Capítulo 4 🌤️

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Todo el vuelo a Beika, todo el camino a casa y desde que llegó a encerrarse, evitando hablar con nadie, Shinichi tenía los ojos perdidos. Aún no amanecía. Como un lunático, daba vueltas en su biblioteca, no podía pensar en algo congruente más que la escena que se repetía cómo un bucle ante sus ojos.

Simplemente estaba en blanco.

¿Qué había pasado?

¿Hattori se burlaba de él?

¿Por qué?

Pasó toda la madrugada pensando, estancado en una esquina del gran salón de libros, con los ojos más que abiertos.

Cuando el sol comenzaba a dar ligeras señales de vida, sintió su celular vibrar en su bolsillo. Un tanto conciente, pudo ver el nuevo mensaje, era de su madre, le avisaba que se encontraba por llegar a casa con una disculpa por no avisar. Solo dejó caer al suelo el dispositivo, tal vez su madre podría ayudarlo.

Pasados unos minutos, fue por una cobija que echó sobre sus hombros. Tenía unas ojeras enormes y su rostro ahora parecía sumamente molesto.

Se colocó en el balcón de su habitación con una taza caliente en manos.

Al menos, parecía empezar a comprender lo sucedido.

Cuando dio el primer sorbo y dejó escapar un suspiro, dispuesto a olvidar lo sucedido, bajó sus ojos a la calle al frente de la mansión.

La taza cayó de sus manos.

Ahí estaba Hattori, viendolo fijamente, con aquellos ojos verdes que parecían furiosos, y en su nariz llevaba una especie de vendaje.

—¡¡¡Kudooo!!!—le gritó como si no lo hubiera visto.

—¡¿Qué haces aquí, estúpido idiota?! —respondió agobiado.

—¡Baja de ahí ahora mismo Kudo Shinichi! —exigió. —¡O tiraré la puerta!

—¡Cállate de una maldita vez, Hattori!

—¡No hasta que bajes!

Shinichi, suspirando, se giró al interior de su hogar, dispuesto a ir a él con tal de callarlo. Mientras bajaba las escaleras, no había notado el gran sonrojo que llevaba, casi como si estuviera resfriado. Abriendo la perilla del portón principal como si se tratase de una eternidad, sudaba.

Finalmente, salió, con su apariencia desalineada, mirando al suelo, caminando lento a la reja.

—¿Q-qué? —interrogó en total nerviosismo.

Hattori cruzó los brazos, aparentando una orgullosa arrogancia, pero también estaba por completo ruborizado.

—¡Yo...! —el moreno no podía ni formar una oración.

¿Qué le había impulsado a cometer aquello la noche anterior? Mientras se dirigía a Beika, Heiji no sacaba de su cabeza el interesante momento, viendo perdido la ventana del transporte en donde iba.

Después de segundos en silencio, y sin ninguno dispuesto a hablar, Shinichi salió fastidiado de la seguridad de su casa, parándose frente a Heiji y suspirando frustrado.

—¿N-no podías solo... Decírmelo? — murmuró ansioso, evitando el contacto visual.

A las expectativas de Hattori, que solo esperaba un rechazo inminente, fue una gran sorpresa escucharlo decir eso.

—¿Qué?

—Eres un completo idiota.

Si una cosa sabía Shinichi de su mejor amigo, es que no era para nada bueno en las palabras. Tendía a ser un impulsivo que en ocasiones no media sus actos, además, rara vez admitía sentimientos. Así que la contraparte debía tomar iniciativa. No llegarían ni a un rechazo en caso contrario.

Shinichi decidió cruzar las rejas que los separaban, tanto aquella valla mental que le impedía admitir estos sentimientos, como la tangible.

Tembloroso, sin verle el rostro, el detective castaño tomó con suavidad la mano de su mejor amigo.

—Digo que está bien, Hattori. —mumuró tímido. —Me siento igual que tú.

Vacilante, el moreno no paraba de imaginar que se encontraba dormido.

—¿Lo dices de verdad, Kudo? ¿No te molesta que yo te...?

—No, idiota. —interrumpió frustrado.

—¡Pero...!

Aparentando estar malhumorado, clavó sus estresados ojos en el moreno, cuando en realidad sentía vergüenza.

—Escucha, Hattori... Yo... uhm... Creo que eres más importante para mí de lo que pensaba, es decir que... que...Ya sabes... Te... Te quiero, Hattori. —admitió rojisimo de nervios.

Notando que no podía responderle con palabras, Heiji escogió actuar antes de decir cursilerías.

—¡Kudo...! —lo tomó por los hombros, acercándose tembloroso, y besó al chico.

Las temperaturas de los dos se elevaron, aún cuando el contacto era torpe y suave, no podían calmar el pánico.

Sin embargo, estaban felices.

—¡Oh, mi...! —la voz de una mujer, pasmada, hizo eco a sus espaldas.

Yukiko, sorprendida, veía a los jóvenes, quiénes de inmediato se separaron y comenzaron a sudar como locos, haciendo movimientos erráticos, intentando tapar lo que hacían.

—¡Vuelvo en otro momento! —rió inocente y desapareció.

Tus segundos en mi vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora