aromatizaba con el cigarro sobre el escritorio y la botella de refresco con una pizca de alcohol.

Se ve pasteloso.

—Su tiempo está por terminar. ¿Quiere agregar más? —Le informé, cruzada de brazos.

Mi tiempo de energía también estaba llegando al final con estos tenis. Era como intentar caminar sobre charcos de azúcar derretida.

—Ojalá no se terminara nunca. —Él se rió, su voz era áspera, fácil de distinguir.

Uh, el matemático anda aquí. ¿Por qué será?

—¿Profesor Dan? —Solté unas risillas. Reacomodé mi postura para no estirar mis leggings, tomando impulso con la intención de acercarme a él—. ¿Qué lo trae a este lugar tan especialmente espacial?

Dan Santiso no dudó en tomar su lata de refresco que apestaba al igual que su cenicero y el saco a su alrededor. Con una mirada poco amistosa, voz baja y precavida, reparó en mí al instante: sus ojos temían. Me sentí emocionada al ver su necesidad de huir del lugar, como si fuera yo misma, atrapada en alguna otra dimensión.

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⏰ Última actualización: Dec 23, 2020 ⏰

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